Rafaela se levantó temprano, trato de no hacer ruido para que Ramiro no se despierte, no quería darle explicaciones, simplemente quería irse por eso se cambió rápido y en silencio, se detuvo cinco minutos a mirarlo desde el arco de la puerta, era tan perfecto, dormía con una sonrisa en su rostro, su pelo dorado parecía salpicar la almohada con pequeñas pepitas de oro, sus ojos azules, cerrados, aun así le daban a su cara un toque angelical, sus manos bajo su cara, tan de hombres, su cuerpo cubierto por las sabanas, la hacía recordar cuando la noche anterior cubría por completo el suyo y cuando todas las tardes de frio que habían pasado juntos en la había abrigado en sus brazos, recordaba su sonrisa, sus ojos brillosos, sus labios, los besos. Sentía un nudo en la garganta, lo amaba, de verdad lo amaba, pero debía irse, si su padre se enteraba a donde había pasado la noche la mataría, ella no podía entender porque su padre no lo quería, si era tan perfecto, tan amable, tan caballero, tan inteligente. Pero aquel estudiante de abogacía de diecinueve años no era para ella según su padre.
Salió de la habitación de aquel hotel y se fue, eran las siete de la mañana, solía llegar siete y media siempre que salía con sus amigas, tendría unos quince minutos de viaje a su casa así que nadie lo notaria, subió a un remis y mientras las lágrimas mojaban su rostro recordaba la voz de su padre diciendo “ apenas tienes dieciséis años y él tiene diecinueve, o te buscas alguien de tu edad o no entras a esta casa” Rafaela sentía odio por su padre, pero aun así una parte de ella no podía defraudarlo, recordaba a su abuela diciendo “los padres nunca se equivocan Rafita” ella no podía entender como un hombre que era diez años mayor que su esposa le prohibía a su hija tener un novio tres años mayor que ella, al fin y al cabo que eran tres años, nada.
Llego a casa a las siete y veinte y su padre aún no se había levantado, mientras abría la puerta sonó su celular, era el, era Ramiro no podía atenderlo. No podía escuchar su voz.
Subió rápido a su habitación, se acostó, pero no podía dormir, no hacía más que llorar, al rato llego un mensaje de Ramiro que decía:
Rafaela, tenemos que hablar, ¿Por qué te fuiste sin avisarme? ¿Te llamo tu viejo? ¿Qué paso? Cuando puedas contéstame. Un beso. Te amo.
Rafaela no lo podía tolerar más, no podía separarse de él, el solo hecho de levantarse al medio día y que no haya un domingo juntos en el parque la ponía aun peor.
Al rato llego su hermana, la vio llorando y cerró la puerta, Rafaela no pudo m as y le contó lo sucedido a su hermana, ella le dijo: “Los padres buscan la felicidad de sus hijos, normalmente, como diría la abuela los padres no se equivocan, por algo te lo dice Rafa, no te pongas así, explícale lo que paso, te va a entender, el amor es así, por más confianza que le tengas jamás vas a saber si te dice la verdad, no vas a entender esto hasta que no se mande una cagada, volve con él, si te hace algo malo papi tenía razón, si no papi va a entenderlo algún día”
Rafaela se tranquilizó un poco y pudo dormirse, al mediodía cuando la llamaron a comer le respondió el mensaje a ramiro:
“Perdón, me tuve que ir y no quise despertarte, nos vemos más tarde. Te amo” No era toda la verdad, pero tampoco era una mentira.
Con el tiempo el amor se fue haciendo costumbre, no había pasión en los besos, ni calor en los abrazos. Los encuentros eran cada día mas iguales.
Ramiro fue alejándose de ella y le fue infiel, Rafaela no aguantaba su tristeza, le dio la razón a su padre y aunque aún lo amaba y lo extraniaba todas las noches sabía que en algún momento encontraría la calma y alguien que no mienta al decir “Te amo”