La irrupción especial de Dios en la historia comienza con Abrahán, unos 1800-1700 años antes de Cristo, de Ur, cerca de Babilonia (actual Irak). En su ancianidad, Dios se le manifiesta y le pide que deje su casa, su parentela y tierras, y salga a “una tierra que yo te mostraré”. Y le promete, además de una tierra, una descendencia y hace con él una alianza. 3 elementos importantes en la vida del pueblo israelita, y también para nosotros. (Génesis 12. 15. 17).
Evidentemente, Abrahán era un hombre de mucha fe al obedecer a ese Dios que, de alguna manera, le ha “hablado”. Porque, siendo ya entrado en años, le hace caso, y sale a la ventura. Y durante 25 años Dios le repite su promesa de darle una descendencia, siendo que él y su mujer, Sara, eran ya ancianos. “Mira las estrellas del cielo. Cuéntalas si puedes. Así de numerosa será tu descendencia”, le dice Dios, años después (Génesis 15). Y lo refrendó con un sacrificio sagrado. Abrahán tuvo fe y “esperó contra toda esperanza”, hasta que Dios le cumplió dándole un hijo, al que llamó Isaac (Génesis 21).
Isaac, por su parte, tiene un par de hijos. El menor fue Jacob quien, según el relato bíblico, tuvo 12 hijos que, a su vez, dieron origen a las llamadas doce tribus de Israel. Fue así como llegaron a ser un pueblo, que tomó diversos nombres con el correr de los siglos: Hebreo, israelita, judío.
De la descendencia de Abraham resultarán las 3 grandes religiones monoteístas: judía, musulmán y cristiana, que son diversos caminos de salvación. (Hay otros).
Dios aparece como el protagonista que va dirigiendo los acontecimientos, pero lo hace a través de la libre determinación de cada uno de los diversos personajes bíblicos. No son marionetas en manos de Dios, sino protagonistas humanos, que van formando un pueblo que, por circunstancias de necesidad, se establece en Egipto, con el peligro de desaparecer. El libro del Génesis (capítulos 37-50), termina esta parte de la Historia de Salvación, relatando la emocionante historia de José.
|