la Respuesta de Alejandro Jodorowsky:
Hace algunos años, el director del hospital neurológico de París, a quien yo no conocía, llegó a mi casa y me pidió que visitara a su esposa que, víctima del cáncer, estaba a punto de morir. “Ella ha leído sus libros y no quiere ver a ningún sacerdote, sólo desea hablar con usted”. Accedí a su pedido.
La mujer estaba en un lecho del frío hospital, acabando de ingerir un puñado de píldoras. Sin decir una palabra, la tomé con delicadeza entre mis brazos, estrechándola con ternura.
Su cuerpo frágil y huesudo se apoyó con alivio en el mío. Sentí su sed de relación humana, tan ajena a la actitud de los enfermeros. Al cabo de un rato largo, me murmuró:
“¿Cuál es el sentido de la vida?” Le contesté, lo más dulcemente que pude: “La vida no tiene sentido”.
Suspiró con alivio:
“Es eso lo que quería oír”.
Se durmió para morir horas más tarde…
En realidad esa no era la respuesta que yo consideraba justa. En otras circunstancias, le hubiera contestado:
“La finalidad de la vida, es vivirla”…
Pero viéndola al final de su camino, sin haber encontrado en toda su existencia una razón para vivir, era inútil decirle aquello…
Somos seres complejos, compuestos de tres diferentes energías, con diferentes idiomas: la intelectual, la emocional y la sexual, alojadas en el cuerpo, que también tiene su propio lenguaje. El intelecto se expresa con ideas, el centro emocional con sentimientos, el centro sexual con deseos y el cuerpo con necesidades.
El individuo puede vivirse en sus cuatro centros, convirtiéndolos en unidad; o vivirse en tres, lo que es como caminar con un clavo en el zapato; o en dos, lo que es avanzar cojeando; o utilizando un solo centro, lo que es estar preso en un calabozo.
La pregunta “¿Cual es el sentido de la vida?” surge del intelecto, centro compuesto sólo de palabras, que confundiendo el idioma con la realidad, no nos permite vivir en lo que es sino en lo que creemos que la realidad es.
Por incapacidad de lograr que el mapa donde habita se convierta en el terreno real, llega a la conclusión que la vida no tiene sentido. El intelecto sirve para proponer los problemas, pero es incapaz de resolverlos.
Para lograr gozar de la vida, el individuo tiene que enseñar a su mente a cesar de dialogar consigo misma, sumergiéndose en un silencio receptivo.
Entonces, liberado de tratar de pensar lo impensable, se entrega a sentir la vida, primero que nada en su cuerpo, aceptando su simple animalidad y su misteriosa sabiduría orgánica conectada con la energía universal.
Aprende a respirar con libertad, a gozar del movimiento, a desarrollar sus sentidos, a agradecer cada segundo de vida, comprendiendo que para que el todo sea eterno, la parte debe ser efímera.
El sentido de la vida., desde el punto de vista corporal, es gozar la encarnación, viviendo la niñez, la juventud, la madurez y la vejez, como una eufórica experiencia.
El sentido de la vida en el centro sexual es el placer en compañía y el éxtasis de crear. La meta vital del centro emocional, es el la unión con todo lo existente.
Dijo un poeta sufí:
“No hay más Dios que el Amor y la Bondad es su profeta”.
Por fin, el sentido de la vida, cuando estas cuatro energías se unen, es desarrollar al más alto grado su conciencia , aquella que se integra a la Conciencia divina, energía impensable que crea incesante los universos.
Dice el Talmud:
“Preocúpate de lo que puedes saber y deja de lado las cosas misteriosas”.
Sólo la Conciencia divina sabe cuál es la finalidad de su sagrada obra: a nosotros nos incumbe entregarnos a la danza vital.
Le preguntaron a Lao Tse:
“¿Que necesita usted para ser feliz?”
Respondió:
“No necesito nada: mi mayor felicidad es estar vivo”.
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