El pequeño se sentía prisionero entre los barrotes de la cuna, tan solo estaba bien en los brazos de su madre, sobre todo cuándo se agarraba a su pecho y notaba el latido de su corazón.
Pero deseaba volar, necesitaba volar. Sabía de alguna manera que no era posible, que su naturaleza era otra pero en lo más profundo de su Ser anhelaba poder levantar el vuelo, tener alas.
Y un día le salieron plumas.Su madre se asustó mucho al verlas, con sumo cuidado las iba quitando, intentando que no le doliera pero enseguida volvían a salir.
Día a día veía como el cuerpecito de su pequeño se modificaba, sus piernas se adelgazaban, parecían palos, el cuerpo se alargaba al igual que su boca que parecía más bien un pequeño pico.
Una mañana al entrar en la habitación encontró la cuna vacía, le busco entre las mantas y sábanas, debajo de la cuna y del armario. Miró cada rincón de la habitación, incluso dentro de los cajones y entre los peluches.
Al final no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia. Posado en la ventana había un pajarillo, que la miraba piando y moviendo sus alas, la llamaba.
Eres, tú, mi niño del aire, ya eres libre pequeño, ya puedes volar, le dijo mientras abría la ventana.
Se mudaran a una casa con jardín, con grandes árboles en los que colocar comederos para aves y en el centro del jardín había una fuente de agua cristalina. |