A veces los días pasan desapercibidos, sin hacerse sentir, y nos sorprendemos al decir ¡Ya terminó la semana! O ¡Llegó Diciembre! Es que pasamos tanto tiempo rellenando los días de ocupaciones que no los disfrutamos y terminamos convirtiendo sus minutos en simple recorrido, en un trámite inevitable. Así como cuando vamos de viaje y nos perdemos la posibilidad de observar el paisaje por concentrarnos en el estúpido objetivo de llegar rápido.

Eso pasa casi siempre, pero gracias a Dios también suceden excepciones. Hay días rebeldes, horas y minutos irreverentes que se niegan a marchar a ese ritmo monótono y silencioso que queremos imponerle, y atraviesan nuestra vida haciendo bulla, pegando gritos y fijando alfileres en nuestro calendario personal para que no se nos olvide que pasamos por ellos, o en muchos casos, que ellos pasaron por nosotros. Así de rebelde fue este Febrero. Inolvidable y sorprendente.

El 14 amanecí estrenando cuarenta años. Parece mentira… hace veinte que tenía veinte, y aunque cumplir años es algo natural, cuarenta es un número grandote, de esos que usan los señores. Me doy cuenta de que ya no vale la pena decir “de Menudo pa’ca” porque los de Menudo también son unos cuarentones igual que yo.

Pero no fueron esos cuarenta los que me movieron el piso, el suceso vino después, a las siete de la mañana del día de mi cumpleaños, cuando llegué al colegio a dejarte a ti, mi garrapatica peluda, mi única hija hembra y por consiguiente, la más hermosa de mis hijas. Allí estaba él, un piojito de 10 años igual que tú, esperándote entre ansioso y apenado, con su bolsita de corazones, un osito de peluche y su cartica de amor escrita en papel de cuaderno, probablemente mejor que la mía.

Espero que el tiempo no me convierta con el pasar de los años en un Papá celoso y sometedor. Estoy procesando el ingenuo encuentro con Leonardo (que así se llama el condenado), como una especie de simulacro que seguramente me preparará para encuentros futuros de mayor envergadura. Quiero recordarte, por si ya lo olvidaste, que ese día me puse el disfraz de “adulto no interferente”, que no te eche broma, que no me enojé y que incluso te ofrecí comprarle un chocolate para retribuir su gesto bonito. Te vi entrar al colegio con tu noviecito (acordamos guardar el peluche en el carro para evitar el chalequeo) y me fui. Lo que no supiste, es que me quedé pasmado en el carro pensando en que mi garrapatica está creciendo, que me estoy quedando sin muchachos chiquitos. Ese sí que fue un alfiler en el calendario…

En este momento me asusto, no por el tiempo que me recorre (celebro y agradezco mis cuarenta, celebraré mis cincuenta, sesenta y todos los años que Dios quiera darme). Me asusto porque eres mi niña chiquita, y quiero que lo seas siempre. Porque veo como se van volviendo recuerdos las primeras palabras, los dientes de leche bajo la almohada, los disfraces de princesa, y veo como la garrapatica peluda comienza sutilmente a transformarse en una mujercita muy hermosa. Discovery Kids y Cartoon Network desaparecieron de tu Tv, ahora vemos series juveniles y escuchamos a los Jonas Brothers o a Justin Bieber. Ya no hay piñatas en tu cumpleaños y hasta tienes más amigos que yo en Messenger y Facebook. Aprendí a identificar esas señales cuando tu hermano tenía tu edad, ¡estás creciendo Garrapata!.

“Quiero ser siempre pequeña” me dijiste hace algunos meses mientras te acostabas. Recuerdo que te arropé, te besé y te abracé bien rico. Esa es una verdad que va a durar unos pocos meses, pensé dentro de mí. Es normal que crezcas, y a pesar del miedo, yo también sueño con ver al gran ser humano y la hermosa mujer en la que te irás convirtiendo con el pasar de los años. Mamá y yo ponemos lo mejor de nosotros para hacerte más sencillo el proceso, tratando de que te valgas por ti misma, que opines, que aprendas de nuestros buenos ejemplos y también de los malos. Pero por sobre todas las cosas, tratando de que el amor mueva todos tus pasos desde ahora y durante toda tu vida. Crece todo lo que tengas que crecer Garrapatica, pero recuerda mantener contigo aunque sea una pizquita de la alegría y el desenfado de la niñez. La vida es infinitamente más hermosa si la recorres con una sonrisa en los labios y con el alma libre de los rollos y prejuicios que sólo los adultos sabemos fabricar.

Te lo dije aquella noche y te lo repetiré mil veces. SIEMPRE VAS A SER MI HIJA CHIQUITA, MI GARRAPATICA PELUDA. No me importa si creces, si tienes novio, si te casas, si te mudas, si te pones vieja, si tienes nietos. No hay fuerza sobre la tierra que pueda privarme del placer de recostarte en mi brazo, consentirte y estar ahí para ti. Cualquiera sea el tamaño de tu necesidad, desde una cucaracha en tu cuarto hasta el más complejo problema de adultos. Encontraré la manera de estar contigo, más allá del tiempo y la distancia, y cuando toque, más allá de la vida.

Escribo esta carta con una sonrisa en la cara. Es que me has interrumpido como siete veces por diferentes razones. Que no entiendes la división de decimales, que necesitas hacer una tarea del catecismo, que no te puedes conectar por webcam con Sabrina… en fin, diversas situaciones para ocultar la razón verdadera: No quieres quedarte sola en tu cuarto. Me reconforta saber que quieres mi compañía y voy a soltar todo lo que estoy haciendo para gozarme este rato contigo. Vamos a necesitar camiones de alfileres para todas las cosas que aún nos faltan por hacer juntos…

Te amo inmenso, desde aquí hasta Tucupita a pie, de aquí al infinito ida y vuelta.



Papá