Confesión nº3


Augusto Correa pelea con fantasmas.
Augusto Correa le da clases a los fantasmas.
Augusto Correa es, cada día más, un fantasma.
Augusto Correa le habla a las paredes. No mucho. Ahora, la mayor parte del tiempo, todo es silencio. Silencio de fantasma.
Augusto Corre educa a los Nadies. ¿Educa?. Bueno, enseña. ¿Enseña?. En fin, pasa las horas fantasma.
Augusto Correa sabe que los Nadies lo serán siempre. Sabe, también, que ellos ignoran su condición de Nadies, y porque ignoran, lo son: Fantasmas Nadies por siempre.
A Augusto Correa le pagan por matar las horas de los fantasmas. Y eso, le da vergüenza.
A Augusto Correa lo felicitan en distintos círculos sociales por entretener a los fantasmas. Y eso, también le da vergüenza.
A Augusto Correa, a veces, lo miran y le dicen al conocer su profesión: “fascinante, debe ser fascinante”. Y eso, no le da vergüenza, le da asco.
En ocasiones, sobre todo por las noches, cuando el doble espejo dibuja lo que ya no es su cama, lo que ya no es él, siente que lo que come, lo que toma, lo que le paga el alquiler, es la tristeza de los fantasmas. Y ahí abandona el espejo y con el llanto atravesado en la garganta corre hasta el baño, abre la ducha y se saca de encima la culpa.
Augusto Correa mira estas letras frías en la pantalla y añora la calidez de la tinta y el pulso en el papel. Recuerda ahora, mientras mira las letras frías en la pantalla y añora la calidez de la tinta y el pulso en el papel, el nacimiento de ese pulso. Recuerda que dibujó entre fantasmas, que mientras los fantasmas fingían ser alumnos, él fingía ser profesor.
Dibujó en el aire rancio de la tiza y la pobreza (porque la pobreza hiede como la misma mierda) un garabato, un reflejo, un dolor en Times New Roman 12. Porque para todo hay medida. Y esta es la suya, la de su confesión.

A.C.
Alter.