Esperaba en el andén como quien espera a un viejo amigo que no ve desde hace años. Sentada, con sus minifalda y sus zapatos de taco alto y su camisa negra, miraba a hacia un costado, como si el próximo tren fuera el suyo, pero no, porque los trenes pasaban y ella no subía a ninguno, no, porque nadie que bajará de algún tren se acercaba a ella.
Quizás la habían dejado plantada, quizás amaba contemplar los trenes pero yo no le veía gracia.
Todas las mañanas era lo mismo, parecía un fantasma, a veces hasta me preguntaba si los demás podrían verla.
Era una mujer joven, de ojos negros y profundos, con unas piernas increíbles y un rostro que parecía tallado a mano, pero aun así parecía muerta, pálida, sin realizar movimientos, con la mirada perdida, con los ojos brillosos, nunca una sonrisa, nunca una mueca, su cara era un ejemplo vivo de dolor, de sufrimiento, de tristeza, de angustia, de bronca, de odio.
Era como una madre que pierde a un hijo y nadie se acerca a darle un consuelo, era como una niña a la que le roban su inocencia, era como una mujer anciana que muere en soledad, era como un enfermo que no halla remedio, era como alguien que solo espera que ocurra un milagro.
Una de esas mañanas decidí acercarme a ella, me senté a su lado y estuve unos segundos mirando al frente, no se movía, solo miraba hacia un costado. Como llovía decidí comentar:- Que tiempo ¿No? Se puso frio ¿no le parece?
No levanto la vista, con los ojos clavados en la nada asintió con la cabeza.
-¿Que tren espera? Pregunte, pero no esperaba una respuesta.
-El tren que me lleve con mis hijas. Dijo con voz triste.
-Ah, ¿Tiene hijas? Dije.
-Tenía cinco. Dijo desinteresadamente.
-¿Tenia? Dije sin entender.
-Sí. Están muertas. Dijo otra vez desinteresadamente.
-Ah, mi más sentido pésame. Ósea que va a un cementerio.
-No. Negó como intentando evadir la conversación.
No pregunte más nada, no entendía muy bien a donde quería ir esa pobre mujer, le dije adiós y subí a mi tren.
Cuando volví a la estación la mañana siguiente ahí estaba la mujer sentada en el banco del andén, se levantó lentamente y se acercó a las vías, creí que iba a caerse, estaba muy en la orilla y me le acerque, la tome de un brazo y le dije: -La salve justo.
-No voy a agradecérselo, acaba de salvar a alguien que simplemente no esperaba ser salvada. Dijo y dio media vuelta y desapareció entre la multitud, comprendí a donde quería ir, esa pobre mujer quería suicidarse y yo se lo impedí.
Pasaron semanas y no volví a verla, luego de unos meses volvió a la estación la joven mujer, esperaba en su banco, pensé que tal vez se había arrepentido y quería agradecerme, me acerque y me senté a su lado, tenía cinco rosas rojas sobre la falda.
Me miro detenidamente, me entrego las rosas y me dijo: Ahí viene mi tren.
Se acercó a las vías y salto, todas las personas quedaron atónitas, nadie entendía nada, yo tenía solo las rosas en mi mano y no podía creer lo que había pasado, mire las rosas, cada una de ellas tenía una etiqueta con un nombre diferente: Consuelo, Inocencia, Soledad, Remedio, Milagro. Supuse que eran los nombres de sus cinco hijas.
Y así se marchó la joven que esperaba en el andén, así se marchó sin decirme su nombre y yo todavía espero el tren que me lleve con ella, porque no hay noche que no la sueñe durmiendo a mi lado.
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