CAPITULO I
Y
o era un hombre de malos hábitos, frecuentaba los peores lugares de la ciudad y como si esto fuera poco, siempre tenía a la policía tras de mi.
La mayor parte de mi vida la he pasado drogado o alcoholizado, tirado en algún rincón o adentro de un oscuro calabozo de la ciudad.
Corría el año 2120, la humanidad se había transformado y el mundo entero era un caos; la P.P.P.,
Partido Popular Progresista, era el que comandaba por ese entonces la mayoría de los países del mundo. Ellos dirigían nuestras miserables vidas, nos manejaban sosteniendo en sus manos los piolines y nos movían a su antojo. El que le hacia frente, el que no estuviera en línea con este régimen, autoritario y déspota, se vería obligado a emigrar o a morir por tortura y abandono.
Yo no tenía el valor para enfrentarlos, eran demasiado fuertes para mí, me escondía tras las drogas y el mal vivir.
Recuerdo, con tremendo dolor, la primera vez que estuve en prisión, fue por drogas, tenía en mi poder algunos gramos de cocaína que al parecer de la policía, resulto suficiente para acusarme de narco. Mi ingreso a la comisaría resultó más doloroso que mi recuerdo; lo primero fue la sala de interrogación, estaba iluminada por una luz tenue y tenebrosa; su mobiliario constaba de una mesa de cedro marrón y dos sillas destruidas por el uso y el tiempo. En una de ellas me encontraba yo esposado, con mis manos a la espalda, en la otra, el sargento inspector Ignacio dela Fuente. Me obligaron a decirles mi nombre, mi edad y todo lo que se suponía que sabía.
De hecho, les conteste con la verdad; que mi nombre era Hugo Marcelo Çhamorro, que tenia veinte años, que no tenia residencia fija, vivía en hoteles baratos. Después de mi presentación comenzó una verdadera odisea; me exigían les diera alguna información acerca de un tal Marcos, un tipo que había caído junto a mí en la misma redada
Supuestamente, por lo que pude deducir, se trataba de Marcos Beltran, alias “dragón blanco”, líder de uno de los carteles mas pesado de este caótico mundo. Al parecer no creyeron una sola palabra de lo que dije, no pudieron entender que solo era un simple consumidor que lo habían atrapado por la maldita coincidencia de estar en un lugar y en un día equivocado. Lo que más me duele es recordar como aquellos miserables me golpearon hasta dejarme sin aliento, fui a parar al hospital con varias lesiones, alguna de ellas graves, que me mantuvieron en él durante casi dos semanas.
Al darme de alta solo quedó sobre mí otra causa que aumentaba mi prontuario, bastante pesado por cierto. Es preciso también decir que este recuerdo tiene su lado positivo; entre complicaciones y rehabilitación pude conocer a dos de las tres personas mas importantes de mi vida, una era la enfermera, Laura se llamaba, tendría aproximadamente unos cincuenta y pico; la otra, una voluntaria de apenas diecisiete años; muy bonita y audaz pero tenia un defecto adorable: mentía con toda la dulzura de sus palabras.
Laura, una mujer de extraordinario carácter, muy ágil, poseía un cuerpo envidiable para una mujer de su edad. Su tez morena y su cabello rubio por elección le daban un aspecto sensual que deslumbraría a cualquier hombre. Ella, no se por qué, había logrado que yo confiara; me hizo sentir por primera vez que valía como persona, ella me quería, de verdad me quería y yo, a mi manera, también.
Fue tan grande mi afinidad con ella que no dude en contarle el por qué de mi soledad. Mis padres, Maria Cristina y Ernesto Chamorro; mis hermanos, Julio y Nadia, me habían borrado de sus malditas vidas para siempre; yo no era un ser digno de pertenecer a ella. Me habían echado como a un perro y me prohibieron la entrada a casa de por vida.
Al salir del hospital me instale en casa de ella, previa promesa, de asistir a un centro de rehabilitación y por supuesto alejarme de mis amistades; que en honor a la verdad, eran tremendamente un desastre.
En su casa, ubicada en las afueras de la ciudad, me ubicó en uno de los dormitorios de planta alta. Tenia una cama, las más cómoda que haya yo disfrutado, una mesa de noche con una lámpara que hacia juego con la araña que pendía en el centro del cielo raso. Lo que más me gustaba de aquella habitación era la vista que tenia desde su ventanal, podía observarse el río rodeando la ciudad.
Mientras viví junto a ella, juro por mi vida que quise cumplir mi promesa, pero no pude; sin saberlo ella, empecé a faltar a las reuniones que hacían en el hospital contra las adicciones, de a poco me fui enredando en algún robo para proveerme del dinero que después gastaba en drogas, alcohol y mujerzuelas. Por esta época empecé a tener un contacto mas cercano con otro tipo de drogas, ya no solo consumía cocaína, también me castigaba con otras de alto poder intoxicante. Entre jeringas y robos mantuve una relación amorosa con una mujer llamada Luciana, no recuerdo su apellido, pero me acuerdo bien de sus hermosas curvas y de sus ojos verdes. Aparentaba tener unos veinti y pico de años. Nunca imagine las complicaciones que me traería esta relación. Una noche, después de muchas copas y bastante droga, salimos del boliche “Tediun”, un antro donde asistía gente de muy mala calaña, y nos dirigimos en un auto que pocos días antes había tomado “prestado”, a su supuesto domicilio. Recuerdo que nos estacionamos a metros de su casa y que las condiciones estaban dadas para una gran noche de sexo, y así fue, besos tras besos y caricias que no se detenían hicieron que la temperatura subiera en nuestros cuerpos; la sudoración nos mojaba, la excitación nos consumía y sin pensarlo empecé a desvestirla con la rapidez que pedían mis ganas. Cuando ya estaba listo para una noche de sexo inolvidable, ella comenzó a gritar desesperadamente pediendo ayuda; su grito aun me taladra el tímpano, gritaba sin cesar que la estaba violando. Sin darme cuenta de lo que pasaba, de un salto me volví a mi butaca; en ese mismo momento note que mi puerta se abría y tras un tirón fui a dar de bruces contra el piso. El mismo brazo que me había sacado del interior del auto ahora estaba por encima de mí. No pude ver qué tenia en su mano, solo sentí un tremendo dolor y al mirar en dirección a éste vi como la sangre brotaba a borbotones, en ese instante mi cuerpo dejo de pertenecerme.
Evocar esto me hace avergonzar de mi mismo, hoy creo que fue algo terrible, pero que al final esto le daría un giro a mi vida cambiando todo lo que hasta allí conocía.
Al recobrar la conciencia me encontraba en una habitación reducida llena de aparatos, que al principio no había visto, creí que estaba muerto y me pregunte si ese era el infierno, al momento me di cuenta que no. Estaba sobre una camilla poco mullida sin poder mover un solo músculo, intente aclarar mis pensamientos y trate de buscar en mi memoria algo que me dijera qué era todo esto que me pasaba. Al parecer una chicharra comenzó a sonar y una banda de mujeres y hombres, todos ellos vestidos de ambos blancos y verdes, entraban y salían de la habitación. Fue tan confuso todo lo que ocurrió después, que no logré capturar en mi memoria ni un mísero detalle de aquella situación. Mi recuerdo me lleva, al momento en que los médicos y las enfermeras ya no corrían y el ambiente ya se habia relajado; pero a su vez, el aire era denso. El olor a hospital me revolvía las tripas. Sin mediar alguna palabra que me sacara de aquella incertidumbre, un camillero con ayuda de dos personas más me pasaron a otra camilla, solo llevaba puesto un suero que colgaba detrás de mi cabeza. Sentí un dolor agudo en mi bajo vientre al ponerse en marcha la camilla tirada por el camillero; recorrimos un largo trecho por un corredor repleto de personas enfermas que se entremezclaban con trabajadores del hospital. Al final del pasillo entraron a otra habitación, aquí ya no estaba solo, había más de cuatro camas y por lo menos tres estaban ocupadas; también pude notar que era más luminosa y menos aseada que la anterior. Me pasaron a mi cama y allí me dejaron solo y tan confundido como antes. Lloré intensamente por un largo rato hasta que me dormí, un poco por el dolor que sentía y otro tanto por no entender que estaba pasando.
No sé cuánto tiempo estuve entregado a los brazos de Morfeo, pero al abrir mis ojos me encontré que dos personas me miraban intensamente, que se hallaban paradas al pie de mi cama. Uno de ellos, el doctor Gonzáles, fue el que me aclaro mis dudas; me dijo que habia estado en coma durante treinta y cuatro días y esto habia sido consecuencia de las graves heridas producidas por un arma blanca, de hecho me contó que habían sido siete puñaladas esparcidas por todo mi bajo vientre y que estas habían puesto mi vida en peligro. Las lesiones habían afectado varios órganos internos pero también habia sido afectado mi sexo, dos puñaladas agujerearon el escroto y dejaron mi pene separado de él. Cuando el medico termino de explicarme los por menores de lo sucedido, le dejo el turno al otro hombre; este, por su apariencia, no tenia nada que ver con el hospital; era enorme, o así lo veía yo desde la perspectiva que tenia, estaba bien vestido, usaba traje de corte clásico de color oscuro que hacia juego con sus zapatos. Su piel trigueña se veía castigada por el tiempo y sus arrugas daban cuenta de sus años; debería tener aproximadamente unos cincuenta largos, no tengo memoria para los números. Por el distintivo que llevaba en el bolsillo superior de su saco, me di cuenta que se trataba de un sargento inspector del P.P.P., no se si quería seguir escuchando, el solo hecho de verlo ahí no me daba indicios de nada bueno, sabia en lo más profundo de mi ser que a continuación ese maldito me diría algo terrible; y así fue, al abrirse su boca comencé a escuchar lo que nunca habia querido oír.
Se me acusaba de violación, robo de autos, perversión de menores y no se cuantas cosa más me dijo. También me aclaró que estaba detenido y que al darme de alta en el hospital iría a parar a una prisión hasta que un juicio determinara mi condición.
En ese instante se me aclararon los recuerdos y tuve ganas de morir, que en ese preciso momento, el mundo desapareciera y yo junto con él. Esa perra maldita, la de esa noche en el bar, era la responsable de todo esto que me estaba ocurriendo, ¿por que demoños no le pregunte su edad? Ella no me lo hubiera dicho, pero entonces ¿Por qué no la mire mejor? de cualquier manera ya era tarde para algún reproche. Todo estaba dado, elle era menor, solo tenia diecisiete años y además era la hija de un renombrado juez del P.P.P.
Por este delito podían sentenciarme a muerte o lo que seria peor, enviarme por el resto de mi vida a las prisiones que construyeron en el país, el Partido Popular Progresista, por lógica, en mi cabeza empezó una batalla de pensamientos que mezclaban sentimientos de odio, de temor profundo, de desolación y desconcierto. Yo sabia perfectamente que no habia violado a esa perra y mucho menos pervertirla, de lo único que era culpable es que era un pobre drogadicto bueno para nada. Esta situación desemboco en una crisis nerviosa que llevó a los médicos a sedarme.
Me llevó varios días caer en la cruel realidad y reponerme de semejante realidad y por largos días más no quise hablar, no quise oír; solo quería que todo terminase allí mismo. Hubiera deseado que todo fuera una alucinación, como aquellas que solía tener bajo los efectos de la cocaína, o quizás creer que todo era una horrible pesadilla y que de un momento a otro me despertaría con la luz del sol entrando por la ventana del dormitorio, en casa de Laura.
Pero este silencio en el que estaba sumergido no duraría mucho, Laura con su inmensa paciencia y ocupación me daría la fuerza necesaria para continuar viviendo y para enfrentar el juicio que se avecinaba.
Por lo menos, creo haber estado unos veinte días más internado y en esos días conocí al abogado que me representaría ante el juez que intervenía en la causa, por supuesto éste era un abogaducho de cuarta impuesto por el tribunal. Recuerdo vagamente su nombre, creo que se llamaba Federico Alvarez; era un hombrecito en miniatura, no alcanzaba el metro sesenta, flaco y desgarbado pero vestía siempre muy bien. Yo pensaba que el creía que esta ropa le cambiaba su fea estampa. Con respecto a mi caso no tenía la menor duda que era culpable, de modo que de antemano y aunque fuera mi defensor yo seria sentenciado sin mediar un juicio justo.
Tenía todo en contra y mi panorama se oscurecía a cada minuto, Laura era la única que me inspiraba confianza, pero a pesar de su fe todo se fue dando de acuerdo a lo esperado.
El alta del hospital llego mas rápido de lo que habría querido. Me sacaron de allí esposado y custodiado por dos hombres que portaban armas reglamentarias, me quise resistir al principio, pero en el mismo instante que lo intenté me hicieron notar que con ellos no se jugaba. Recorrimos unos quince kilómetros hasta la prisión Viejo Bueno, allí me tocó esperar hasta que después de un buen rato me dieron la entrada, Tuve que dejar todas mis pertenencias, me tomaron las huellas dactilares y las fotografías correspondientes. Luego pasé a un sector donde se me practicaría la revisación pertinente, me vacunaron por no se cuanta cosa y me mandaron a las duchas. Cuando todo estuvo en orden me llevaron a mi celda; no media más de dos por dos y hacía las veces de comedor y baño. Se respiraba un olor nauseabundo que provenía, supuse, de las celdas restantes abarrotadas de personas que gritaban y maldecían a cuanto guardia se les acercara. En mi celda tampoco estaba solo, habia por lo menos seis personas más, todas me miraban en silencio pero yo sabia perfectamente que ese mutismo significaba que me estaban estudiando para sacar sus propias conclusiones. El caso es, que yo estaba ahí sólo esperando que me condenen; el juicio daría inicio en aproximadamente veinte días.
Casi podría decir que aquellos días de prisión fueron buenos, si los comparo con lo que vendría; en ese tiempo de estadía tuve la oportunidad de ver solo dos o tres veces a mi abogado; pero mi querida Laura no faltó a uno solo. Ella me traía cada día ropa limpia y la comida, también controlaba mi salud; de hecho muchas veces se fue preocupada por mi estado, tanto físico como psicológico, el síndrome de abstinencia estaba dejando su huella en mi cuerpo, en mi mente, en mi alma.
CAPITULO II
Por aquellos días el país se dividía en dos, de un lado el P.P.P., tiranos y déspotas que habia llegado al poder después de derrocar al último gobierno democrático en una revuelta que habia dejado como saldo, muertos, heridos y medio centenar de personas detenidas acusadas de traición. Por el otro, los revolucionarios cuyos ideales eran defendidos hasta la muerte. Ellos pretendían transformarse en los portadores de un país mejor. Ellos traían consigo el deseo de cumplir un sueño utópico; desterrar para siempre del poder a los opresores del pueblo, arrancar de raíz a los dirigentes del Partido Popular Progresista.
El ejército de revolucionarios estaba conformado por un millar de hombres y mujeres valientes y temerarias unidos por un mismo fin. Ellos eran guiados por un hombre, Mendez, por demás inteligente que quería la libertad para su pueblo y tenia absolutamente decidido su destino y sus metas.
Méndez tenía una estatura acorde con su fuerza, tenía el rostro redondo y surcado por el paso del tiempo. Su mirada reflejaba la vida que llevaba pero era penetrante y firme. Era un hombre tranquilo y transmitía su seguridad, trataba de inculcar a sus soldados la idea de ser libres, los capacitaba para manejar sus propias vidas; él tenia el don para lograr que aquellos que llegaban trayendo consigo espíritus abatidos se transformaran en almas sedientas de libertad e independencia.
Los revolucionarios combatían al P.P.P. con tácticas bien definidas y minuciosamente estudiadas pero siempre lo hacían en inferioridad de condiciones, a pesar de esto, en el campo de batalla no se llegaba a notar debido a que, al saberse menos ofensivos, duplicaban su esfuerzo.
La mayor parte de su armamento era viejo y obsoleto y lo adquirían a muy alto precio del mercado negro a través de traficantes. También poseían algún arma rescatada en los enfrentamientos, la que contaba con mayor tecnología.
La mayoría de los ataques se hacían a dependencias del partido, lugares estratégicos que al destruirlos lograran el efecto de debilitar al enemigo. Cada embestida provocaba bajas en los dos frentes pero en realidad se sentía más del lado de los rebeldes ya que no contaban con una reserva importante de soldados como el Partido Progresista.
En medio de estos dos grupos antagónicos se encontraban todos los que de una manera u otra no encajaban en sus perfiles. Gente que vivía de su trabajo y no tenia conciencia de lo que realmente estaba pasando y gente que no demostraba interés por la situación política del país, Seres invisibles por los que nadie daba un céntimo.
La ciudad capital era la más atacada por los rebeldes debido a que en ella se encontraba los edificios más importantes del P.P.P., ellos lo sabían y por eso habían duplicado los efectivos de seguridad en cada uno de sus torres. Se suponían impenetrables pero la logística empleada por los hombres de Méndez los habían puesto en jaque más de una vez.
Sobre la avenida principal se erigía la torre más alta, era sobria y sin demasiadas cosas que llamaran la atención; en su noveno piso se hallaba la oficina del General Gutiérrez, un hombre gordo y desprolijo que no dejaba de fumar a pesar de que se lo habían prohibido. Su oficina hacia juego con su persona; habia carpetas amontonadas sobre su escritorio, sobre el fichero y hasta el sillón de dos cuerpos estaba tan lleno que a cada rato habia que levantar una parva que resbalaba al piso lleno de tierra y colillas de cigarrillos.
Eran las nueve de la mañana y el sol entraba por la ventana entibiando la redonda cara del General. Alguien golpeo la puerta y tras su permiso un cabo del ejercito se dirigió a él y le entregó una nota la cual lo puso de muy mal humor; ésta le anunciaba otro ataque que los rebeldes habían asestado a la oficina de finanzas con muy malos resultados para el P.P.P.
Gutiérrez supuso que esto le causaría un gran dolor de cabeza, ya que, como jefe de seguridad, toda la responsabilidad caería sobre él.
Los rebeldes habían transformado en escombros la cede de finanzas del P.P.P., un paquete bomba que habia entrado por el correo local habia sido detonado al abrirse, sin que los medios de seguridad hubieran advertido su presencia.
El motín de guerra fue caudaloso, pudieron levantarse con varios miles de dólares en efectivo y varios documentos que le servirían para intercambio.
Mendez habia quedado conforme con el golpe; él sabía que cada triunfo lo acercaba más a su victoria final. Cuanto más debilitado estuviera el enemigo más posibilidades tendría de lograr su objetivo. Él conocía a través de un exhaustivo trabajo de inteligencia, cada movimiento de los seguidores del partido; al cual odiaba con toda su alma. Pero también sabía que su carta de triunfo estaba puesta en: primero sacar de en medio al General Gutiérrez, y segundo, mandar al otro mundo al Teniente General Orlando Benjamín Zarate, jefe del ejército y Presidente de facto del país. Sin ellos el partido quedaría acéfalo y el resto caería en efecto dominó.
El triunfo ya estaba muy cerca, y Mendez estaba convencido que para lograr el éxito total, necesitaba sumar más gente a sus filas, más y mejores armas, más estrategia y por sobre todo poner a pleno el uso de su inteligencia.
Cada hombre que entraba a sus filas era entrenado por gente especializada en artes de guerra, táctica y logística. Mendez conocía la responsabilidad que recaía sobre sus hombros, pero su gente confiaba en él, no podía fallarles. Estaba dispuesto a entregar la vida por sus ideales y por aquellos que lo seguían.
Mientras en el suburbio de la ciudad se gestaba el último golpe al P.P.P., en la ciudad el General Gutiérrez se reunía con el presidente de la Nación. Entre los dos habia, además de una cadena de mando, una amistad que habia nacido cuando los dos ingresaron al ejército. Lamentablemente para Gutiérrez este encuentro no era de camaradería, el último ataque de los rebeldes habia revolucionado las altas esferas del poder hasta sus entrañas y él recibiría la peor parte.
Zarate lo espera en su despacho, se encontraba muy preocupado por la situación. Se sentía rodeado por ineptos incapaces buenos para nada. Seria posible qué nadie pudiera detener a los perros salvajes, así se conocía en este ambiente a la gente de Méndez. Eran tremendamente inferiores a ellos, o así lo creía él, pero los había subestimando y por ese gran error los estaban pasando por encima.
Gutiérrez entró al despacho con una disculpa preparada, pero de nada le sirvió cuando se enfrento a Zarate. Éste lo insultó como saludo y el jefe de seguridad no pudo más que escuchar la sarta de improperios que le infirió.
Luego de desahogarse le propuso que reuniese a su gente para implementar una nueva táctica de defensa;
- General, usted sabe que mi gente es experta y nada improvisada.
- Lo sé, pero eso, no esta siendo suficiente, recuerde, sin ir más lejos, lo que nos ha costado el último ataque de los rebeldes.
Después de una larga conversación, Gutiérrez se retiró del despacho pensando que debía hacer algún ajuste con su gente. El sabía que la falla era del sector de informática, el sistema de detección de explosivos no habia funcionado bien, por lo que decidió dirigirse directamente al edificio Comodoro Ruiz Beltran donde funcionaba la base de datos y la oficina del Mayor Oscar Villagrand, ingeniero en sistemas.
Al entrar al edificio se dirigió directamente a la oficina del Mayor. No tuvo necesidad de anunciarse – lo estaba esperando- dijo el Mayor mirando al recién llegado
-Espero que usted pueda darme la explicación correspondiente- y sin dejarlo contestar, continuó, - y espero, por su bien, que sea una respuesta atinada y coherente.
- General, no se que demonios sucedió, los sistemas funcionan de manera normal, nada hacia suponer que ese paquete traía una bomba. De cualquier manera los restos están siendo sometidos a pericias para determinar cual fue el motivo por el cual nuestro sistema no la detectó.
-Mayor necesito ese informe en cuanto lo tenga. Necesito saber cuan inteligentes son nuestros enemigos.
Sin más que decir, se retiró. Controló la hora y se dijo a sí mismo que ya habia hecho más que suficiente por todo el día. Necesitaba un buen baño de inmersión, y un poco de relajación tampoco le caería mal. Se dirigió a su casa en el Renault 21 que habia comprado el año anterior. Pensó, camino a su domicilio, en cuánto iba a disfrutar la cama después del baño.
Era cerca de media noche y Gutiérrez ya estaba profundamente dormido, el sonido de la campanilla de su celular lo sobresaltó y en un primer momento no tuvo la voluntad de atender, pero el sonido era insistente y no tuvo más remedio que hacerlo.
- Buenas noches señor Presidente- se aclaró la garganta, miró su reloj pulsera y continuó,-¿a qué debo su llamada a tan alta hora de la noche?
- Escuche muy bien lo que voy a decirle- hizo una pausa como para asegurarse que del otro lado él prestara mucha atención.- Llegó a mis oídos el rumor, y de muy buena fuente, que los próximos blancos de los rebeldes seremos usted y yo. Se notó un cambio en la voz, - y sin nosotros, usted lo sabe muy bien, el partido se muere.
- Señor Presidente, no se quien le ha dicho esas cosas, pero creáme, estamos muy bien protegidos por el partido, además mi gente está muy alerta, ya tuve una charla con ellos.
- Espero que sea como usted dice, de cualquier manera estoy bastante preocupado. Últimamente, la seguridad fue vapuleada por los rebeldes y no confío demasiado en ella.
- Pierda cuidado señor Presidente, voy a duplicar el esfuerzo de nuestra seguridad. Que tenga usted muy buenas noches.
Gutiérrez ya no pudo conciliar el sueño. La preocupación del Presidente era justificada y realmente lo habia puesto demasiado nervioso. Pensó que sus próximos pasos deberían ser muy cuidadosos, de eso dependía su vida y la del Presidente.
Con la angustia que sentía pensó en despertar a su esposa para refugiarse en ella. Pero se convenció que era preocuparla sin sentido y la dejó continuar en sus sueños.
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