Ramona era nocturna y tenía los ojos alargados como los de una lechuza al acecho. De día era blanca dormida y de noche negra con extrañas chispas de clores, colores y flores y clavo-olor al su alrededor y otras veces era lo opuesto, de día noche dormida y de noche blanca como la sábana que se agita en la ventana de una casa abandonada al lado del panteón musical. Y esta noche sentía la presión de una nave sobre su cabeza, allá arriba en lo alto en algún lugar entre las nubes y el pent-house del edificio que habitaba y sintió una intrusión en la cocina, el sonido de la nevera que se abría y se cerraba, el sonido de las gavetas y cubiertos, de los platos ser revueltos y el agua del lavaplatos ser abierta y ser cerrada y Ramona se hallaba entre ser y no ser, porque vivía sola en esa casa. Vio la mano... no, la sombra de una mano agarrarse velozmente al marco de la puerta de su habitación y arrojar algo que parecía poseer un brillo bajo su cama y escuchó a ese algo arrastrarse bajo su cama y reir bajito y gorjear como un pajarito y vio las ondas subir por la pared con el plan buscado de concentrarse en algún punto del techo y Ramona esperando no ver el descenlace salió de su habitación y abrió la ventana de un salón con el fin de respirar aire fresco. Pero el cielo era ahora blanco y negro, inconmensurable cantidad de puntos pequeños unos blancos y otros negros habían convertido el cielo entero en una cosa chisporroteante, en un ser chisporrotero cuyo derrotero se hacía imposible adivinar... "Parece el cielo a la pantalla del televisor cuando se pierde la conexión, pero en tridimensional" y por un rato se lo quedó viendo pareciéndole ver miradas en las nubes que la observaban empujándola hacia un oscuro sueño. Y Ramona tuvo sueño, y no vio decenas de esferitas chisporroteras ingresando en las casas y apartamentos con una sutileza rayana en la alucinación; y Ramona tuvo aún más sueño y se fue a dormir a su habitación pensando que quizás leería algo en la prensa al día siguiente sobre todo esto, pero no fue así.