No había otra alternativa. Las cosas no iban bien y los acreedores tocaban la puerta todos los días. Claro que todo esto era pasajero, pronto el negocio daría sus frutos y a otra cosa mariposa. Había que vender el perol. Sí, ese mismo que fue fabricado por su abuelo con sus propias manos, con el mejor cobre de principios del siglo pasado y que ahora constituía una verdadera reliquia por los acabados que lo convertían en una pieza única. Felizmente, como suele pasar, en estos casos uno siempre tiene un amigo dispuesto a extender la mano. El nombre es para olvidarlo pero fue sincero al decirle: Yo te lo compro, aun sin necesitarlo, pero te olvidas de la antigüedad, de los adornos y del recuerdo del abuelo. El asunto era al peso y sacó la cuenta por kilo con el resultado de 600 dólares. Negocios son negocios, pero en el fondo, pese a la necesidad, él consideraba que valía más. ¿Donde estaba el valor sentimental? ¿Cómo se sentiría el viejo abuelo, donde estuviera, al saber que su trabajo no era realmente valorado y solo consideraban el material del frio metal?.
Puso un aviso en el periódico y llegaron algunos postores. El precio no podía ser menos de 1000 dólares, no señor, así que pidió 1,300 para negociarlos.
Cuando llegó la camioneta 4 por 4 con esos señores de elegante presencia que reconocieron el verdadero valor del objeto, que imperecederamente adornaría cualquier terraza de una magnifica residencia, Gerardo se sintió reconfortado. Pactaron en 1200 dólares, ni un centavo menos, que le fueron entregados en 12 billetes de moneda americana que revisó uno por uno para evitar falsificaciones, labor que para él era sencilla por haber trabajado alguna vez de cajero en un banco. Entre los tres cargaron el perol que pesaba un poco más de doscientos kilos, y que por sus años a Gerardo parecía que se le salía el corazón, hasta ubicarlo en la maletera de la camioneta.
El negocio habría culminado con éxito si no fuera por el pequeño detalle que, al despedirse, el comprador desenfundó una pistola que Gerardo reconoció como una Luger, pidiéndole los dólares entregados. Así es el fútbol, le dijeron antes de marchar raudamente fuera de su vista.
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