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LA INVESTIGACION



A mediados del mes de octubre, a solicitud del comisario del lugar debí viajar a un pueblito nortino, llamado Río Verde por el increíble color verdoso de las aguas del río que lo cruza, descendiendo de la cordillera. Lo había conocido hacía unos cinco años cuando fui invitado a la inauguración del cuartel policial, y al pasar el puente por el que se ingresa a esa localidad me impresionó ese color del río.

El viaje lo inicié pasadas las nueve de la mañana de ese día jueves, y lo realicé en mi station cubriendo los cuatrocientos kilómetros en dos etapas, pues a mitad del viaje debí cargar bencina y tomar un reparador café en una de las estaciones de servicio de la carretera. Mientras me desplazaba por la autopista, analicé mentalmente la información que el comisario me envió en la carta donde hacía mención a la extraña muerte de un sujeto. Llegué cerca de las dos de tarde, y me dirigí de inmediato al hotel que ya conocía de mi viaje anterior. Solicité una habitación y se me asignó una en el segundo piso con vista a la plaza. Subí hacia ella para dejar mi equipaje y cambiarme de ropa. Luego bajé a la recepción y le consulté al joven me diera un dato de un buen restaurante para almorzar. Sugirió uno llamado el Rincón Nortino, cuya especialidad era la comida típica. Le agradecí su dato y hacia allá dirigí mis pasos. La indicación era cruzar la plaza, seguir en diagonal hasta la calle opuesta y caminar una cuadra y media más. Mientras caminaba por la plaza, iba observando sus características, altos y hermosos árboles, algunas palmeras, una linda fuente de agua en el centro y en los cuatro costados de ella formando una plazuela, cuatro estatuas de héroes patrios con sus placas explicativas. Había varios macizos florales de múltiples colores y, caminos de baldosines que llegaban todos a la fuente de agua. Era una plaza muy característica, similar a las que vemos en todos los pueblitos del país. A esa hora se veía algún movimiento de personas quienes iban y venían, o estaban sentadas en los bancos ubicados en las orillas de los caminos, descansando, conversando u observando el lugar. Alrededor de la plaza y en las veredas opuestas se desatacaban los edificios de la Municipalidad, del Correo, de los Juzgados, del Cuerpo de Bomberos, de Carabineros, del hotel y algunos locales de comercio menor.

Llegué al restaurante recomendado, me ubiqué en una mesa cerca de un ventanal, y se acercó a atenderme una amable y sonriente joven. Le consulté por las sugerencias, y luego de nombrarme algunas me decidí por la cazuela de ave, la ensalada de tomate palta y de postre mote con huesillos. Para beber le solicité una cerveza. Era lo que deseaba. Se retiró y volvió a los pocos minutos con una panera de pan amasado, mantequilla, pebre y ají para esperar los platos. Mientras degustaba el pan amasado comencé a pensar en esta misión que se me había solicitado realizar en este pueblito, con poco más de veinte mil habitantes. El tema era ayudarlo a dilucidar la muerte de Pedro Droguett, ocurrida hacía dos días en extrañas circunstancias. Terminé mi almuerzo cuyos platos estaban exquisitos, y luego de pagar la cuenta y felicitar a la joven que me atendió, me dirigí a la oficina del comisario Anselmo Cortés, distante dos cuadras de allí.

Al llegar e ingresar a la oficina, fui recibido por su ayudante Ramírez, quien me invitó a sentarme y esperar en la sala de recepción, pues el comisario se encontraba en reunión con el alcalde. Me ubiqué en uno de los sillones y me dispuse a esperar. Luego de unos veinte minutos salió el alcalde y tras suyo el comisario, quien al verme se despidió del alcalde, se acercó y me saludó amablemente:

¿Cómo está inspector Castro? – es un gusto tenerlo nuevamente por estos lados, y muy feliz que venga a ayudarme en el caso tan especial que le comuniqué por escrito. Me hizo pasar a su despacho, me invitó a tomar asiento, me ofreció un café, se lo acepté y entonces entramos en materia.

-Para mi también es un gusto estar nuevamente en este tan pintoresco pueblo y, agradezco el que me haya invitado para ayudarle en el caso.

El comisario Cortés, comenzó de inmediato a relatar los hechos, que a su vez le había informado al alcalde quien había venido a mostrar su preocupación.

-Inspector Castro, curiosamente hace un año fue asesinado en el pueblo Alan Rogers, personaje muy conocido, empresario exitoso y muy respetado, propietario del supermercado, de la ferretería y del hotel que está en frente de la plaza. A pesar de todas las investigaciones realizadas durante más de ocho meses no se logró saber quien lo habría asesinado y cual fue el móvil del crimen. Por lo tanto el caso fue cerrado pero sin resultado. Ahora bien, dos de los sospechosos quienes tuvieron coartadas, han sido asesinados en forma muy extraña en menos de una semana, y al igual que con Rogers no hay pistas de quien pudo haberlo hecho.

-Comisario, ¿Usted dijo que fueron asesinados en forma muy extraña? - ¿A qué se refiere con ello?

-Mi querido amigo, lo digo así, pues ambos cadáveres tenían en común la expresión de terror en sus rostros e hilillos de sangre saliendo de sus bocas y narices. No presentaron ninguna herida, ni golpe que pudiera dar una pista de cómo fueron asesinados. Ambas autopsias dieron cuenta que habían muerto de ataque violento al corazón, y nada más. - ¿Qué le parece inspector?

-Realmente me parece bastante curiosa la forma en que pudieron haber muerto.

Luego de mi comentario el comisario continuó con la información:

-Lo más extraño del caso, es que el cuidador del cementerio Rolando Frías, me contó una historia difícil de creer y por ello le he pedido a usted me ayude en el caso, pues lo puede analizar externamente al no conocer a las personas como es mi caso. Para ello, lo primero será dirigirnos al cementerio para que pueda hablar con Frías y le cuente esa historia. - ¿Le parece?

-Me parece bien comisario.

Dicho lo anterior nos dirigimos en un auto policial al camposanto, ubicado en la parte sur del pueblo, en una especie de loma que lo mostraba en altura y se podía ver desde cualquier lugar. Ingresamos a él y dejó el vehículo en el estacionamiento. Descendimos y nos dirigimos a la caseta del cuidador. Al llegar a ella tocamos una campana que había a la entrada y luego de unos minutos apareció Rolando Frías, quien nos saludó, y el comisario me presentó diciéndole que era un inspector de la capital que deseaba hablar con él por el caso de las dos muertes recién ocurridas.

Frías era un hombre de unos cincuenta años, canoso, con muchas arrugas ya en su rostro, de tez sonrojada, ojos oscuros, de estatura baja y de voz ronca. Nos hizo pasar a la caseta y nos invitó a tomar asiento en unos sillones.

-¿Qué desea saber señor? – me dijo.

-El comisario me ha llamado para ayudar a investigar la muerte de Pedro Droguett, pero por lo que él me ha contado, hace poco hubo otra muerte extraña y usted sabe algo que me interesa conocer.

-Muy bien, le contaré. Hace una semana apareció muerto en su casa, David Montes, quien vivía solo, y desde que se le involucró en la muerte de Alan Rogers, hace un año, con quien habría hecho algunos negocios malos, se había dedicado a la bebida. El cuerpo fue hallado luego de varios días, cuando al cartero le llamó la atención que tuviera correspondencia sin retirar del buzón a la entrada de su casa. El comisario fue quien primero lo vio y contó que le extrañó la expresión de terror que mostraba su rostro.

-La noche en que debe haber sido asesinado, yo había bajado al pueblo a celebrar el cumpleaños de mi compadre Juan en el restaurante Rincón Nortino, donde nos juntamos unas diez personas. Al regresar al camposanto, cuando faltaban unos cincuenta metros, divisé la figura de una persona que a pesar de estar el portón cerrado con llave, logró abrirlo e ingresar. Yo apuré el tranco y comprobé que el portón estaba abierto, eso me preocupó pues lo había dejado con llave. Ingresé rápidamente y miré hacia todos los caminos que se podían ver con claridad pues había luna llena, divisando a la figura caminando hacia el fondo del cementerio. Le seguí rápidamente y al llegar a una plazuela donde se encuentra la tumba de Alan Rogers, desapareció. Recorrí el sector varias veces pero no encontré a nadie. Luego me dirigí a mi caseta para acostarme pensando siempre en esa extraña situación.

-Días después supe de la muerte de David Montes, pero no se me pasó por la mente que podría tener relación con la figura que había visto ingresando al cementerio hacía una semana. Ahora con la muerte de Pedro Droguett, quien trabajó con Alan Rogers hasta ser despedido, como le comenté al comisario, pienso que hay relación pues la noche de su deceso, luego de hacer la última ronda, al llegar a mi caseta sentí abrir el portón de la entrada, que había dejado con llave. Me dirigí hacia él y comprobé que estaba cerrado, lo abrí, miré hacia el camino, y allí vi a esa figura alejándose hacia el pueblo. En el momento pensé en seguirla, pero me dije, si va y vuelve acá la esperaré. Entonces volví a mi caseta, me serví un cargado café, saqué una silla y la ubiqué en una posición que me permitiera ver el portón de entrada. Eran cerca de las once de la noche y el cielo esta vez estaba algo nublado, no había luna pero si brillaban muchas estrellas en el firmamento. Había comenzado a soplar un fuerte viento que movía el follaje de los altos árboles del lugar, emitiendo un particular sonido parecido a un silbido. Pasó un largo rato y de pronto sentí nuevamente abrirse el portón. Mi corazón se aceleró, pues no entendía como podría esa persona tener una llave y entrar tan fácilmente. Me levanté y me escondí tras un árbol para ver hacia donde se dirigía, y me sorprendió pues venía por el camino frente a la caseta. Curiosamente al caminar no hacía ningún ruido. Al pasar frente a mí a unos seis metros, comprobé que su tenida era muy clara casi blanca y al observar el rostro se me heló la sangre pues me pareció ver claramente una calavera. No supe si entrar a esconderme o seguirla. Decidí ir tras ella escondiéndome tras los árboles del camino. Así llegó al mismo lugar de la vez pasada, la plazuela de la tumba de Alan Rogers y desapareció. Nuevamente revisé el lugar sin encontrar a nadie.

-Como ve señor el caso es sumamente extraño, y cuando le comenté al comisario, él soltó una fuerte carcajada, pues pensó esa noche me había embriagado. Yo les quiero invitar a que me acompañen a la plazuela y puedan ver con sus propios ojos el lugar y allí les daré mi opinión.

Salimos los tres de la caseta y nos dirigimos hacia el fondo del cementerio hasta llegar a la plazuela de la cual nos habló Rolando Frías. Efectivamente allí se destacaba en solitario la tumba de Alan Rogers, personaje ilustre del pueblo. Entonces el cuidador del lugar nos dijo:

-Señores, estoy seguro que las dos personas asesinadas en estas semanas, tenían relación directa con la muerte del difunto Rogers y, como la justicia del pueblo no fue capaz de encontrar a sus asesinos, vino a hacerlo personalmente desde el más allá. Les podría apostar que una vez se entierre mañana a Pedro Droguett, descansará en paz y volverá la tranquilidad a este lugar.

Nosotros nos miramos asombrados con el comisario y este le dijo encontrar increíble su teoría, pero estaba de acuerdo en algo, siempre sospechó de los dos asesinados como culpables de la muerte de Alan Rogers. Sin embargo su abogado defensor lo hizo tan bien que fueron dejados en libertad.

Regresamos hasta la entrada del cementerio, nos despedimos de Frías y nos dirigimos al vehículo policial, sin embargo, le pedí al comisario me diera unos minutos pues tenía unas preguntas para el cuidador. Este se había dirigido al portón para abrirlo y permitirnos salir.

-Señor Frías, deseo me diga por favor, con quien estuvo en las noches en que ocurrieron las muertes comentadas.

El cuidador me miró fijamente, luego levantó la vista hacia el cielo y me contestó:

-Inspector, se que a usted le cuesta creer la historia de la figura macabra vista por mí esas noches, pero es la pura verdad. En ambos casos estuve con amigos y el comisario ya los interrogó a todos y pudo corroborar lo que le digo. Si usted lo desea puede hacer lo mismo.

-Le agradezco su información señor Frías y le pido me disculpe pero así es mi profesión. La idea es aclarar las situaciones difíciles como ésta. Hasta luego.

-Hasta luego señor.

Volví al vehículo donde me esperaba el comisario y regresamos al pueblo.
En el camino me consultó mi opinión sobre lo dicho por el cuidador del cementerio y que por esa razón me había invitado a venir, para saber mi opinión ante tan increíble relato.

-Estimado comisario, de verdad me ha parecido muy verosímil la declaración de Rolando Frías, y si bien pareciera algo paranormal y muy descabellado, atando los cabos que unen a las tres personas involucradas, creo que esto se sabrá cuando los restos de Pedro Droguett descansen en este cementerio.

-Comisario, también supe que usted ya lo había interrogado para saber donde se encontraba las noches de los asesinatos y también a las personas corroborado sus coartadas.

-Por supuesto inspector, al escuchar tan descabellado relato de Frías, lo interrogué, le pedí el nombre de las personas con que había estado, la hora, y efectivamente lo comprobé.

Llegamos hasta su oficina y quedamos de vernos al día siguiente en el funeral de Droguett. Me dirigí al hotel y antes de subir a mi habitación fui al comedor y solicité un café con dios sándwiches.

Ese viernes me levanté temprano y me dirigí a la oficina del comisario, quien ya me esperaba.

-Inspector, el funeral será a las diez y media de esta mañana, así que le invito un café y luego nos vamos al cementerio.

-Muy bien comisario.

Nos servimos el café mientras intercambiábamos algunas anécdotas experimentadas en nuestras actividades. Cerca de las diez de esa mañana, nos dirigimos a su vehículo para ir al camposanto y observar el entierro de Pedro Droguett. Al llegar se veía movimiento de personas en la entrada e ingresamos dejando el automóvil en el estacionamiento. Luego nos dirigimos a la caseta para ubicar a Frías, quien estaba haciendo algunas anotaciones en el libro de ingresos del cementerio. Le saludamos y dijo estar esperando la llegada del difunto para darle sepultura y nos invitó a sentarnos mientras esperábamos. Miré mi reloj y marcaba las diez y veintiséis minutos, entonces faltaba muy poco para la llegada del cortejo.

A las diez y media el cuidador nos dijo que ya era hora de ir a recibir el funeral. Salimos de la caseta y efectivamente ya se había congregado bastante gente en la entrada del cementerio y divisamos a unos cien metros venir el carro fúnebre. Lentamente fue ingresando la caravana y el ayudante del chofer le entregó a Frías el documento que autorizaba al entierro del difunto Droguett y se estacionó en el lugar donde se procedía a bajar el ataúd. Continuaron llegando las personas que acompañaban el cortejo y se procedió a colocar el ataúd en un carro metálico que se cubrió con las coronas de flores. Luego de unos minutos, se inició el lento recorrido hacia el lugar habilitado para el entierro, seguido por unas cuarenta personas que vinieron a despedir a difunto. Nosotros con el comisario y el cuidador Frías nos incorporamos al final y luego de caminar unos diez minutos llegamos a un lugar donde había una construcción con nichos en cuatro niveles. Se encontraba ya preparado uno en el segundo nivel y hasta ese lugar llegó el cortejo. Un señor, familiar de Droguett, dirigió algunas palabras agradeciendo la compañía para su cuñado y deseándole descansara en paz. A continuación se procedió a colocar el ataúd en el nicho, y luego se colocaron las coronas y flores.

Rolando Frías, el cuidador nos invitó a acompañarle a visitar la tumba de Alan Rogers, pues allí quería decirnos algo. Caminamos por algunos senderos hasta llegar a la plazuela donde se encontraba esa tumba. Sobre ella había dos rosas blancas y una hoja de papel con algo escrito que nos sorprendió:

“Ahora si Alan Rogers descansa en paz”, con letras rojas.

Al leer esa nota, los tres nos miramos sorprendidos y en ese momento habló Frías.

-Señores, ahora que Pedro Droguett descansa ya en este cementerio, estoy seguro que Alan Rogers, tal como dice esa nota ahora descansa en paz. Hubo una venganza, pero yo todavía no entiendo quien pudo hacerla. ¿Fue el mismo Alan Rogers que vino desde el más allá? ¿Qué creen ustedes?

Luego de escuchar a Frías, se me ocurrió preguntarle si él había escrito esa nota que estaba sobre la tumba y me respondió:

-¡No señor…, como se le ocurre! Yo también me hago la misma pregunta, pero no me imagino quien pudo ser.

Nos miramos con el comisario y este nos dijo:

-Señores, creo que efectivamente el caso ya se ha terminado, pero habrá algo que nunca sabremos y es quien fue la persona o la figura que tomó venganza por Alan Rogers.

Luego nos retiramos del lugar y caminamos hasta el estacionamiento, para despedirnos de Rolando Frías y agradecerle su colaboración. Subimos al automóvil del comisario, salimos del cementerio y me fue a dejar al hotel, agradeciéndome mi ayuda y deseándome un buen viaje de regreso.

Ya en viaje de regreso, me vine pensando en la supuesta ayuda brindada por mí, pero en verdad el que realmente ayudó fue el cuidador del cementerio con su historia. Pero me quedó la gran duda, ¿Qué más sabía del caso? ¿Sería él el vengador? Finalmente dejé de pensar en ello y decidí no pensar mal, pues al parecer en realidad se trató de un hecho paranormal.

Guillermo Gaete C. – Alfildama ©
04.10.2011


Texto agregado el 11-03-2012, y leído por 141 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
11-03-2012 La verdad muy atrapante! Saludos. virgendelamargura
 
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