POLO
Dormía en el escaparate de los subtes de la línea D, en las galerías de la estación Carlos Pellegrini, no era solo él, eran unos cuantos: cinco o seis. Todos ellos mendigaban en las calles de la ciudad, abriendo puertas de taxis, pidiendo monedas, pero ese niño en particular me llegó al corazón.
No tendría más de 8 o 10 años, dormía a la par de unos gatos que se complacían al calor que allí reinaba. Me quedo un rato dando vueltas por ahí, mirando artículos de cuero que más hacia la salida de la galería vendían los puestos allí instalados. En un momento se despierta, se levanta de un salto como si alguien lo despertara, se alisa el cabello y camina. Hago tiempo, quiero entablar una conversación con él, saber de él y el por qué está allí, si no tiene familia, casi como si nuestros pensamientos se comunicaran el se me acerca y me pide algo. ¡Tiene una moneda doña? ¡Tengo hambre! me dice. Trato de ser amigable y converso, le pregunto ¿cómo te llamás? me contesta: polo, me llamo polo! Le pregunto: ¿te gustaría tomar un café con leche y medias lunas o un sandwich, se le iluminaron los ojitos. Dice: ¡Bueno, dele doña! Vamos hasta la barra de un café al paso de allí dentro del subte y pido ¡un café con leche y un sandwich de jamón y queso! y un café para mí!
Mientras esperamos que nos sirvan trato de preguntarle por su familia, si la tiene, me contesta que no quiere hablar, como sigo insistiendo luego de tomarse unos tragos del café con leche y morder con avidez el sandwich me dice que lo crió una abuela, pero que no le daba mucho de comer porque no tenían nada, era de Quilmes, pero hacía mucho que no iba a su casa. Le pregunto: ¿fuiste a la escuela? y dice: ¡no! pero me gustaría ir a aprender a leer, me dice que la gente es buena y siempre le dan algunas monedas y me aclara ¡yo no me drogo, doña, no me gusta eso, creo que nunca me voy a drogar!
¡Cómo me gustaría poder ayudarlo! Pero pensé que puedo hacer yo, solo pedir ayuda a quien vea la situación de calle de estos pibes y se ponga a trabajar en serio.
Polo quería llegar a ser alguien, oírlo, escucharlo era como hablar con un adulto, con esa madurez que le dio la adversidad, la pobreza, la necesidad. Tenía sueños, quiera Dios que los realice.
Y luego de desayunar pago el consumo y él se despide ¡gracias doña, la quiero! me da un beso en la mejilla y se aleja rápido, alegre, sin pena ¡Tengo que trabajar!, me dice. Polo se pierde en la multitud, yo sigo mi camino: voy a hacer un trámite y me quedo pensando en él, en su niñez perdida. Es un niño más en las calles de la gran ciudad, al anochecer volverá Polo a su hogar, esta galería inundada de calor y olor a gatos que abundan por allí. Mañana será otro día, quizás alguien, también le pague una café con leche.
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