Mauricio era todo un personaje en el barrio, era el vivo ejemplo de la superación y el esfuerzo, consiguió solvencia económica sin salir de la estigmatizada y vulnerable población Lo Espejo. Era querido por todo el suburbio, en las fiestas navideñas regalaba dulces y obsequios a todos los niños del sector, realizaba comidas y celebraba en grande las fiestas nacionales con todos los vecinos, era fundador y dueño del equipo deportivo más prestigioso de la comuna, colaboraba siempre con los jardines infantiles del sector, incluso, una vez llegó a donar más de veinticinco computadores a la escuela pública de donde vivía.

La gente mayor lo respetaba mucho, rescataban su proyección y alababan el hecho de que nunca cayó en el flagelo de la droga, cuestión que es tan natural en el sector. Mauricio nunca bebió y fumó nada.

En las tardes se le ve pasar radiante, gentilmente conversa con todos los vecinos del sector, ellos les cuentan sus problemas, mayormente estos problemas se resumen a la drogodependencia de sus hijos; Mauricio les promete ayuda, se despide y vuelve a descansar.

En la intimidad de su hogar, prende sus teléfonos móviles y realiza algunos llamados para saber cómo va la distribución del clorhidrato de cocaína y planea firmemente el arribo del un gran cargamento de metanfetaminas para repartir por la capital.