A MI HERMANO MAYOR
Año 2013, la tecnología ha avanzado tanto que en este punto del tiempo tenemos una línea directa para comunicarnos con aquellos seres que un día partieron....
Mundo Celestial, buenos días habla Angélica, ¿En que puedo ayudarle?
¡Buenos días Angélica! Le hablo desde Santiago de Chile, planeta tierra, ¿podría comunicarme con el señor Miguel López?
Por supuesto, ¿en que fecha salió él de la Tierra?
El 19 de diciembre de 1993, a las 19:30 horas
Perfecto..., la computadora me indica que está en la nube número 952. No corte por favor, la comunico.
¡Aló! ¿con quien hablo?
¡Miguel, soy yo tu hermana Any!
¡Mi querida hermana menor, que alegría escucharte! ¿Cómo estás muñeca?
¡Estoy bien hermano, por fin puedo hablar contigo después de veinte años de no saber nada de ti! ¿Cómo es tu existencia en el mundo celestial?
Es incomparable estar aquí, es una dimensión celeste que no tiene forma definida, se contiene en el Amor y en una Paz interminable que eliminó toda la rabia y la tristeza que acumulé mientras estuve en la tierra. Sólo existen los buenos sentimientos, aquí siento alegría y soy un ser etéreo. Pero, dime una cosa hermanita, ¿cómo fue que llegué hasta aquí?
Miguel, te voy a contar lo que pasó...
Recuerdo perfectamente aquél 17 de diciembre de 1993, el calor sofocante se mezclaba con el ambiente navideño que se vivía en Santiago. Pinos, guirnaldas, villancicos, juegos de luces musicales, niños mirando atónitos al Viejo Pascuero de turno, la gente repletaba las tiendas para comprar regalos y más regalos. Yo me sentía extraña ese día, no podía involucrarme con ese ambiente de locura festiva, mi aire estaba denso, presentía algo que iba más allá de la realidad y era muy distinto al sabor de la Navidad. Yo no podía saber que era ese "Algo". Con esa sensación de pesadez llegué a la casa y sólo tuve fuerzas para colocarme el pijama celeste tipo buzo y recostada en mi cama traté de hacer a un lado el odioso sentimiento de "no saber que pasa". Pero la hostilidad era superior a mí. Tú estabas sentado en el living comiendo y riendo mientras mirabas un programa cómico en la televisión. Yo te veía desde mi pieza y te notaba feliz. Entonces, pensé en entregarte mi regalo de Pascua, no importaba tanto que faltaran algunos días para el 24 de diciembre -pensé- mientras tomaba entre mis manos el perfume envuelto en papel verde con rojo y adornado con una cinta blanca. Sin embargo, no alcancé a darte el regalo, porque fue en ese momento cuando te desmayaste justo en la puerta que divide el living de la cocina. Yo corrí hacía ti muy asustada. Era increíble, un hombre alto y robusto que se veía indefenso como un niño, allí tirado en el piso. Tu rostro estaba pálido al punto que era difícil saber si aún vivías. Es una broma, fue lo primero que atiné a pensar. Si, una broma más de las tuyas. Claro, si eras tan infantil para pensar a veces. Me arrodillé a tu lado, tratando en mi fuero interno de no aceptar esa macabra realidad que se mostraba ante mis ojos, tomé tus manos y te dije que te pusieras de pie, ya estaba bueno de chistes. Pero tú ya no me podías escuchar ni tampoco me podías ver, tus pensamientos se habían ido lejos y sólo tu respiración, acentuada con un áspero ronquido, era el único nexo con este mundo e iba llenando la casa de tristeza, de nerviosismo extremo. La impotencia por no poder revivirte me hizo percibir que el tiempo se detenía y la espera por la llegada de ayuda médica se hacía eterna.
Te acompañé en la Ambulancia que iba abriendose paso con ayuda de la estridente sirena y se burlaba de los semáforos rojos con los que tropezaba en las esquinas. Sentía que mi realidad había cambiado por completo, era todo tan confuso. Las calles me parecían laberintos interminables y aterradores, iluminados con las luces de neón que dejaban caer un tono amarillo opaco sobre el asfalto y los árboles. Me parecía que nunca ibamos a llegar a la Posta Central.
El paciente está grave - me dijo una doctora - al tiempo que me entregaba en una bolsa de plástico tu ropa, tu billetera azul con documentos y tu cigarrera de cuero café. Grave, fue la palabra que retumbó en mis oídos y fue como un golpe duro en mi mente. Estabas grave y el tiempo seguía detenido, estaba suspendida en un punto de mi existencia, en el límite de un ayer tranquilo y un presente horrible, como en una pesadilla de la que no podía despertar. Cinco hombres de blanco avanzaron hacia mi y dijeron con voz firme pero cuidadosa: Lo sentimos, el scanner arroja como resultado un derrame cerebral fulminante. Ya no tienes el hermano que tenías ayer, ahora está vegetal y solo nos queda esperar que su corazón deje de latir. No podemos precisar tiempo para que eso suceda; pueden ser horas, días, meses.....no sabemos. Si, esperar, ¿tu partida? o ¿un milagro que te devolviera la vida? Sólo Dios tenía la última palabra y en la lentitud de las horas decidí recordarte como un hombre de buenos sentimientos, inmaduro a pesar de sus cuarenta y seis años, amigo de los niños y de los animales, mal genio y explosivo a veces, pero generoso y de corazón humilde. Dueño de pocos éxitos y de muchos fracasos que te hicieron ser el blanco de humillaciones y ofensas. Sin embargo siempre tenías una sonrisa y un chiste para regalar. Pensativo y triste en días de sol. Fumabas tu amargura en un cigarro suelto y bebías tus propias lágrimas mezcladas con café en las tardes de invierno. No tenías dinero ni una profesión de prestigio, pero poseías un alma noble y una sencillez envidiable. Simplemente eras un buen hombre que ya no sufría más, porque aquella noche de diciembre entre sondas, respirador, sábanas blancas y el olor a limpieza esterilizada que tienen los Servicios Asistenciales, esperabas sin darte cuenta que algún ente celestial viniera por ti para llevarte hacia el esplendoroso universo de la gloria eterna.
El domingo 19 de diciembre al atardecer tu corazón dejó de latir y con ello te liberaste del sufrimiento en esta tierra. Partiste, justo a la hora en que más de cien feligreses de la iglesia evangélica a la que te encomendamos oraban por ti. Viajaste lejos de aquí escoltado por el canto de himnos religiosos. Entonces, a pesar de la pena me quedé tranquila, porque estuve segura que la llegada a tu nueva casa había sido grandiosa. Ya no estabas en este planeta, sólo quedaba tu cuerpo que fue puesto en un ataúd gris y sepultado en el patio de tierra del Cementerio General, humildemente como tú en alguna conversación me lo pediste. Y tu alma... tu alma había recibido el premio mayor: habitar en el Paraíso Eterno.
Un año después de tu partida y sin querer encontré, en la última página de un libro, un mensaje escrito por ti en el que me decías que cuando yo leyera esa nota tú ya no ibas a estar a mi lado, pero que siempre me estarías protegiendo. ¿Es verdad eso hermano?
Si Any, es verdad. Un tiempo antes de partir yo presentía que me quedaba poca vida, sabía que en cualquier momento tendría que irme y por eso te dejé ese mensaje. Créelo, aunque no me puedes ver, porque vivo en otra dimensión, siempre estoy cerca de ti. El amor filial también es eterno, nunca lo olvides. Más contento estoy ahora porque puedo hablar contigo.
Gracias por cuidarme hermano. ¡Me alegro que en la dimensión celeste hayas encontrado la paz y la felicidad que tanto anhelabas cuando vivías aquí! ¿Puedo llamarte de nuevo otro día?
Cuando quieras puedes llamarme, pero jamás olvides que estoy cerca de ti. Palabra de tu hermano mayor. ¡Qué estés bien hermanita mía!
Hasta otro día Miguel. Te recuerdo siempre.
Hasta otro día hermanita.
Un sencillo homenaje dedicado a mi hermano José Miguel.
Anitalu.
|