Llegué un poco tarde a realizar la reunión de apoderados programada para este mes, no me sentía bien, los ánimos y la disposición no eran de las mejores. Los apoderados del quinto básico del colegio La Sagrada Familia estaban un poco molestos por mi retraso, me retracté de inmediato y comencé , tratando de olvidar todo lo ocurrido, ya que había una gran cantidad de temas relevantes que tratar.
Responsabilidad y calidad académica, son los contenidos que siempre se frecuentan en este tipo de reuniones, pero esta vez mis preocupaciones radicaban en otro tipo de acontecimientos, la conducta, tanto como afuera y dentro del aula me preocupaban. Expuse mis conocimientos por más de quince minutos, poco a poco sentía que me involucraba emocionalmente con el tema, hasta tal punto de nombrar delante de todos los apoderados presentes a los tres alumnos de peor comportamiento; estos quedaron heridos, creo que se sintieron avergonzados por ejemplificar de esa manera.
Pero había un caso que me atormentaba, era el de Luis Martínez Martínez, delante del grupo le manifesté mi preocupación a su madre, me intranquiliza su futuro; fue exactamente lo que le dije. Ella se exaltó, me señaló todo lo que le costaba criar a un niño sin la figura paterna, lo difícil que era llegar del trabajo y seguir con las labores del hogar, y más aún cumplir con el rol de educadora. Te entiendo y no sabes cuánto,le señalé, bajando la mirada con expresión de arrepentimiento; con cara de desprecio cruzamos las miradas, la sala quedó en silencio, yo sólo atine a cerrar el tema y concluir con la reunión.
Los apoderados se retiraron rápidamente, yo en el balcón, pude escuchar claramente los comentarios sobre lo sucedido; estos decían lo siguiente:
“Ahora no nos cabe ninguna duda de que el profesor es el padre del hijo de Laura Martinez”.
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