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Tic tac, tic tac



Había una vez, un mundo sin tiempo, donde todo se hacía porque si y donde nadie se apuraba para para hacer sus cosas. Era el país Sinhora; donde se comía cuando tenían hambre, dormía cuando les agarraba sueño, trabajaba si era absolutamente necesario y paseaba cuando se aburrían.
En Sinhora los habitantes eran cordiales, amistosos y muy graciosos. Algunos eran muy altos y solían tener de mascota mariposas adiestradas que sabían hacerles las camas, barrer y algunas hasta dibujaban a la perfección; otros muy pequeños que no tenían mascota, pero les gustaba montar a tortugas y hacer carreras con ellas. Los altos se encargaban de hacer las cosas que se encontraban desde los arboles hasta la altura de una mesa; los pequeños se ocupaban de lo que sucediera por debajo de la mesa hasta un poco más allá del piso. Todo debía hacerse con mucho cuidado para que no se produzca ningún accidente, los grandotes andaban con lupas y los chicos llevaban consigo chicharras que sonaban muy fuerte.
Y así transcurrían los días en Sinhora, con felicidad, tranquilidad y armonía. Nadie podría imaginar lo que iba a ocurrir en aquel lugar cuando por accidente alguien trajo un reloj.
Al principio nadie entendía a aquel aparato, era redondo en el centro, de color dorado, y siempre decía lo mismo; tic tac por aquí, tic tac por allá. El médico del lugar supuso que era un corazón de un extra terrestre, mientras que el mecánico dijo estar seguro de tener una súper herramienta venida, vaya a saber de que lugar. El joyero no quería desprenderse del raro aparato, ya que decía que era una antigüedad de algún lugar remoto. En fin el aparato pasó por las manos de todos los habitantes, los altos primero, los chiquitos después; pero ninguno de ellos pudo precisar de qué se trataba.
Mientras todos trataban de descifrar a aquel elemento un sonido nuevo salió de él: dong, dong, dong… después otra vez el tic tac. Los habitantes de Sinhora lo sacudieron para ver si así repetía aquel sonido, pero nada, solo se oía nuevamente el interminable tic tac, tic tac. El más detallista del pueblo se dio cuenta que las tres rayitas pinchadas en el centro del aparato se movían; una muy rápido, la otra en un ritmo menor y la última casi nada. Tan entretenidos estaban que al sonar otra ves el aparato todos quedaron atónitos. Pero ésta ves los dong fueron cuatro.
Sinhora se había convertido en un verdadero lío, todos los habitantes corrían para estar junto al aparato cuando este sonara. Ya nadie comía cuando tenía hambre, y nadie dormía cuando tenía sueño y todos trabajaban apurados, aunque no fuese necesario, con tal de llegar hasta aquel elemento. Nadie se preocupaba por el otro, hasta se dice que muchos bajitos tuvieron que irse del lugar para no ser aplastados por los altos y que muchos altos quedaron tapados de basura por que no había bajito que limpiara.
El gobernador de Sinhora, realmente preocupado por sus ciudadanos, pidió a sus colaboradores que investiguen acerca de aquel aparato que había caído del cielo en un día nublado; ya no podía resistir tanto desorden, por lo tanto decidió, en primer término, guardar en un lugar seguro al aparato hasta que supiera que iba a hacer con él, e inmediatamente después ordenó a sus conciudadanos volver a su ritmo habitual bajo la condición de recibir penas muy altas.
Todo parecía volver a la normalidad, pero se veía en los ojos de cada ser que allí vivía un gran interrogante y verdaderamente mucha preocupación, pero nadie se daba por vencido, sabían que su gobernador encontraría la solución que tanto anhelaban.
Pasaron veintiocho lunas y veintinueve soles y todavía nadie sabía algo de aquel instrumento. Mientras tanto en la bóveda de seguridad de la gobernación el famoso objeto no dejaba de hacer dong, dong, dong y tic tac, tic tac.
Pasaron otras muchas lunas más y otro tanto de soles y la solución deseada llegó por fin a Sinhora. El gobernador pidió una reunión de urgencia convocando a todos en la plaza mayor; al instante todos asistieron. Con toda serenidad pidió a uno de sus hombres que le acercara el objeto junto con una libreta azul. Al acércalo al público sólo se escuchó un murmullo, pero el gobernador no se intimidó y continuó su discurso. En él les dijo que no se preocuparan más ese objeto que tanto los había perjudicado no era más ni menos que un reloj, también explicó que en cierto lugar los usaban para controlar a las personas, y que hasta algunas quedaban presas de él. Les contó también que lo que hacía que las agujas se movieran era algo llamado tiempo que solía poner nerviosos y malhumorados a todos los que dependían de él.
En Sinhora quedaron todos muy satisfechos de la explicación dada y entre todos decidieron volver a su vida habitual donde todo se desenvolvía en forma natural sin condiciones y sin ataduras. Desde entonces en Sinhora se vive y se convive muy alegremente por siempre jamás.

Texto agregado el 23-03-2012, y leído por 307 visitantes. (1 voto)


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