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El Palenque.

Las ruinas de la gallera y el nombre de Palenque, eran todo lo que quedaba de un lugar marcado por la tragedia, donde casi todos los fines de semana, se sucedían hechos violentos invocando cualquier causa. La fratricida lucha de los partidos políticos encontró muchas de sus víctimas en ese lugar, donde se dejaba el dinero y muchas veces la propia vida.
Andrés Gómez, conocía la que se contaba del lugar y a pesar que hacía muchos años, allí solo ruinas existían, intentaba rodear el sitio, para no pasar directamente por el mismo, pues las historias violentas sucedidas lo atemorizaban.
Había escuchado por ejemplo, que a veces se escucha a los gallos cantar desafiándose, aunque las jaulas permanecen vacías, pero no lo podía creer.
En una Semana Santa, su fervor religioso, lo llevó a asistir a una procesión que se realiza solo para mayores de edad y que se llama del Desande, donde los penitentes de la orden de los Nazarenos, a la media noche, en forma solemne con sus túnicas moradas, hacen a la inversa el camino que recorrió la procesión del Viernes Santo.
A su regreso a casa, Andrés a pesar de sus temores, debía pasar esa noche solo por el Palenque y de pronto antes de llegar, escuchó clarito, cuando alguien gritó:
.- Cieeeerren las puertas, la pelea va a comenzar...!
El susto lo paralizó, miró a todas partes, y no vio a nadie en absoluto, por lo cual comenzó a caminar despacio acercándose a las ruinas de la antigua gallera y en ese instante escuchó la algarabía, la fiesta, las maldiciones y los gritos de los apostadores, tan comunes en la riña de gallos.
Su cuerpo temblaba de miedo, pero la curiosidad pudo más y terminó acercándose hasta la propia entrada, llevando un crucifijo por delante y rezando sin parar la oración del Credo. De pronto volvió todo al silencio de la noche, solo se escuchaba el ruido de las cigarras y el murmullo del río pasando por debajo del puente.
Esto llenó a Andrés de fe y fervor religioso. Se sintió fuerte y protegido por sus oraciones y lleno de valor, comenzó a pedir por las almas de los difuntos, especialmente aquellos que perdieron la vida jugando a los gallos y con gran regocijo, se fue retirando poco a poco del lugar, pensando que su oración había sido escuchada, que había dado alivio a las almas en pena y que con su fe había suspendido la profanación del día santo, con la algarabía y la fiesta que llegó a sentirse dentro del Palenque, que ahora estaba totalmente oscuro, vacío y en silencio.
Sintiéndose como un salvador y con gran orgullo de cristiano iba retirándose, cuando escuchó:
.- Suéeeelten los gallos. E inmediatamente otra voz que dijo
.- Apuéeestele al colorao!
Y ahí si, el miedo invadió el cuerpo del pobre Andrés, que soltó carrera en medio de la oscuridad, pasó por encima de cuanto obstáculo encontró, sintiendo que ya lo agarraban por detrás, mientras gritaba y pedía auxilio en medio de la noche. La veloz carrera solo terminó cuando estuvo metido en su cama, sudoroso y jadeante, arropado de pies a cabeza, jurando no meterse jamás, donde no lo han llamado.



Texto agregado el 28-07-2004, y leído por 391 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-08-2004 ¡Vaya final, lo has bordado, como todo!. luciernagasonambula
 
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