Despierto, por la blancura del sitio donde me encuentro deduzco que estoy en un hospital, pero la mirada del hombre que me observa no es alentadora, carece de expresión, el cubrebocas que porta le resta humanidad, como si me estuviese viendo un cuerpo sin alma.
Se presenta, su voz se distorsiona a través de la mascarilla, es bueno saber que no es doctor, no inspira confianza, pero sin embargo me conoce, sabe mi edad, donde trabajo, donde vivo, también sabe de mi esposa e hijo. Afirma que viene de parte de la empresa con la que contraté un seguro de vida hace ya algunos años, afirma que ante todo, no debo preocuparme por mi familia, por quienes pregunto inmediatamente.
Vienen en camino según dice y quizá pueda despedirme de ellos, no se de que demonios esta hablando, quisiera ponerme en pie, que venga un doctor para explicar que está pasando, pero no puedo mover las piernas y mis brazos están sujetos a la cama.
Espera tranquilamente que gaste las pocas energías que tengo con gritos y forcejeos, cual depredador que observa a su presa agonizar, cuando mi respiración se vuelve entrecortada habla. Ahora se que he sufrido un grave accidente, que los daños en mi columna son irreparables y no podré volver a caminar, siento una extraña ira hacia aquel hombre, no es culpable de nada, salvo de estar frente a mi en un momento inoportuno. De mis ojos brotan lágrimas, el sólo me analiza.
Suena un teléfono, contesta, responde que si cual robot a toda esa charla imperceptible para mis oídos, a excepción de sus últimas palabras: “aun no”. La llamada termina.
Se acerca a una estantería y la abre, me da la espalda durante menos de un minuto, cuando voltea observo que tiene una jeringa en sus manos. Al ver la lucha por liberar mis brazos intenta tranquilizarme, afirma que mi familia ha llegado, pero que debe sedarme para que puedan ingresar a la habitación, estaré conciente, pero sin poder reaccionar, son las reglas. Al firmar la póliza permití lo que ahora esta ocurriendo.
…
Es ella, mi querida esposa, me gustaría poder hablarle pero ni siquiera puedo balbucear, solo mirarla, la droga subministrada por el hombre me ha paralizado. Ella se alegra de verme, su rostro es esperanzador, me entero por sus labios que llevo un mes hospitalizado desde el accidente, ahora que he podido despertar, me tendrán en observación y pronto volveré a casa. Ya no se lo que creer, ya no se si la silueta que observo en aquella oscura esquina pertenece al hombre del cubrebocas o la droga es psicotrópica, mi esposa debería darse cuenta que no estamos solos.
Se despide de mi con un tierno beso en la frente, es el turno de mi pequeño hijo, las reglas son estrictas, solo puede entrar una persona a la vez, entonces que hace ahí la silueta.
Percibo su alegre voz, está contento de verme, tiene una lista de planes para cuando salga del hospital, no pude prestarle atención, mis ojos se han adaptado al nivel de oscuridad que invade a la habitación, el hombre del cubre bocas me parece familiar.
Mi hijo se despide, aprieta mi mano, la puerta cierra tras él y aun puedo sentir a opresión de sus pequeños dedos. Me tranquiliza que se haya ido, la silueta en la oscuridad se torna amenazante.
Se esta acercando, es auténtico, se quita el cubrebocas, ojos y mente no están conectados, todo es tan real, pero la persona que esta parada frente a mi soy yo.
…
Se ha ido, no me queda mucho tiempo, acepto que no habría sido lo mismo, que la discapacidad de mis piernas me hubiera impedido proveer a mi familia como lo hice antes, mejor sería morir sin saber lo que va pasar ahora, pero las normas de la empresa aseguradora son dejar que los miembros de la familia, los beneficiarios, vean por última vez a la persona que morirá, pues pronto será reemplazada por un clon que se hará cargo de ellos, sin que sepan lo que ocurrió.
FIN
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