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La historia cuenta que El Capitán Hendrik Van der Decken salió de Ámsterdam en dirección a Java por ultima vez, un día gris de Abril de 1645. Su habitual tripulación lo acompañaba. The Flying Dutchman (el holandés volador) tenía fama de ser el bergantín mas veloz de los que surcaban los siete mares, estaba aparejado con dos mástiles y su proa alta y orgullosa había enfrentado los temporales más bravos de los mares del sur. Esta vez, como otras tantas pusieron rumbo sur aprovechando los vientos favorables del noreste.
No existía tripulación más orgullosa de su barco que la del Capitán Hendrik. Timoneles, gavieros, contramaestre, marineros de cubierta y jarcias, todos amaban a su barco y confiaban ciegamente en su capitán.
A la altura del Cabo Columbine en Sudáfrica recalaron por provisiones y agua potable. El Capitán decidió estirar sus piernas y bajó a tierra en una chalupa junto con Frank, su contramaestre y otros dos marineros. Fue justamente Frank quien le llamó la atención sobre la presencia de un anciano negro que los miraba desde un promontorio.
El Capitán lo miró intrigado, el anciano lo saludaba y lo invitaba a subir, a los pocos minutos estaban frente a frente… el anciano aborigen lo miró a los ojos y súbitamente cubrió con su mano izquierda el rostro de Hendrik. El capitán no se inmutó ya que no veía en el hombre ninguna señal de agresividad. Luego quitó su mano del rostro y murmurando algo ininteligible señaló con su mano derecha al barco fondeado en la bahía. El capitán siguió con la vista y vio a su hermoso barco con las velas arriadas… de pronto sucedió. En rápida sucesión de imágenes el barco izó sus velas y partió rumbo sur, Hendrik quiso gritar pero ningún sonido salió de su garganta. Olas gigantes aparecieron de la nada y el cielo plomizo aseguraba una tempestad como nunca había visto. Aterrado, el Capitán vio como su barco era azotado por la tempestad y segundos después una ola lo tragaba para siempre. Gritó, cerró los ojos y al abrirlos nuevamente vio su barco nuevamente fondeado en la bahía, se dio vuelta para buscar al hombre pero este ya no estaba.
Sudoroso y temblando bajo a la costa y se reunió con Frank.
Frank, era también su mejor amigo, compañero inseparable de sus viajes en el Flying Dutchman, Frank había visto a su amigo dirigir su tripulación en las peores tormentas pero nunca en semejante estado. Lo interrogó con la mirada y Hendrik, llevándolo aparte le contó su visión.
La superstición es quizás el mayor temor que puede tener un hombre de mar. Solo la confianza y el afecto por su barco y su capitán, le permitió a Frank decirle a su amigo que no se preocupara, al fin y al cabo nunca una tormenta había hecho mella a su bergantín.
Todavía tembloroso Hendrik subió a la chalupa y volvieron a la nave. Mas tarde Izaron las velas y partieron.
Cabe aclarar que el cruce de los cabos mas australes del mundo El Good Hope en Sudáfrica y el Cabo de Hornos en Sudamérica gozaban de una triste fama, más de la mitad de los barcos de esa época yacían en el fondo de esas costas. Tal era la fama que un viejo proverbio marino Ingles decía, que quien cruzara el cabo de Hornos adquiría el derecho a discutir con el Diablo, escupir contra el viento y, quizás lo mas atrevido, a poner sus botas sobre el escritorio del Almirante.
Todo parecía normal, el barco iba bien drizado y con buena velocidad, pronto alcanzaron el cabo de buena Esperanza y el capitán se tranquilizó. Caía la tarde sobre el Cabo Agujas cuando de pronto la tempestad cayó sobre la embarcación. En esa famosa unión entre el Atlántico y el Índico las olas corren libremente en la latitud 40° sur alcanzando alturas de hasta quince metros. Esta vez el mar y el cielo quisieron superarse. El Flying Dutchman dio una noble batalla, las olas caían una y otra vez sobre la cubierta barriéndola de sotavento a barlovento, Hendrik solo era visible a la luz de los rayos que iluminaban por segundos la embarcación, parecía presa de un demonio, gritaba ordenes e insultaba a los cielos. Frank repetía también a los gritos las órdenes y en medio del temporal toda la tripulación trabajaba sin asomo de temor, tal era la confianza en su capitán.
La tormenta duró toda la noche y al amanecer Hendrik pudo ver que no sobrevivirían, el viento huracanado había rasgado las velas y los llevaba irremediablemente a los arrecifes, en minutos, el Flying Dutchman se convertiría en añicos y probablemente toda la tripulación se ahogaría.
En este punto la historia dice muchas cosas. Que insultó a los vientos y por ese motivo su nave fue maldecida a navegar eternamente sin tripulación y sin tocar puerto. Que hizo un pacto con el diablo y que el mismo lo traicionó destinando al bergantín a idéntico fin, dando muerte a toda su tripulación. Y hay quienes dicen que pudieron superar la tormenta pero poco después la tripulación contrajo la peste bubónica y todos murieron pero sus fantasmas aún gobiernan el barco. En realidad nada de esto es cierto y como ocurre siempre también todo es verdad.

Faltaban minutos para llegar a los arrecifes, Y Hendrik desesperado maldijo a Poseidón por el inevitable destino. No le importaba su muerte, pero no toleraba la de su barco ni la de su gente.
Entonces ocurrió algo que sobrecogió al mismo capitán. El cielo se rasgó, el tiempo se detuvo y del fondo del mar apareció una figura humana, solo se veía la parte superior de cintura para arriba, y digo humana solo porque guardaba las proporciones pero su tamaño superaba con creces la altura del palo Mesana del Bergantín.

El barco flotaba escorado en una mágica laguna rodeada de olas gigantes, el viento se escuchaba lejano aunque la distancia de la tormenta no superaba las doscientas brazas.
Poseidón, que no era otro, se acercó acariciando sus enormes barbas y arrimo su cara a metros del bauprés. El capitán, caminando sobre el bauprés se hizo paso entre los rasgados foques y lo miró frente a frente.
- ¡Hendrik! - Dijo la voz, - Tu destino está en el fondo del mar, ¿porque peleas tanto?.
- ¡Porque amo esta nave!, ¡Amo a mi tripulación mas que a mi propia familia!, no estoy dispuesto a perderlas…. ¡Llévame a mí al fondo del mar!.
-Hmm, respondió Poseidón, - hace años que transitan naves sobre mis dominios, desde las primeras barcas a vela fenicias pasando por antiguas galeras romanas hasta modernas fragatas de tres mástiles, pero nunca encontré a alguien tan obstinado y desinteresado, ni nave tan veloz y orgullosa como la tuya.
-Haré un pacto contigo – Dijo Poseidón.
- ¡Lo que sea pero salva mi barco y mi tripulación!.
- Entonces, esta es la condición. Ya que amas tanto a tu nave y tu tripulación los condeno a unirse para siempre, Nave y Hombres.
El Capitán se dio vuelta para mirar su tripulación, pero no hizo falta decir nada.
-Yo seré las Jarcias! , dijo el marinero más antiguo,
-Yo el Mástil Mayor!
-Yo el Mesana!
-Yo la roda!
-Yo la cubierta que tanto tiempo fregué – dijo otro sonriendo.
-Yo la vela sobremesana que siempre tuve que izar y arriar.
En un segundo la tripulación se había fundido con el barco.
El capitán lo miró a Frank con lágrimas en los ojos y le preguntó
- Y tu?
Frank le respondió, - Me hubiera gustado el timón pero se lo dejo a Ud. Mi Capitán, me conformo con el banquillo de cubierta desde donde, a su lado dirigimos siempre nuestro barco.
- ¡Que así sea! Dijo Hendrik.


Solo un instante después nuestro barco, ya nosotros unidos por la eternidad, esquivábamos los arrecifes, condenados y felices a navegar de por vida los siete mares sin nunca recalar en puerto alguno.
Muchas veces en medio de una tormenta vimos barcos, algunos hasta se nos acercaron, llegue a verles la cara de miedo a los tripulantes y nos reímos de ellos, ya que el miedo es algo que nunca conocimos a bordo del Flying Dutchman.
El tiempo pasa, los barcos cambian, hoy ya vemos pocos barcos de vela, pero mantenemos la misma felicidad que cuando elegimos unirnos a nuestra nave.
Y esta es la historia real, puedo asegurarlo, como que mi nombre es Frank y sigo siendo hoy el contramaestre del Flying Dutchman.




























Nota del autor:
El Flying Dutchman fue avistado numerosas veces y siempre en tormenta, a lo largo de los siglos dieciocho, diecinueve y veinte. Entre los testigos más notables se encuentra el príncipe Jorge de Gales (posteriormente rey Jorge V de Inglaterra), junto a su hermano el príncipe Alberto Víctor de Gales y otras trece personas en las proximidades de las costas de Australia entre Sydney y Melbourne en el año 1880...

Texto agregado el 13-03-2012, y leído por 392 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
28-06-2012 Wowww, ¡que linda manera de contarlo! dime que parte del barco soy y partimos juntos...¿vale? yar
18-03-2012 Muy interesante historia, contada magistralmente, me encantó Felicitaciones =D mis cariños dulce-quimera
17-03-2012 Excelente texto, definitivamente sos un excelente narrador, manejas bien el texto y bien los dialogos, abrazos y estrellas desde cali, colombia, pedro. NELSONMORE
14-03-2012 Cabo de hornos esta al fin del mundo ,o sea en CHILE. Nosotros tenemos un barco famtasma pintado de rojo,que aparece en las noches de luna llena,EL CALEUCHE. Fascinante tu relato. pantera1
14-03-2012 Una historia sensacional, de mis favoritas sin lugar a dudas, me gusta mucho cómo escribes y ojalá pueda ver más adelante los punto y seguido y los aparte en mejor orden y los signos de admiración correctamente manejados...********* jagomez
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