UN PUEBLITO IDEAL
Mi destino era llegar a Río Verde a media tarde, y lo conseguí ya que estaba saliendo de la última curva del camino en mi vehículo, cuando apareció ese hermoso valle donde se encuentra el pueblito, pequeño pero acogedor, y rodeado de montañas que hacen más bello el lugar. El pasar por este lugar es muy agradable y me relaja, antes de seguir hacia el final del valle donde se encuentra la empresa pisquera que deseo conocer. El río que pasa por el sector norte serpenteándolo, es de agua cristalina, tan transparente que permite ver las piedrecillas verdes que tapizan el fondo, y que dieron el nombre al lugar. A los costados del río emergen arbustos, helechos y rocas que le dan más vida. Al camino que recorro en mi automóvil lo acompañan a ambos lados álamos y eucaliptos con su aroma tan característico. Escucho claramente el cantar de los queltehues que revoletean sobre el lugar, dándole ese ambiente tan de campo. Las pocas casitas que conforman el poblado, son de adobe, y de murallas de tonos claros, limpias, con sus puertas de madera natural, y sus ventanas mostrando diferentes cortinajes floreados. Por las chimeneas de algunas de ellas, sale un humo blanco y me viene a la mente pan amasado, pastel de choclo y otras delicias de la comida chilena. En los antejardines de casi todas esas casitas, destacan margaritas, rosales, calas y hortensias. En los patios posteriores de algunas, distingo parronales y árboles frutales, otras hortalizas, gallinas y pavos que se desplazan libremente, perseguidas por perros que les ladran juguetonamente. Las personas que observo a mi paso, están en labores de campo, arando la tierra, arriando algunas vacas, montados a caballo, o dirigiendo una carreta cargada con sacos y tirada por dos bueyes, que viene en sentido contrario. Quien dirige la carreta va a un costado llevando una larga y delgada caña con la que golpea a intervalos sobre el lomo a los bueyes para que apuren su tranco. Calza ojotas y una chupalla que lo protege del sol. Su pantalón es gris y le llega hasta media pierna. Su camisa de manga larga es a cuadros y de colores negra, roja y azul. A mi lado, pasa también un huaso a caballo, con su linda tenida, sombrero alón, manta colorida al hombro, camisa blanca, una faja sobre el cinturón, pantalón gris listado, botines negros y espuelas. Al verme se sacó el sombrero, dejando al descubierto su pelo cano, y me hizo un saludo con él, que correspondí con una señal de mi mano derecha. Más adelante, en la entrada de otra casa conversan animadamente dos mujeres, vestidas con trajes falda floreados y con delantal blanco. Una de ellas lleva el pelo tomado en un moño y sus zapatos negros son de taco cuadrado. Sus rostros muestran un lindo tostado con pómulos rosados, y ambas son de contextura rellenita. De la falda de una de ellas se cuelga un pequeño de uno tres años, que tiene su carita sonrojada mirando hacia arriba a la que debe ser su madre.
Mientras continúo mi paso por el pueblito, pensé lo hermoso que era ese lugar, la tranquilidad y la paz que se respira, nada es vertiginoso, sino todo a su tiempo. No escuché ruidos estridentes, ni frenadas de vehículos, ni los bocinazos que se escuchan en las grandes ciudades. Ese era un oasis del paraíso que tiene todo lo que se necesita para tener felicidad en el alma. En realidad es un pueblito ideal. Me detuve en un local donde vendían bebidas, descendí del automóvil para estirar las piernas y entré a comprar una coca cola.
Ahora que tuve este respiro de tranquilidad en mi viaje, lo reinicio dejando atrás a Río Verde. El camino continúa bordeando el río y el paisaje continúa muy parecido, pues el valle tiene a ambos lados sendas montañas que lo rodean. Luego de viajar cerca de una hora comienzan a aparecer muchos parronales que cubren el valle, dándole esa tonalidad verde, y también las montañas hasta alturas impensadas. Este viaje lo planifiqué hace tiempo, y el objetivo es conocer la planta donde se fabrica el pisco de la zona y ver todo el proceso. Efectivamente el valle de pronto termina y el camino continúa solo junto al río hasta llegar a la entrada de la pisquera. Me consultan cual es el motivo de mi visita, les digo que vengo a conocer el proceso de fabricación del pisco, y me dejan pasar hacia una oficina. En ella hay otras personas que al igual que yo esperan hacer el tour por la planta. La persona a cargo al verme llegar, me pregunta si voy a hacer el recorrido, y cuando le digo que si, nos invita de inmediato a iniciarlo. Todo el proceso que nos muestra es muy interesante, pasando por alambiques, olor a alcohol, y a uva fermentada. Terminamos nuevamente en la oficina y mi gran deseo es comprar algunas botellas del mejor pisco que allí se produce, pero para mi gran decepción me dicen que no venden, pues el proceso de embotellado se realiza en Santiago hacia donde se envían los camiones con los distintos tipos de pisco, y donde sí podemos comprar. Exijo una explicación y no tienen ni siquiera una muestra para regalar, solamente souvenirs de la zona. Mi mente me recuerda el tremendo viaje que he realizado y no logro lo que quería. Sin embargo, mi alivio es que al volver de regreso pasaré nuevamente por Río Verde el pueblito ideal y eso compensará mi decepción.
Guillermo Gaete C. - Alfildama ©
09 04 2011
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