El día que no nos conocimos, no hubo dichas ni reniegos.
Solo se le dijo adiós, a la peripecia de que nos ignoremos.
Laureles rojos aromaban en esa tarde de sábado,
la luna llena emprendía su asomo, con sabor a pomelo,
fluyendo cansina, por esa libertad de cuatro esquinas.
Las tijeras de lo hipotético cortaban lazos sin respeto.
Todavía no lo aceptaba, pero había un pecado anunciado,
en la torpe discapacidad, conque se movía la mano derecha,
para aquietar el tiempo en un vuelo a ras de tierra.
Tu ausencia y la mía, copulaban palabras en el nerviosismo
con que trataban de evadirse de otra historia de amor.
Efectos secundarios en los resquicios, de dos cuerpos exiguos.