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LA HISTORIA DE JUAN PISÍS.

De la tradición oral de Papantla, Ver. Narrado por Verónica García García. El 1 de Noviembre de 2002.
Escrito por Luis Manuel Villegas Salgado el 2 de Noviembre de 2002.


En un pequeño pueblito de la sierra de Papantla, vivían Juan y Azucena .Ellos se habían casado ya hacía mas de cinco años. Dios aún no había bendecido su unión con hijos, que se suponía ya deberían tener , por lo que su hogar no era todo lo feliz que debía ser, ya que dentro de su comunidad eran muy apreciadas las familias grandes y a pesar de la situación económica agobiante que vivían en ese tiempo, los pequeños eran el tesoro de esa comunidad. Tal vez la situación de no tener descendencia había agriado el carácter de Juan quien siempre había sido un joven muy apreciado por su participación en todas las actividades colectivas de beneficio para la localidad y por supuesto de las actividades religiosas, de las que últimamente se había ido alejando paulatinamente. Esto preocupaba enormemente a Azucena quien veía que cada día ésta situación hacia más difícil la convivencia con Juan quien se había convertido en un ser huraño cuyos comentarios iban pasando de lo sarcástico a lo cínico y en muchos casos a lo ofensivo, ocasionando con ésta actitud que la tristeza y la desesperanza empezaran a reinar en su hogar , el que poco a poco se deterioraba como una hoja seca en el caudaloso río al lado del cual tenían construida su choza de palma.
Azucena notó que a partir de la muerte de la madre de Juan su carácter se había hecho aún mas duro, notando que él evitaba ya casi hablar con ella, limitándose a dos o tres monosílabos y con esto a aumentar la preocupación de la joven por su esposo y el futuro de su matrimonio.
Las fiestas principales del pueblo eran la de la Santa Asunción de María y la conmemoración del día de muertos, fechas en las que casi toda la población participaba de una manera entusiasta, disponiendo de los escasos ahorros familiares para engalanar las calles y las casas con la decoración propia de esas fiestas.
Azucena recordó como al principio de su matrimonio, Juan le ayudaba a preparar el altar de muertos, acarreando desde el monte las varas más delgadas y blancas, de una gran flexibilidad, que servían para hacer la armazón del altar, el que acomodaban en toda una pared de su hogar para luego, juntos, preparar los adornos que eran tradicionales : Las 12 estrellas de palma, los adornos de papel de china, el papel picado, la palmilla y sin faltar, las flores de cempazúchil y diente de león que eran traídas en mulas desde la zona arribeña de la sierra , preparando así los esposos con gran dedicación y respeto el hermoso altar que dedicarían a la memoria de quienes ya habían partido al más allá. Todo esto se había ido perdiendo con el tiempo , merced al desinterés de Juan.
La madre de Azucena había fallecido hacía muchos años y ella la recordaba solo entre una neblina espesa que se aclaraba con los relatos que su padre le hacía desde niña acerca de las grandes virtudes de su madre fomentando un recuerdo de esa presencia , que si bien , le había hecho tanta falta en sus años adolescentes , le había fortalecido espiritualmente pues siempre la sintió cerca, sirviéndole de consuelo en los momentos más difíciles.
Al acercarse la temporada de muertos de ese año, Azucena se dirigió a Juan, diciéndole así:

° Juan, ya es tiempo que empecemos a preparar nuestro altar, por otras fechas ya casi lo teníamos terminado.

-No me molestes, si quieres, hazlo tú.

° Pero Juan, no entiende tu actitud, siento que de esta manera me rechazas, ¡Ya no te interesa nada de lo que siempre hacíamos! . Nuestro altar de muertos siempre fue de los más bonitos del pueblo. Recuerdo como se reunía toda la familia a cantar las alabanzas y a hacer la ofrenda y tú tocabas la guitarra y todos cantábamos; ¡Éramos tan felices!

-¡Bah! ; creencias que sólo sirven para gastar dinero,

° No Juan, son nuestras tradiciones y siempre las hemos respetado. Son nuestra base, sobre la cual descansa lo que somos, lo mejor de nosotros; Nuestras raíces, Además es cuando más recuerdo a mi madre, a quien no pude disfrutar. Ya te he contado que es el día de los muertos grandes cuando más siento su presencia. Viene por su chocolate con pan, su mole de guajolote con arroz y sus frijoles y ¡ Los tamales! Dice mi papá que le encantaban los corrientes y los guisados.

-Estás loca, tu ni siquiera conociste a tu madre. ¡Olvídalo! ¡Ella ya está muerta! ¡Nunca la volverás a ver!.

° ¡Que dices , Juan! Por el recuerdo de tu madre,¡Reacciona! Ella siempre fue quien nos ayudaba a hacer nuestro altar, enseñándonos los secretos que a ella le confiaron sus abuelos para que siempre luciera fresco y hermoso. Ella jamás dejó de ofrendarle a sus muertos y con gran alegría, siempre los recibió en su casa, ¡Jamás dejaron de venir a verla!.

-¡Ahora si te volviste loca¡ Ahora crees que los muertos regresan a comer, ¡No te digo!,

Juan sale a su labor, internándose en el monte para tomar un atajo para llegar a su parcela .En el camino escucha a lo lejos el llanto de su esposa que queda desconsolada en medio de la choza, lamentándose de su suerte

°¡Dios mío, ayúdame! ¿Qué voy a hacer para que Juan vuelva a ser el mismo de antes?

Lentamente, se levanta y comienza a preparar entre lágrimas las varas y el papel que le servirán para hacer su altar, ahora, completamente sola.

Al día siguiente. Azucena nota la ausencia de Juan, quien ha salido muy temprano, seguramente, para no ayudarle en la confección del altar de muertos. Ella se dispone a preparar los adornos y a confeccionar todos los alimentos, los preferidos de sus seres queridos a quienes sentía halagar y que vendrían a visitarla por éste día, a disfrutar de su presencia y a degustar las bebidas y los platillos que más les gustaron en el mundo terrenal.
Azucena bajó a la orilla del río, donde crecían grandes matas de pisís , una planta con hojas enormes que tienen unas aberturas regulares en las orillas y que ella usaba para decorar el fondo del altar ya que le gustaba la forma en que lucía el papel de china multicolor a través de los agujeros de éstas grandes hojas, pensando que de una forma natural el padre Dios se las enviaba como su contribución para hacer mas bello su altar de muertos. Esta planta, en ésta temporada, desarrollaba una inflorescencia vertical justo en el centro y pegada a su base parecía una gran mazorca, lo que había hecho que algunas gentes la probaran para ver si era comestible. Su sabor era muy intenso, parecido al chiltepín, pero en realidad tenía algún irritante que la hacía imposible de comer, ya que seguramente quemaría con sus ácidos a quien lo intentara, reduciéndose a servir como decoración ocasional en algunas casas.
Por la tarde, Juan regresó a su casa como siempre, malhumorado :

° Juan , ya está listo el altar ¿te gustó como quedó?

-Si, (Contestó con gesto aburrido).

° Dime que quieres que le ofrendemos a tu mamá. ¿Recuerdas que le gustaban mucho los cápites y los huevitos de almendra? El pan ya está en el horno de barro ¡Tal como a ella le gustaba!: De acuerdo con la tradición.

-Ya te dije que no me molestes, haz lo que quieras.

° Juan por favor, yo ya tengo todo listo, ya tengo las veladoras, sólo dime que quieres que le ofrende, ya casi va a ser la hora.

Mirando hacia el altar, le contestó burlonamente :

-Hazle un caldo de pisís, seguro que le va a gustar. Tu, si quieres, ¡También te tomas uno!

Se levantó de nueva cuenta, para internarse en el monte con la intención de ir al centro del pueblo para comprar aguardiente y olvidarse de su mujer y del día de muertos.
De regreso a su casa se detuvo en la espesura del monte, donde se dedicó a embrutecerse por largo rato y a hablar solo, lo que parecía que últimamente le agradaba pues de esa manera nadie le contradecía Sólo interrumpió su monólogo por un rumor que alcanzó a escuchar proveniente de la cañada. A lo lejos se alcanzaban a ver unas luces mortecinas, como de velas que serpenteaban hacia lo alto de un cerro , subiendo lentamente en una procesión extraña, acompañada de algo que parecían lamentos mezclados con oraciones .Juan se acercó a la vereda y pudo ver a través de la espesura una fila de personas de todas las edades; Niños, abuelitos, Mujeres y hombres, que desfilaban con una extraña sonrisa en sus rostros, Sus ropas eran distintas, como de diferentes épocas, pero todos llevaban en sus manos diferentes viandas que parecían complacerles y que apretaban contra su pecho, avanzando lentamente hacia la cima.
Con los ojos desorbitados, Juan pudo reconocer a su suegra en la fila, quien llevaba en sus manos la ofrenda que se le había preparado con tanto amor y que se llevaba con un gesto de tranquilidad y serenidad, mostrando la satisfacción por el recuerdo y la atención de su hija.
Juan debió ahogar gritos de horror al ver pasar a innumerables personas que él conoció en vida y que en ése momento eran parte de ese desfile de muertos que , en su día, habían vuelto para estar por unos momentos con los suyos.
Más grande fue su sorpresa al reconocer entre ellos a su madre.
Ella con un gesto de dolor apretaba contra su pecho un jarro.
Su lengua colgaba sobre su pecho, de un color rojo subido que mostraba las quemaduras que había sufrido por el caldo de pisís que Juan le había ordenado a Azucena ofrendarle ese día a su madre . Fue lo último que pudo soportar, cayendo al suelo, quedó con la mirada fija viendo hacia el cielo que, nublado, no dejaba pasar el brillo de ninguna estrella.
La procesión continuó, desfilando todos los muertos. Al final, el último de ellos, era Juan, quien murió el día de los muertos grandes y con ojos de infinita tristeza , por haber muerto ese día , no pudo gozar de ninguna ofrenda. En sus manos, contra su pecho apretaba las verdes hojas de plátano para confeccionar los tamales que seguramente Azucena le prepararía el año siguiente y que él vendría puntualmente a recogerlos, en el altar de muertos de su casa.

Texto agregado el 28-07-2004, y leído por 368 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
29-07-2004 Una historia intensa, donde se vislumbra un límite casi vulnerable entre vivos y muertos. Tradiciones americanas, sentir de nuestra tierra. Felicitaciones Luis. Shou
29-07-2004 Me ha recordado ligeramente, porque el simbolismo es distinto, a la "Santa Compaña" gallega. Un desfile de muertos que para aquel que lo ve le anuncia su propia muerte, y de alguna manera así es también en tu leyenda. Tu texto también denuncia a través de esa incredulidad de Juan hacia la sabiduría que encierran las tradiciones, su olvido egoista hacia los seres queridos fallecidos. Sin embargo, él, gracias a Azucena, podrá guardar la esperanza de recibir su recuerdo amoroso en el altar de los muertos. Muy interesante esta iniciativa de Sendero ¡mucho!. maravillas
28-07-2004 Leyenda mexicana,m escrita con gran soltura y estilo. El tema es el desamor y la propuesta es Es prudente ponerse en contra de la tradición? la respuesta se da a traves del texto que en el final te oprime un dolor que jamás se le quitar al personaje aunque este muerto... Buen logro Luis manuel...lechong...Algún dia esta aportación sera una clasica leyenda del pueblo mexicano y surgida tambien de la region de los Truenos.. del pueblo totonaca... un abrazo ruben sendero
 
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