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Cuenta un corazón abierto de tajo
que en nuestros días son imposibles aquellos retratos de la ficción
que los románticos trovadores de nuestros años dormidos concebían en su corazón.

Es que los amores de niños han sido engullidos
por la realidad.
Es inhumano.

Yo los he visto morir en los labios sollozantes.
Los he visto llorando en chispas de candidez.
Los he visto confundirse con la infinitud.
Y los he visto extinguirse en mi pensamiento.

Sí, yo también amé. Yo amo.
Es un niño. Somos niños.
No es posible un amor imposible.

El amor es polen. Flota en la inmensidad.
Una mirada basta para que despierte en nuestro tibio cobijo.
Brota desde su sereno embrión, enraíza, florece, concibe, procrea.

Trágica la suerte de quienes abrigan al sentimiento más puro, el amor, DIOS, faltos de la bendición mutua. Suerte mía. Pena mía.

Así va este cuento. Era un día de septiembre. Quizás más. Quizás menos.
Un niño héroe. Su corazón frágil. Transparente titilaba bajo un velo de inocencia. Yo. Simplemente yo.
Aguardábamos en el mismo sitio que nunca olvidaré.

Él. Vacuo y pseudo-existencial. Buscando profundos tesoros en charcos de fango.
Sí. Su corazón lloraba...
Yo sentí el rumor. Un aleteo en mi interior. Un plañido en mi corazón que no se repetiría del mismo modo. Construía yo un castillo de naipes en el cúmulo sonrosado, el más lejano a mis ojos, el más cercano a la dulce presencia de DIOS.

Mi canción nacía y flotaba a su alrededor. Y él, como mariposa prisionera, anhelaba marcharse. Se fue para no volver. Y no volvería mas que en mis sueños. Mas que en mis espejos.

Maldita inocencia.

Malogrados los deseos de mi corazón. Entregar. Recibir. Abrigar. Huir. Sonreír. Llorar. Amar. Amar. Amar.

Estoy loco ¿para qué contar historias así?
Pues quizás porque sí. Es que son hermosas. Imposibles. Sueños de niño.
Porque ¿qué es la adultez sino una infancia precoz?
Soy adulto, gente grande, de corbata y maletín, de mostacho y bombín. Mi única rima, parece. Pero fui niño cuando llegó. Y con él, toda mi dicha y toda mi desdicha.

Canto porque yo padezco y mi corazón llora en lo profundo de mi nido. El mundo es ignoto a su súplica. Sólo yo lo escucho ¿sientes su dolor? Canto porque quiero hacerle justicia.

Hay tantas personas en el mundo. Lo sé. Pero de algún modo, sólo esta persona, sólo esta, nadie más, importa. Nadie más…¿porqué? ¡porqué! ¡PORQUÉ!

Pobre corazón. Su sangre sigue brotando generosamente. No me queda más que lamer los surcos que las cruces dejaron en su piel. Remendarlos con fibras bienhechoras hechas de azul cielo. Guardarlo en su cofrecillo de cristal. Y comenzar.

¿Y sabes qué? Volveré a amar. Porque así somos los niños. Caemos constantemente de lo alto. Masticamos amarga tierra. Empapamos nuestras mejillas de llanto. E insistimos en tocar el cielo y alcanzar el sol.

Te quiero.

Texto agregado el 20-03-2012, y leído por 142 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-04-2012 Que romántico :) serotonina
20-03-2012 Tierno y realista. No nos queda más que dar amor. simasima
 
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