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La luz de la noche iluminaba su rostro, ahí estaba, al otro lado de la puerta, seria, expectante, me levante de la cama, me miraba fijo, sus ojos, clavados en los míos decían más que un montón de palabras, la expresión de odio en su rostro me daba miedo, me quede mirándola, sin decir nada por unos cuantos segundos, creía que iba a matarme, sentía que ya estaba muerto.
Se acercó a mí y con una cachetada puso las cosas en su lugar, luego me tomo la mano, sin decir nada comenzó a arrastrarme por la habitación hasta el pasillo y paro frente a un espejo, soltó mi mano y comenzó a desprender los botones de su vestido y dejo a la vista ese cuerpo de mujer que tantas veces en la oscuridad había visto sin ver, ese cuerpo que tantas veces solo había imaginado, la mire de arriba abajo y de abajo arriba, de repente comenzó a llorar, intente consolarla poniendo mi mano en su mejilla, pero ella la corrió bruscamente.
De repente abrió su boca, por fin después de una hora y veinticuatro minutos iba a hablar, pero no dijo nada, volvió a cerrarla como si se hubiese arrepentido, como si el sonido no saliera de ella, como si hubiese olvidado lo quería decirme, volvió a abrir la boca, pero esta vez hablo, hablo señores, hablo, hablo y dijo lo que no quería escuchar, hablo y dijo lo que no quería que dijera, hablo y dijo lo que me había dicho con la mirada minutos atrás: “ Deberías dejar de soñarme, tienes que dejar de soñar conmigo, estoy muerta, estoy muerta porque vos y tu estupidez de hombre inmaduro me mataron” Y desapareció de mi lado, veía su cuerpo desnudo alejándose por el espejo, luego me desperté, estaba en mi cama sudando y respirando agitadamente. Volví a cerrar los ojos, esta vez pude oír el golpe de una puerta, luego un grito de dolor que no cesaba, dos hombres entraron a la habitación, ahí estaba ella otra vez, la tomaron por los brazos y la ataron a una camilla, la llevaron a una habitación blanca, sin ventanas, una enfermera le coloco una inyección y un yo que no era yo se le acercó y le dijo al oído, aunque ella no podía escucharlo, “será por el bien de los dos”, los dos hombres y la enfermera se la llevaron a una sala de cirugía, esa loca que gritaba y golpeaba puertas era una mujer que llevaba un hijo en su vientre e iban a quitárselo, era mi mujer.
Yo había tomado esa decisión porque no podríamos mantener a una criatura, las cosas no estaban bien en el país y yo quería poder darle a ese hijo una vida digna o no darle la vida. Ella no quería, decía que los pobres también podemos vivir dignamente, pero no importaba lo que dijera, yo no iba a rebajarme.
Se había vuelto loca, no comía, no dormía, solo cantaba canciones de cuna en una mecedora, la internaron y los médicos decidieron que debía abortar, no porque yo lo dijera, solo porque su salud mental había empeorado y no se encontraba en condiciones de tener un hijo. Cuando recibí esa noticia respire, ahora podría estar bien conmigo mismo ya que ella no estaría toda la vida recordándome el aborto que provocamos.
Esa tarde no salió viva del quirófano, las cosas se complicaron, no pudieron detener la hemorragia causada y dejo de respirar. Ya verá usted que no soy un asesino literalmente, pero en parte quizás sea mi culpa que ella este muerta, ahora soy mayor, mucho mayor, vivo solo en una casa gigante que herede de un tío, con empleados y un centenar de hectáreas. Pero no soy feliz, no, porque no tengo un hijo, no tengo una esposa, no tengo a ese hijo y a esa esposa que mate lentamente. Ahora cada noche la sueño, cada noche la escucho, cada noche me golpea, quizás algún día tome mi mano y me lleve con ella, quizás algún día el que desaparezca al otro lado del espejo sea yo.

Texto agregado el 23-03-2012, y leído por 165 visitantes. (0 votos)


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