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La casa era de dos pisos color ocre, con rejas en la entrada. Tenía un jardín, que se notaba el olvido. Al costado un timbre cuadrado que en vez de invitarme a que lo tocara, me vigilaba. Toque varias veces, no se escuchaba nada, solo pude ver sombras que se traslucía por la ventana. Insistí tanto que mi dedo comenzó a cansarse. Cuando estaba a punto de irme, alguien abrió las cortinas asomándose y me miro. Levante la mano a manera de saludo cotidiano, no me contesto, pero de inmediato abrió la puerta y salio.
- Hola- dije y sentí que me miraba con una curiosidad de rayos X.

Era una chica de 22 años aproximadamente, de tez cara y cabellos lacios, que notaba lo contrario del descuidado jardín. Me hizo pasar haciendo un gesto con la mano. Sin decir una palabra, me invito a sentarme.
- ¿Se encuentra David?, dije en forma inquisitiva. Me miro con una suavidad silenciosa y una sonrisa tierna, sin responder.

Los muebles de la sala color beige estaban juntos, como para dar espacio al comedor continúo. En la mesa una mancha blanca reflejaba la delgada luz, que se filtraba por la ventana de donde se miraba el patio. No se veía nada más, ya que estancia estaba en penumbra. No había lámparas y los interruptores parecían de reciente, o de muy poco uso. La escalera estaba flaqueada por dos enormes jarrones con plantas secas o quizás de plástico que no pude distinguir. Sentado en el mueble de cojines duros, me inquietaba esperando a mi amigo. De las escaleras un señor bajaba de tal manera, que, pareciera como si estuviera cada escalón en su memoria, en un orden solo verificable con cada pisada que daba. Paso junto a mí sin mirarme, solo con la vista fija a algún lugar extraño, supuse que era ciego. Cruzó la sala, evitando los muebles y la mesita de madera con el vidrio en el centro. Jalo la silla que daba a la cabecera junto a la ventana. Se sentó. La luz que iluminaba la mesa desapareció, al igual que la música que imaginaba, cesó. Lo correcto hubiese sido, que yo le pasara la voz, más, me quede callado haciéndome pasar por un objeto inanimado. Al querer sentarme de una forma más cómoda, golpee la mesita y el florero delgado con la flor de plástico doblada se movió, automáticamente lo agarre, incluso el libro con relieve que estaba junto, por si se caía. El señor volteo tratando con el oído divisar de donde provenía el ruido, incluso levanto la nariz descifrando en el aire ese aroma extraño, de alguien que no era de su entorno. Metí mis manos al bolsillo tratando de que estas no hicieran ruido. Por el otro lado - que asumí era un pasillo que daba a la cocina- una señora se puso junto al señor de la mesa le toco el hombro, toco sus manos, su pecho y su cara como hablándole, tocándole el cuerpo, y después ambos voltearon a verme.

Me llamo Simón- dijo el señor- retumbando toda la habitación, -Buenas tardes le respondí, tratando de que mi voz no sonara tan fuerte como la de él –Me llamo Pedro, busco a David- de inmediato la señora toco nuevamente al señor como si se tratara de algún instrumento musical.
¿A qué muchacho busca? Y nuevamente su voz retumbo, no era modulada más bien parecía que no era usada mucho.
¡David¡- le dije ¡David¡ repetí, tratando que mis palabras sonaran el doble. Era extraño del toqueteo de un instrumento humano casi inaudible, pero se sentía y, lo veía ejecutar por parte de la señora, cada vez que yo decía algo.
La joven, a pareció y me sentí salvo, con la sensación de haber encontrado por fin un traductor. Ella me agarro del brazo, me dio dos golpecitos suaves a la altura del codo, uno en el corazón y termino en la mejilla izquierda. Lo repitió dos veces mas y me puso una cara como diciéndome ¿Por qué no entiendes? Abrió la boca dibujándome cada palabra, a la vez que me golpeaba para que entendiera. Mire a la señora, que miraba a la muchacha tocándome. Mire al señor que me miraba y no me veía. Entonces comprendí.

Tirado en aquel sitio inubicable en mi cerebro que recién reaccionaba, me emborrachaba esas luces, que me mareaban más. Aquella vena de polietileno me atravesaban los brazos y aquel armatoste me paralizaba el cuello, haciendo de mi un frankenstein a punto de volver a la vida. Los golpes en mi cara y brazos eran los esfuerzos de los médicos en salvarme la vida. ¡David!- grite con tal ansiedad que parecía el grito de un neonato. Y Nadie me contesto. La muchacha de pelos lacios, me compadeció con una sonrisa callada y triste, Simón (como decía en la identificación de su pecho) miraba fijo al aparato electrónico que comenzó a funcionar con unos golpes. La señora no la pude ver de inmediato, la vi allá, donde fue a recoger a su hijo.

Texto agregado el 19-03-2012, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
05-09-2013 que bien logrado, lo llevastes bien hasta ese final inesperado, me gusto mucho, jaeltete
 
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