El día recién comenzaba a amanecer, cuando lo encontró a don Pedro abriendo las ventanas disponiéndose a tomar unos mates.
No había dormido bien, quizás, debido a la ansiedad por la espera, Este domingo era para èl un día de encuentros y de familia.
Muchos recuerdos habían pasado por su cabeza, llegaron de tiempos pasados de la mano de las imágenes y de las voces de los seres amados, bajando en el tiempo entre las brumas y el deseo de reencontrarlos nuevamente, para vencer esta soledad y este vació de presencias y amor.
Barrió el patio, tendió su solitaria cama, saco al patio el enorme mesón asiéndose lugar entre la puerta que se lo impedía y su propia incapacidad, no podía esperar ayuda toda tenia que estar en su lugar, cuando Miguelito, el Francisco y Mercedes la hija menor llegaran con sus dos amados nietos.
El parral y los masetones hartos de malvones y pensamientos realzaban el amplio patio con un toque de hogar que a pesar de los pocos cuidados que el viejo Pedro pudiera dispensarle, conservaba en cada rincón del gran caserón.
Termino de abrir todas las ventanas y las puertas para que el aire fresco y perfumado invadiera toda la casa, llenándola de luces y de contrastes,
Se afeito con torpeza pero con cuidado a no cortarse, le espantaba la idea de que Pablito tuviera miedo de besarlo debido a la impresión que causaba la sangre y las heridas, el pequeño que todo lo quería saber y todo lo preguntaba torturando con la insistencia al viejo abuelo que todo se lo permitía,
Busco en el ropero su mejor gala, desdoblo un gris pantalón con desusados tiradores al que acompaño con una blanca e inmaculada camisa de fina confección, planchada y guardada de hace mucho tiempo , Hurgo en los cajones de la mesita de luz hasta encontrar un hermoso reloj de bolsillo que Carmela le obsequiara para su cumpleaños hace mucho tiempo ya casi olvidado en la distancia que aísla y sepulta los recuerdos ,lo guardo con decisión y elegancia en el bolsillo inferior dejando a profeso la brillante y larga cadena de oro a la vista,
Se miro de arriba abajo y se sintió bien, acomodo las sillas después de repasar y de contar cuantos serian a comer, ocho sillas de altos respaldos de paja tejida dispersó alrededor del gran mesón y una mantilla de fino hilo acomodo en una de ella, mas precisamente la que se hallaba al lado de la que desde siempre se destinaba a él, por esas cuestiones del respeto y de las tradiciones que le trasmitieron los suyos,
Un jarrón tallado en exuberante vidrio lleno de coloridas flores puso en el centro de la mesa aprisionando al bordado mantel bajo su peso, una transparente y reluciente vajilla retiro del aparador, de una en una limpio con cuidadoso esmero cada pieza que luego soplaba con un detalle de fineza con la que dada por terminada la tarea, Vasos, platos y grandes ensaladeras, finas copas y espejados cubiertos desparramo con buen gusto sobre el paciente mesón, repasando y controlando que nada faltara para la esperada reunión,
El día anterior lo había sorprendido la noche terminando de cocinar y dar los últimos toques a lo arrollados y a la carne de lechón asada a las brasa lentamente, para que no haga mal, para que pierda las toxinas – es por los mas pequeños – diría después ,como a él le gustaba dar las explicaciones llenas de matices y sabiduría.
Escabeches, matahambres y mucha ensalada bastaría para calmar el apetito nunca satisfecho de sus muchachos, trataba de convencerse el viejo Pedro y continuaba agregándole algo más al menú.
Empezaba a impacientarlo la espera mirando con ansiedad el fondo del parral que llegaba hasta la calle como un túnel de oscuras sombras de parras y rosales entrelazados, agudizaba sus oídos al menor ruido y se alertaba de todo cuanto a su alrededor sucediera.
El mate esperaba caliente y una gran fuente de fruta ya estaba lista para sus nietos, Caminaba de un lugar a otro por el gran patio, tranquilizándose y repitiéndose,- algo les habrá pasado, quizás se demoraron comprando algo, seguía repitiéndose don Pedro que no paraba de hablar solo en la monótona y exasperante rutina de esperar.
Contemplaba todo a su alrededor desde una silla con las patas cortadas, cuando un trueno de voces y gritos corrían hasta él. Desde el fondo del frondoso túnel, con los brazos abiertos y extendidos en una loca carrera en que a punto estuvieron sus dos pequeños de hacerlo rodar por el suelo, llegaron y se colgaron de sus brazos y de su cuello llenándolo de besos y de caricias que al solitario viejo le ponían alegría en su cansado corazón
Un emotivo y bullicioso feliz cumpleaños se repitió hasta que don Pedro no aguanto mas soltando pesados lagrimones.
Mercedes como toda mujer quiso saber si algo faltaba por hacer, mientras corría de su lado a los pequeños , que buscaban por los rincones y los cajones las sorpresas que el anciano les reservaba en cada encuentro, eran cosas simples echas con sus manos, donde ponía el corazón en cada detalle, para los niños que habían crecido amándolas y necesitando de ellas aun que fuera por un instante solamente, para saberse queridos y recordados por ese abuelo viejo y solitario que andaba ablando solo y les contaba largas historias de dolor y de amor.
Juancito era quien mas lo extrañaba y a su madre decía – vamos a la casa del abuelo loco – esto no hería a Mercedes que sabia del amor del pequeño.
Abrazado a sus muchachos el viejo recorrió el patio mostrándole los arreglos del revoque y el injerto a los rózales y orgulloso señalaba a sus hijos lo hermoso que estaba el parral y se ufanaba lleno de alardes que todo se debía a una buena y oportuna poda y señalaba con sus manos las uvas que comenzaban a pintarse de manchas negras y doradas, de amarillos y rojos.
Pregunto a Miguel con autoridad por su trabajo y con ternura por su vida quien respondió con respeto complaciendo al viejo que ante la sorpresa de sus hijos agrego - no desilusiones a tu madre, Carmela con su salud no lo soportaría -. Los dos muchachos lo miraron en silencio, entre la ternura y el dolor apretó las manos del padre y nada dijeron. Y cuando Francisco estuvo a punto de lagrimear, su mujer lo llamo a los gritos, enumerando con admiración y alegría todo que había para comer.
Miguel entro a la vieja casa y recorrió sus cuartos en silencio y vacíos, se detuvo frente a los amarillentos retratos y repaso su infancia en las cosas que aun perduraban.
Mercedes no se cansaba de acariciar y de peinar con ternura y con sus manos la cabellera fina y blanca de su padre que la sostenía sentada en su falda, como cuando niña, les hacia notar a sus hermanos, que de esa manera la recordaban cuando caprichosa y mal criada le permitían cosas que a ellos prohibían
Sentó a todos a la mesa, a la cabecera él, a su izquierda Francisco, en la otra punta Miguel, a su derecha mercedes con los niños y del otro extremo su nuera.
Él se hizo esperar hasta que apareció trayendo en ambas manos dos jarras de vino, en un tono lleno de alegría Pedro a los gritos se decía – espero que este año me allá salido mejor, el del año pasado no pudimos tomarlo y continuo riendo con tanta ganas que contagio a los suyos que festejaban su alegría
Es la sangre de Cristo, la sabia de la vida y une a los hombres en la alegría y en el dolor, sentenciaba con seriedad y convencido de sus apreciaciones.
Se llenaron las copas, se brindo y se canto asta el cansancio el feliz cumpleaños y las copas se volvieron a llenar y de la comida nada quedo, el café le puso una pausa al vino, que a esta altura comenzaba a hacer efecto, los ojos brillaban y el corazón se expandía buscando un respiro de vida.
La gran torta se dividió en pedazos y termino reducidas en migas y la blanca vela que representaba a las ochenta y unas faltante la guardo Mercedes quien llenaba los vasos de burbujeaste sidra. El abuelo llamo a sus pequeños y pasando con ternura sus dedos por el fino cristal de la copa, los invitó a ver a través del cristal, como se desvanecían de una en una las burbujas, ven - decía – son como la vida, hay que apurarse a beberla por que si no se nos escapan. Se abrieron los regalos , el viejo Pedro a pedido de sus hijos se probo el grueso pulóver de lana que le trajera Miguel, los guante y las medias que los pequeños le regalaron las mostraba a los gritos a los pequeños que rogaban al abuelo que las estrenara, ahora .abuelo, ahora, gritaban doblando la resistencia del viejo emocionado
Francisco fue el ultimo en acercase con su regalo ,que el anciano desenvolvió lentamente cuidando no romper el envoltorio , un hermoso y tallado porta retrato se dejo ver, Mercedes corrió hasta el cuarto y regreso con una foto donde podía verse a Carmela y a Pedro jóvenes y felices, ella sentada ,él de pies como un caballero, ella de un radiante blanco, él de negro estricto con encharolados zapatos de largas puntas,
El viejo Pedro poso con ternura y triste nostalgia los dedos sobre el rostro de Carmela, quien parecía mirarlo desde la quietud, a través del tiempo y de los recuerdos. El buen padre el querido abuelo necesitaba del aire fresco y de re encontrarse con sus fantasmas, los que de tanto en tanto venían a su encuentro de la mano de la soledad compañera del dolor.
EL abuelo esta cantando- avisaba Juancito corriendo por el patio, Tarareaba el viejo, con los ojos fijos en el distante espacio que lo separa de la distancia final, - Hay Maruza, Maruza mía que le as puesto a mi vida, un salero para mi boca amarga y una espina a mi corazón. Y volvía repetir aquellos versos de su amada Galicia. Francisco miro a los hermanos y pidió que callaran, para escuchar con dolor, el dolor que hiere el alma, por que aquellos versos callan más de lo que nos dicen. Seguía el viejo Pedro cantando entre dientes con Juancito colgado de sus brazos pidiéndole – - abuelo cántala toda - queriendo saber como termina.
Lograron con paciencia y amor sentar al triste viejo que no opuso resistencia y se dejo guiar asta la silla que lo esperaba juntos a sus hijos a punto de partir.
Extendió su mano acaricio la mantilla y tomo una mano que el solo veía y podía sentir, casi en voz baja lo oyeron decir,- estas feliz vieja, vinieron todos, y sabes, Miguel a prometido quedase, ya no vamos a estar solos...
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