Tiró el sobre vainilla sobre la carpeta y mientras se iba no se escuchaba más que sus zapatos de charol. Habíamos escuchado ese traqueteo desde que entramos al colegio. Terán y él eran amigos desde antes, y juntos fundaron la Mesa Redonda. Seguro esa es la razón por la cual Quemado y los otros se siguen preguntando porqué entonces lo jodió de maricón por casi cinco años y lo retó tan provocadoramente ese viernes.
—Arturo Chupapingas Sandoval— decíamos en coro con voz solemne.
Recordaba ese bautizo en primero de secundaria, mientras Chicho tomaba el sobre frente a las ansias que se habían formado alrededor de mi carpeta. Ese apodo lo persiguió hasta quinto y nadie se cansó de decirlo, ni siquiera el día en que comenzó todo. O, más bien, que empezó el final.
—Las damas primero.
—Anda, Sandy, te llaman— Terán con la boca tapada para hacerse eco.
Las carcajadas masculinas reventaron en el salón. Las mujeres siempre eran más compasivas. El profesor trataba de guardar la calma chistando. Sandoval no decía nada, sus ojos avergonzados.
Cuando las chicas estuvieron fuera, los varones salimos, no sin antes advertir a Arturo en el oído, seguido de un lapo: “Los indefinidos al final, Chupapingas”.
En la cancha, tocaba elegir los equipos. Como de costumbre, Cano, Arturo, su mancha, e Iván Baca no jugaban. De todas maneras, Quemado soltó con su voz de robot: “Oye, Sandy, ¿no vienes? Ah, no, verdad que le vas a tomar fotos a nuestras piernas”. Según Terán, eso era lo único que hacía en Física gracias a la justificación firmada que tenía. Nadie nunca pudo comprobar que fuera así. Las fotos que le veía en la cámara eran de sus amigos y una que otra jugada interesante del partido. Recuerdo que alguna vez le pedí alguna. “Es lo que mejor me sale”, decía y yo estaba de acuerdo con él.
—¿Vas a tomarle foto a mi culo, Sandy?
—No jodas, huevón. No soy maricón— contestó molesto.
—¿Cómo que no eres maricón, huevón?— participó Terán —. Si ha pasado un culo de tiempo desde que lo descubrimos y nadie ha dicho lo contrario.
—¿Que descubrieron qué, baboso? Tú sabes la verdad.
—Ooooooy— agudizó la voz y miró a los demás —. ¡Yo sé la verdad! No te digo que eres maricón.
—A ver pruébalo.
Terán se puso serio.
—A ver pruébalo tú.
Todos nos miramos. Chicho iba a hablar pero Terán lo calló con la mirada. Chicho se había encargado de las apuestas del salón toda la secundaria. Los que no estuvieron con nosotros en la primaria no tenían idea de que esa tradición fue idea de la Mesa. Ese día era insólito: cuando eran amigos siempre participaban juntos, cuando dejaron de serlo jamás se habían atrevido a retarse.
—Renzo, a que no te das tres volantines seguidos.
—¿Tú puedes?
Los dos niños rieron y el año siguiente intentaron lo que hicieron en un parque, en el cemento de un patio de colegio. Dijimos nuestras primeras lisuras después de intentarlo varias veces. Ellos siguieron inventado pruebas y nosotros tratábamos de pasarlas.
Sus papás eran amigos, por lo que casi se criaron juntos y todos los fines de semana la familia de uno visitaba la del otro. En esas visitas preparaban el juego que nos contaban el siguiente lunes. Una vez, con meses de anticipación nos retaron a comprarnos zapatos como los de Arturo. Armamos una bulla tremenda en el segundo piso durante el recreo, después pasamos por la dirección.
El primer sobrenombre que le puso Terán a Sandoval fue Rey Arturo. Y un lunes de agosto, el Rey y Lancelot (Terán) nos informaron que seríamos los caballeros de la Mesa Redonda. Desde entonces, muchos quisieron unírsenos pero habíamos acordado que era exclusivo. Todos tenían que pasar por la aprobación de la dupla, que para nosotros era imposible de separarse.
La primera oportunidad de su alejamiento, sin embargo, fue el nacimiento de la hermana de Terán en segundo de primaria. Hubo meses en que Arturo dejó de visitarlo porque no soportaba la bulla, y Terán no podía salir de su casa porque tenía que estar con su hermanita. Sin embargo, los caballeros salieron victoriosos del Dragón, como llamaron a Ximena.
Quemado fue el segundo en ver lo que contenía el sobre. Como Chicho, se retiró lívido y en silencio. En la puerta se cruzó con la cabeza de Díaz. “Terán, Stephany te está esperando. Baja”. Stephany Galindo fue la primera y probablemente la única chica que le gustó al Rey Arturo. Nos lo confesó a la Mesa en uno de los primeros recreos del cuarto grado de primaria. Nadie sabía entonces si le gustaba a Terán. Lo único que hizo fue no admitirla cuando Arturo la propuso como miembro.
—Ella es una dama. Las damas están solo para ser rescatadas— fue todo lo que dijo.
Esa fue el segundo peligro de distanciamiento, pero al final el asunto pareció ser olvidado y nos resignamos a que la Mesa no iba a poder ser usada para acercarnos a las chicas.
Cuando me pasaron el sobre, solo tenía en mi cabeza el tercer momento. La teoría más creíble de lo que sucedió cuando entramos a secundaria la dijo Cano. “Simplemente crecieron. Ahora cada uno tiene gustos diferentes y Arturo ya no quiere estar con nosotros, ahora solo toma fotos y eso”.
Era definitivo. Sabíamos que sus padres los obligaban a seguir visitándose, pero Terán nos contaba que Arturo solo jugaba con Ximena porque era un marica. Nadie se atrevía a preguntarle a nuestro líder qué había pasado con su mejor amigo, y cuando intentaron con Sandoval se negó a decir nada.
Era la mañana del lunes, el día pactado el viernes para que Arturo demostrara que era hombre.
—¿Tú crees que ese maricón la va a hacer?
—Ya no lo jodas, no está acá— contesté.
—¿Qué? ¿Ahora es tu macho?
—No me jodas, Terán, pero, puta, no está acá, pues, huevón. Sé más hombre.
Bruscamente, su rostro palideció pero no dijo nada.
En el primer recreo, toda la Mesa fuimos a buscar a Sandoval.
—A la salida— dijo, y regresó al salón.
—No tiene nada. ¡Es un cabro de mierda!— celebró Terán.
—Te dijo a la salida.
Intercambiamos miradas serias pero no me dijo nada. Nuestros ojos siguieron fijos en los del otro. Nos entendimos perfectamente: compartimos el mismo pensamiento por unos segundos, el mismo episodio que yo conmemoraría horas después, cuando por fin abrí el sobre vainilla y aguanté la respiración como no lo hacía desde el último año de primaria.
Me había ido al baño a la salida de la despedida de ese año. No quise ir durante la actuación porque la Mesa retó a no quitar la vista de ningún número, y gané. Mientras estaba sentado en el retrete, entraron el Rey Arturo y Lancelot. No se habían dado cuenta de que había alguien más en el baño.
—Te propongo un reto, Rey— dijo Terán.
Sonreí, cuidando de no hacer bulla. Estaba seguro de que tenía que ver con cámaras, el más reciente descubrimiento de Arturo.
—A que me des un beso.
Contuve la respiración tan fuertemente que dolió.
—¿Qué hablas?
—A que me des un beso. Es un juego… Mira: así.
Escuche forcejeo y un golpe, luego pasos que se alejaban.
—Oye, Arturo.
Sandoval se detuvo.
—No le cuentes a nadie.
Nunca dudamos del rumor sobre la sexualidad de Arturo Sandoval que Terán inició en primero. Sin embargo, este no desistió de demostrar su hombría durante los años siguientes. Nadie creía que Arturo fuera a encontrar la forma de demostrar lo que pidió su amigo. No obstante, yo tenía cinco fotografías en la mano. Siempre tuve esperanzas en la reconciliación de mis amigos. Pero en ese instante solo atiné a buscar al profesor Galdós, mientras metía las fotos en el sobre. Renzo Terán me lo arrancó de la mano y vio adentro. Su hermanita Ximena posaba sonriendo: desnuda, frágil, sin saberse víctima de un duelo. |