Era un lugar místico e inimaginable, los palacios entregaban fuertes energías positivas que se percibían por el sólo hecho de estar presente en ellos; la satisfacción, plenitud y tranquilidad abundaban en tu cuerpo mientras recorrías las calles del sector. Me daba la sensación de que me encontraba en un lugar ubicado en el Medio Oriente, en las cercanías de Jerusalén; allí no abundaba el oro ni las riquezas, era lugar sencillo, invadido por la paz.
Aquel lugar no poseía ningún avance tecnológico, estaba seguro de que había viajado al año 1.400 D.C. A pesar de las diferencias en el idioma, no tenía ningún problema en comunicarme con todos los presentes. Caminaba sin rumbo alguno, disfrutando del lugar y de las sensaciones mágicas que entregaba, hasta que de pronto me encuentro en frente de un misterioso hombre, él se encontraba vestido con una humilde túnica blanca, a pies descalzos se acerca frente a mí y con una amistosa sonrisa me saluda, le respondo el saludo amablemente, ya que las circunstancias generaban unas dinámicas especiales y sin ningún miedo le pregunto quién era; me respondió que era un amigo , que me iba ayudar a salir adelante con todos mis problemas físicos y emocionales;sorprendida, le rebato inmediatamente de que no me puede ayudar en nada porque me siento de maravilla, de que es imposible que en estos momentos necesite ayuda; sonrientemente, me expuso de que en la vida existen hechos que no todos están preparados para aceptar como verdaderos, qué la fe, el deseo, el amor y la esperanza juegan un papel primordial en nuestras vidas, también manifestó que existen personas que llegan al mundo a cumplir ciertas misiones,que día a día se esmeran en recuperar y ayudar a los más necesitados. Yo, impresionada por lo que me acababan de decir, miro su rostro lleno de nobleza y le pregunto a qué se dedicaba, él me responde que era un médico de profesión y que dedicaba su vida a mejorar personas. Miré a ese hombre, me sentí segura y feliz de que se haya cruzado por mi vida.
Eran las tres de la madrugada, despierto repentinamente como si hubiesen dejado mi alma de golpe caer encima de mi cuerpo, abro mis ojos y todavía me encontraba en la UCI del hospital, las sábanas blancas de las camas iluminaban toda la sala, en ella, podía observar a todos los pacientes dormir agonizantes y con pocas esperanzas de vida. Yo desde que desperté de ese magnifico sueño, sentí un ligero alivio, un alivio que se fue acrecentando día a día hasta salir de mi estado de gravedad.
A trescientos kilómetros del hospital, en el pueblo de Los Pinos, se encuentra una pequeña cabaña de madera con un altar dentro, ese altar posee imágenes de tres médicos fallecidos en la antigüedad, que dieron su vida en la tierra para ayudar a sus semejantes y que ahora lo hacen desde la eternidad. Bajo las imágenes de los tres médicos se encuentran más de diez velas prendidas en forma de culto, y al lado derecho una foto mía, que trajo mi madre, desesperada buscando ayuda.
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