Confesión nº2
Escupo sobre la hoja que escribo. Escupo sobre la posibilidad de que estas letras expliquen algo. Escupo sobre la esperanza que a alguien (incluso a mí) esta concatenación de mentiras pueda despertar.
Para los que no me conozcan, mi nombre es Augusto Correa. Soy profesor de Literatura, es más, soy una mentira literaria. Como todas las mentiras, como toda la literatura. Ah, y soy amigo de Arsenio Wyca. Y sí, mi amigo está loco. Y yo también. Y desde algún lugar de mi locura tendré que acostumbrarme a este amor de trapecio sin red.
Hace unos días se sentaron a charlar, a nadar en un whisky de invierno, Arsenio Wyca y Augusto Correa. Y vos, que sabés de corazas y refugios siniestros, te darás cuenta de lo que es un alter ego. Así, estos dos hombres (porque no me atrevo a decirles personajes), me rebelaron que estoy loco.
Wyca me explicó en detalle que todos estamos locos, y que falsamente me empeño en creer que la locura es una puerta a algo, una nueva visión de la realidad. “La realidad es esta, y si no la ves, estás loco; y si ves otra cosa que no está ahí, que no es real, estás loco. Claro que si lo ves, y está ahí, y yo no lo veo, el loco soy yo” –dijo Arsenio.
Lo miré, porque a otra cosa no atiné, y me pregunté en silencio desde cuándo este desquiciado es un tipo lógico.
-Exactamente, un tipo de lógica –me contestó sin que le preguntara.
Ahí supe que me mentía y se mentía. ¿Por qué?. Para seguir vivo y atado a algo. ¿Para qué?. (Y esto sí se lo dije).
-Para no saltar por la ventana –y me señaló el balcón. –Nosotros tenemos una ventaja (¿con respecto a quién?): escribimos y... –no dijo más, pero miró el vaso vacío y sirvió otra ronda.
-Sabés de algún escritor borracho al momento de enfrentar la hoja.
-No –le contesté.
-Claro que no. La literatura, por sí sola, alcanza.
-¿Todos estamos locos? –le pregunté detrás de un largo silencio.
-Todos no. Vos y yo. Nada más. Pero vos no querés sentirte tan solo. –y la gata, sombra negra de la presencia, en un descuido descuidado y desprolijo, se llevó un maní de la mesa (sí, un maní, la realidad es más literaria de lo que se cree), y nos distrajo el segundo necesario para no caer en la cuanta de todo lo que debemos.
-Vos –y su dedo se me clavó en el pecho- escondido en tu profesorado, en la sacra docencia, en el abc responsable, sí, vos (y el dedo me escarbaba el alma), estás loco. Ojo, hay grados, escalas, círculos...
-¿Cómo en el infierno? –lo interrumpí.
-Como, no. Es el infierno.
Y antes de que le hablara de vos empezó el discurso del brujo, del escritor, del asesino en sueños cada vez más reales, de la barba de raíces desconocidas, de mi hermano, de mi vecino Arsenio Wycca de la Soria:
“Existen varios tipos de amor, pero fundamentalmente son dos: uno, tranquilo, calmo, sereno, de 8 a 17, de oficina, de fondo de cacerola y terreno baldío, de hoy qué cenamos, de sexo los sábados a la noche, de cabotaje, de cena con amigos los viernes, de vacaciones en la costa, de gris, de no me grites, de en público no, de escribir ni en pedo, del vino en soledad, de leer nada más que para el aire que cada vez te cuesta respirar, de crepúsculos inconclusos.
El otro (agarrate), nervioso, de rosas con espinas, maremoto, maremagnun, al aire libre, de estrellas, caótico, sin cena y a la cama (o con cena en el almuerzo y con el desayuno en la cena), de cachetazo y caricia, de besos que muerden, de sol, de nubes, de cielo nublado y a punto de caerse, de escribir, de vino que no alcanza, de amaneceres que se despiertan a las dos de la mañana, de Dios y el Diablo en el mismo cuarto, de vos, de esta foto lamiéndote las heridas.
Vos tenés una mezcla de todo eso. Arreglate, hermano. Pero sobre todo aprovechalo.”
Apuré el último vaso de un sorbo, me di cuenta que estaba citando a Sabina, agarré (porque yo no tomo más que whisky y vino, yo agarro) mis petates y me fui con un tiro en la nuca a conciliar el sueño. No dormí demasiado, pero concilié mis sueños y los de ella.
¿Quién me cree?. ¿Quién cree que esto en verdad pasó?. ¿Quién mastica este vidrio molido?.
A.C.
Alter.
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