VOLVER A LOS INICIOS
Cuando llegamos a la entrada del fundo detuve el automóvil. El portón se encontraba abierto y ello nos permitió apreciar la casa patronal mantenida igual desde hacía ya muchos años, los árboles que la rodeaban, las plantas y flores del gran jardín. Entonces le dije a mi amiga Patricia quien me acompañaba, que ese era el lugar donde había nacido y del cual le hablé durante el viaje. El fundo se encontraba a mitad de camino entre La Ligua y Placilla, y a unos ciento cincuenta kilómetros de Santiago. Mientras mirábamos el lugar, vimos algunas personas que salían de las construcciones en frente de la casa principal. Decidí ingresar. Encendí nuevamente el motor del vehículo y estacioné en un amplio espacio que había a mano derecha antes de las construcciones secundarias. Bajamos para conversar con una dama que nos salió a recibir. – Buenos días, mi nombre es María. ¿Qué se les ofrece? La saludamos y le indiqué me había tomado la libertad de entrar al lugar, pues yo había vivido allí mis primeros años de vida y quería compartir ese momento con mi amiga Patricia. La señora se sorprendió y dijo que era muy grato para ella conocer a un antiguo propietario, pues ese fundo era ahora su vida. Nos contó que ese lugar pertenecía a una cooperativa y lo han mantenido tal como era, pues los socios lo encuentran de un estilo antiguo muy acogedor. Me consultó qué había sucedido con mi familia y ese campo. Le conté que mi padre era agrónomo y fue contratado para hacerse cargo de una sociedad agroindustrial en Quillota y eso lo llevó a vender el lugar cuando yo tenía seis años de edad. Siendo ya mayor logré saber que mis padres querían trasladarse a la capital para que nosotros, en ese momento mis dos hermanas y yo, tuviéramos la oportunidad de estudiar en buenos colegios. El primer paso fue Quillota y luego efectivamente nos trasladamos a Santiago. La señora María dijo que cultivaban muchas hortalizas y los frutos de los árboles antiguos para venderlos en los alrededores, ya que eran muy apetecidos. Nos consultó si deseábamos recorrer el fundo y yo algo emocionado le dije que nos encantaría. Al ir reconociendo los distintos lugares, mi mente volvió a esos pocos años que tenía cuando acostumbraba darle comida a las gallinas, pavos, gansos, cerdos, en los grandes gallineros y chiqueros. Me sorprendió ver que aún existía el motor generador de la energía eléctrica, y funcionaba. Patricia, mi amiga, también dijo estar muy sorprendida, pues cuando veníamos hacia este lugar le había adelantado algunos de mis recuerdos. Al recorrer donde se encontraban los paltos antiquísimos, debimos pasar por muchos palos apuntalando las ramas, pues eran altos y como estaban muy cargados de paltas debían asegurarlos para evitar se desenganchen. Bajo los nogales pisamos como una alfombra de hojas formada desde hacía muchos años y las dejaron allí pues formaban un excelente abono. Había muchos naranjos, limoneros, y donde estaban las hortalizas, era increíble verlas en hileras muy ordenadas y ya con producción de tomates, zapallitos italianos, cebollines, habas, lechugas, papas. La señora María, que nos acompañaba en el recorrido, nos contó que era la administradora de la cooperativa y se sentía muy realizada con su labor, pues siempre le había gustado el campo y todas sus actividades. Cuando ya caminábamos de regreso hacia la casa, se cruzaron algunos jinetes a caballo que nos saludaron sacándose sus sombreros. Eran trabajadores de la cooperativa. Llegamos al lugar de entrada y nos pidió la acompañáramos a lo que llamó la tienda. Era una habitación grande, que yo recordaba como el comedor, y todas las construcciones de ese sector eran de adobe y se apreciaba en sus muros, de unos sesenta centímetros de ancho. En el interior había una gran cantidad de canastos, sacos, y mesones con frutas y hortalizas. La señora María me miró y me dijo que le había agradado muchísimo conocer a quien había nacido en ese lugar y le daba muchas más ganas para cuidarlo, por todo lo que le había yo contado de mis días de niñez y de mi familia.
- Por ser esta ocasión tan especial, les voy a preparar algo con mucho cariño para que lo lleven a sus casas. Nos dijo. Entonces llamó a una joven ayudante y las vimos llenado bolsas con paltas, nueces, naranjas, papayas, dos cajones de tomates y hasta charqui. Le agradecimos tanta atención, yo exigí pagarle por eso, pero no quiso por ningún motivo. Me dijo que para ella había sido un encuentro muy agradable y quería me llevara un lindo recuerdo de ese lugar. Interiormente sentí una gran emoción, cerré los ojos y agradecí ese momento. La señora María se dio cuenta de mi emoción y me dijo que no dudara en sentir mi niñez pues siempre es el mejor momento de nuestras vidas. Mi amiga Patricia, que había disfrutado la visita, me dijo encontrar increíble que todo lo relatado en el viaje hasta este lugar lo había visto en la realidad, y seguramente para mi había sido como volver a mis inicios.
Guillermo Gaete C. - Alfildama ©
17 05 2011
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