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Mi profesor del Instituto era más bueno que el pan. Nos enseñaba micro economía, es decir era experto en como hacer mucho con muy poco, pero a parte de nunca tener plata y además de vivir con sus cuarenta y tantos años en el regazo de su madre, podía con las gustas cubrir sus necesidades. Su vida se resumía en sobrevivir con el mísero sueldo de profesor de un instituto mediocre y, con la ayuda de la pensión de su madre, anhelaban la subsistencia de una semana más.

Manuel tenía una mirada tierna, casi inofensiva, que se interrumpía de cuando en cuando, debido al dedo índice que ponía en su lugar sus gruesos y grandes lentes de aumento que cubrían la mitad de su rostro. Su voz era casi siempre ineludible (queríamos que así como usaba lentes que aumentaban su horizontal mirada, usara un altavoz para escucharlo hasta cuando se reía) aunque armoniosa y pausada como esa vara de bambú musical japonesa que nos explico se llamaba shakuhachi.

Como profesor era excelente. Era Excelente para nosotros, ya que nunca nos revisaba los exámenes, de frente nos ponía notas de acuerdo a como nos miraba. Este tiene cara de “16”, mmmmm este “14”, y así a todos inclusos los que tenían cara de “10” él les ponía 12, y nunca nos quejábamos porque si revisamos, merecíamos menos nota. En fin, era más bueno que el pan.

Manuel Hiratomi Yamaguchi Yamaguchi, tuvo que partir al Japón, las necesidades de este país de acogida ya no era más cómoda. La familia le prestó dinero y salio con más miedo que ganas, aunque admitió que quería conocer el país de sus ancestros, no podía dejar su verdadero hogar. Este viaje resultaba ser el primero en su vida, ni siquiera había viajado al interior, lo más lejos que llego, en la rebeldía de su juventud, fue visitar la casa de sus primos en Huaral, y de ahí hasta el otro continente. A sus cuarenta y tantos años, por su forma pausada y tímida de ser, por inexperiencia con las mujeres, entendíamos su perpetua soltería.

Manuel llego al país del sol naciente y de inmediato se activaron sus células ancestrales. Se adapto, entendía el idioma, la comida no fue problema. Las costumbres aunque fueron raras al principio no le parecieron extrañas y, sin darse cuenta ya estaba trabajando.

La rutina laboral consistía en levantarse a las 6 de la mañana, cambiarse y con las indicaciones de algún pariente, tomar el metro de la estación hasta el mismísimo aeropuerto. De ahí registrarse, hacer los ejercicios obligatorios reírse tímidamente con desconocidos y coger su trapeador y comenzar a trabajar. En el enorme corredor del aeropuerto de Kobe, Manuel levantaba la cabeza de vez en cuando, al escuchaba hablar castellano y trataba de Identificaba el hablar de cada latino, siempre atento al sonido musical del hablar de algún peruano.

Un día de aquellos habituales y minimisantes, que solo justificaba los 3000 yenes que cobraba, le pareció ver a Iris. Iris era la muchacha inalcanzable del barrio de Saenz Peña, la que nunca le hablaba y con la cual (como cualquiera de la cuadra) había tenido fantasías. Escucho su voz preguntando algo, miro en la multitud y antes de reaccionar vio la silueta de mujer que se iba, empujo con el dedo su lente, que subió hasta el comienzo de la nariz, y con un clip quedo en su posición, puso su codo sobre la escoba, y renegó de su timidez. Cogío la escoba, la daleo para limpiar, y de repente un japonés bien vestido rodó por los suelos.

Manuel cerro los ojos con fuerza, casi desapareciendo de su cara al sentir el frió fierro de una pistola que se le clavaba en la frente, mientras lo sujetaban. El Sr. que cayó se levantó e hizo como si se limpiara, lo miro, hizo un gesto con los dedos después de decirle “gaijin” en forma despreciativa. El guardaespaldas lo miro bien y ahí comenzaron sus problemas. Al día siguiente al llegar al trabajo encontró todo su casillero revuelto, con sus cosas tiradas en, como una advertencia. Las gentes que al principio se mostraban compasivas y colaboradoras con él, de repente le eran evasivas incluso incluso lo miraban con recelo. El cambio le pareció extraño, más no le tomo importancia debido a las costumbres de este país.
Los días lo siguieron como siempre, y como siempre ese hombre de mirada esquiva y escurridiza lo veía la esquina contigua, a la salida del acceso de limpieza. No se percato de su presencia hasta que un día sintió que lo seguía mientras se dirigía al barrio de Nishi-ku. El hombre tenía aproximadamente unos diez años mayor que Manuel, y también mayor parecía su timidez. Ambos hombres subieron al de conexión, éste estaba tan vació que era imposible que el señor y Manuel no se miraran. Se bajaron juntos. Manuel caminaba delante y volteaba de cuando en cuando y el hombre, atrás. Manuel tomo aire y con arrebato, se paro en seco volteo y le hizo una pregunta que sonó a pronombre interrogativo exclamativo, “que me sigues” seguido de una concha a la cual le agrego “madre”.
El hombre se tiño de curiosidad y de vergüenza, ante la exclamación de Manuel, que por un instante en sumisa vida, se hizo grande. Yuto Yusei, se inclino como saludo, comenzando a hablar enseguida, como si lanzara flechas unas tras otra, con una quietud y pasividad, que aunque le llegaban a sus oídos como retardas brisas no las entendía. En la casa de la familia los recibieron a ambos a Manuel porque vivía ahí y al extraño porque lo siguió. El primo Daichi, tradujo lo que el hombre decía, pero antes de pronunciar lo que entendía se reía a carcajadas. – Necesito su ayuda- y se reía, Ud. ayude a protegerme- se seguía riendo, - le pagare Ud. es mi yakuza- se termino de burlar Daichi, mientras salía del cuarto arrastrando la puerta corrediza de plástico, que en los tiempos del abuelo era de papel de arroz y bambú.
Yuto Yusei (apacible en su idioma original) se sentaba junto a su protector en el comedor y, ambos, aunque casi nunca intercambiaban palabras se acostumbraron a estar juntos. Manuel se vio reforzado en su autoestima al ver que intimidaba su sola presencia hacia los demás. Un día de esos en los que la rutina del trabajo situó a Manuel en la incógnita de súper héroe, aparecieron. Se pararon en la entrada del comedor. Eran cuatro, a uno creyó reconocer, fue el que lo cogió de la solapa y lo empujo, a los otros solo los tapaba unas gafas negras a manera de antifaz, que no escondían su aspecto de mafiosos. Uno de ellos llamo a Yuto con una autoridad intimidante. Yuto vacilo. Quiso pararse e ir con ellos, mientras la puerta de entrada se abrió, y el rostro del supervisor se dejo ver por un instante, luego del cual se volvió a ir al ver a los cuatro malhechores. Siguió el llamado con más fuerza que antes. Se paro dio unos pasos y se paro, estaba a unos veinte pasos de ellos, distancia prudente para no ser masacrado delante de todos. El sr. Yuto Yusei el apacible, volteo disimuladamente, para ver a su protector, que no disimuló su timidez ante la miradas de todos los empleados que ahí se encontraban.
Manuel Hiratomi Yamaguchi Yamaguchi, había crecido en el puerto del Callao, donde las discrepancias siempre acaban con una bronca que afianzaban el poder del más fuerte, pero Manuel era distinto, todo lo vio desde lejos, nunca se había peleado, ni en el colegio, ni en el barrio con sus amigos de infancia, a lo mucho había discutido con los cobradores de “combi” ¿y quién no?. En un impulso de valentía y solidaridad por el oprimido, se paro, se acerco, y se pudo delante de su protegido. Los cuatro intimidantes hombres se pusieron tan cerca de él, que creyó ver a través de sus gafas oscuras las horizontales líneas de sus ojos que explicaban la similitud de su raza. Manuel se veía corpulento a comparación de los otros, su sedentaria vida habían hecho que sus músculos aunque sosos se vieran grandes, y por un instante no bajo la mirada. Cerró los puños, no para golpear, sino para soportar el dolor que ya se imaginaba iba avenir. Cuando el silencio ante una tormenta amenazaba con una paliza que nunca en su vida había recibido, se escucho de la parte más lejana del comedor, un silbido como el recorrido de un proyectil que se acercaba, ¡Yamaguchi!, le siguió ¡¡Yamaguchi!! Luego más fuerte ¡¡¡Yamaguchi!!!. Los hombres desconcertados miraron a todas partes mientras que los trabajadores se paraban y repetían al unísono el apellido de Manuel.
Nunca supe como se resolvió el asunto, el hecho es que Yamaguchi- Gumi es la organización criminal mas grande de Japón, y Manuel tenia el apellido dos veces, lo que lo hacia doblemente protegido. Aquellos hombres no quisieron averiguar si realmente estaban frente a un verdadero Yakuza, yo si. Lo recuerdo perfectamente ese día cuando me termino de contar la historia, se termino las cervezas, pidió la cuenta tímidamente y la chica como siempre ignoró su pedido

Texto agregado el 27-03-2012, y leído por 157 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
27-03-2012 Me llamó la atención el nombre, gracias por el momento de lectura, estuvo bueno!!! achachila
27-03-2012 Muy bueno, todo un soplo de aire fresco. Entretenido y ligero. Faltaría depurar algunas faltas y tildes que resultaban algo irritantes pero la historia me encantó. Egon
27-03-2012 ¡De la que se libró! ¡Van mis 5! simasima
 
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