El hombre, encorbatado, elegante, luciendo una cabellera y barbas que lo hacían parecer decano de alguna prestigiosa universidad, sólo ejercía un oficio mucho más humilde, esto es, ofrecerle a la gente que pasaba por la calle, agujas para destapar quemadores de cocina. De pie, cerca de la entrada del Club de la Amistad, proclamaba las bondades de su producto, ante la mirada indiferente de los paseantes.
Yo, como buen observador, me fijé que al frente suyo, cruzando la calle, se levantaba una importante universidad, en la que entraban y salían infinidad de alumnos. Me aproximé al buen hombre y le brindé una sonrisa. Él, sonrió a su vez y me ofreció su mercadería. Yo, sólo le señalé el establecimiento que se levantaba al fondo y le dije:
-Allá, allá al frente es donde usted debería estar, ejerciendo la docencia.
El hombre aquel, pareció entristecerse y me respondió con una voz muy suave:
-Si señor, allí debiera estar. Pero, usted sabe, surgen a menudo grandes problemas y por lo mismo, nunca pude terminar mi tercer año básico.
Pese a todo, cada vez que lo veo, aunque comprenda que el señor aquel no entiende ni de fórmulas ni de temas tecnológicos y sólo tenga la apariencia de un profesor universitario, aún así, continúo pensando que estaría mucho mejor dictando una entretenida clase, que vendiendo agujas para destapar quemadores…
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