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- Alcanceme el pico m’ijo.
El joven toma un pico gastado por el uso de años de la desvencijada carretilla y se lo alcanza a su padre en silencio.
- Gracias m’ijo.
El viejo pica enérgicamente los terrones de la huerta, el sudor cubre todo su cuerpo y lo obliga a apretar fuerte al mango del pico para que no se le escape.
La primavera se ha adelantado, pronto empezará a llover, el agua escasea en Yacanto de Calamuchita y los recientes incendios no han mejorado la situación del campo. Hablando consigo mismo dice:
- Si no sembramos en esta luna se nos atrasará la cosecha…
A su lado Guido, su hijo mayor, arrodillado en la tierra desmenuza los terrones y hábilmente va armando los surcos para la siembra.
Hace más de dos semanas que Guido esta distante y silencioso. Los Alamo de Yacanto siempre fueron gente de pocas palabras, su padre acostumbraba a decir que el hablar era para los “dotores”, los Alamo eran gente de campo, pero lo de Guido superaba los estándares aún para un Alamo.
- ¿Que le anda pasando m’ijo?
Guido, sin levantar la vista de la tierra responde:
- Nada papá, he estado pensando…
- ¿Que m’ijo?
El silencio se extiende, el viejo apoya el pico en el suelo y lo mira esperando.
- Quiero ir a la capital.
- A Buenos Aires?
- Si papá, quiero probar otra forma de vida.
El viejo siente que el mundo se le derrumba, Guido también ha detenido su trabajo y, levantando la vista, mira ansioso a su padre.
El viejo se agacha a buscar la botella de agua y pregunta:
- Pá cuando?
- Estábamos pensando con el Luis, que pá fin de mes…
Luis es el mejor amigo de Guido, el viejo ya los había visto juntos en el bar del pueblo viendo la televisión y hablando con los turistas que ocasionalmente veranean en la zona.
El viejo toma un trago de la botella y se la pasa a su hijo diciendo:
- Gueno m’ijo, si es lo que quiere…
Levantando el pico da por terminada la conversación.

- Vieja, ¿vos sabías que el Guido se va pá Buenos Aires?
La mujer, con una mirada de profunda tristeza, se seca las manos en el repasador que tiene atado a su cintura y se sienta al lado de su marido en la mesa.
- Si, me lo dijo anoche, ¿que vamos a hacer viejo?
- Nada vieja, esta grande y bien criado, se las va a arreglar… y nosotros también, todavía estoy fuerte pá las tareas del campo.

El sulky ya está cargado con la vieja valija de cartón de la familia. Guido sale de la casa con una bolsa que contiene algunas provisiones que su hermanita y su madre le prepararon para el viaje. El viejo lo espera en el carruaje mientras Guido se despide. Marisa, su hermana, llora desconsoladamente, no lo quiere dejar ir, finalmente Guido la levanta en brazos la abraza fuerte y se la entrega a su madre. Últimos besos, ultimas recomendaciones y sube al sulky.
Es domingo, el sol pega fuerte, el camino al pueblo transcurre en silencio. Guido parece fotografiar todo con su vista, mientras el viejo lo mira de reojo. Al llegar Guido baja la valija y lo mira al viejo. El ómnibus que lo llevará a Santa Rosa ya tiene el motor en marcha. El viejo lo abraza y metiendo la mano en el bolsillo saca un fajito de billetes, un reloj y se los entrega diciendo:
- Tome m’ijo, si nos va bien con la cosecha no nos va a hacer falta, el reloj era de su abuelo, en Buenos Aires le va a hacer falta saber la hora.
Guido emocionado lo abraza.
- Gracias papá.
- Vaya nomás m’ijo, ahí lo esta esperando el Luis, acuerdesé que Ud. es un Alamo y aquí va a estar siempre su casa.
El ómnibus parte y el viejo camina lentamente por el pueblo, perdido en sus recuerdos, sus pies lo llevan a la capilla del pueblo. La misa ha terminado y los feligreses se han ido. Se sienta solo en el último banco.
Salvo sus padres ya fallecidos y su mejor amigo, nadie sabe que hace cuarenta años el emprendía el mismo camino. La historia se repite. Los recuerdos vuelven a su memoria, la terminal de Retiro, el tráfico, las bocinas, la gente que no mira a los ojos, los robos, las luces nocturnas, los subtes, los carteristas, la gente apretada, los oportunistas, las pensiones de mala muerte, el ruido, los gritos, los insultos, el llanto…
Ensimismado en sus pensamientos no nota la presencia de otra persona.
- ¡A que debe el honor Dios, de tener al viejo Alamo en su humilde casa!
El cura párroco José, su mejor amigo, ha terminado de cambiarse en la pequeña sacristía y al salir ve sorprendido a su amigo. Sin esperar respuesta continúa:
- Viejo, no me vas a decir que te me vas a hacer devoto a los sesenta años!.
El viejo hace una mueca y contesta con un gruñido.
El cura se sienta a su lado en el banco, intenta descifrar su semblante y le pregunta:
- Que te pasa viejo?
El silencio se mide en minutos, finalmente el viejo contesta:
- El Guido se me ha ido pá los Buenos Aires.
- La historia se repite no?
- Si, pero estoy preocupado.
Pasan casi diez minutos en silencio finalmente el cura le dice:
- El Guido es un Alamo, quedate tranquilo ¡va a estar bien!
Con picardía el cura agrega:
- Vení, vamos a tomar una grapita, tengo miedo de que se te ocurra confesarte y tenga que pasar toda la tarde escuchando treinta años de pecados viejos.

Los días pasan tristes, en lo de los Alamo prácticamente no se habla, el viejo trabaja de sol a sol, cuando Marisa trae a la mesa recuerdos de Guido su madre se levanta para hacer alguna tarea del hogar.
El verano ha terminado, la cosecha no ha sido mala, El otoño transcurre lánguidamente, las hojas de los árboles caen, Marisa cursa el cuarto grado en la escuela rural, todos los días asiste montada en su petizo. Así pasan los meses, pasa el otoño y el invierno.
A fines de agosto el viejo se dispone a preparar nuevamente la huerta.
Se levanta al amanecer, toma un mate y se dirige al galpón. Al llegar descubre que la puerta está abierta.
- ¡Viejo zonzo! – se dice a si mismo - ¿Te has olvidado de cerrarla anoche?
Mira adentro y ve que no esta su carretilla y sus herramientas, sale fuera y mira hacia la huerta. Un hombre esta sobre la tierra trabajado con su carretilla al lado.
El viejo, sonríe gruñendo, y camina hasta la huerta, al llegar Guido levanta la vista y le sonríe, el viejo le devuelve la sonrisa.
- Alcánceme el pico m’ijo.
- Si papá.
Marisa se levanta somnolienta, baja a la cocina y encuentra a su madre llorando junto a la ventana.
- Que pasa mamá?
- Nada m’ija, El Guido ha vuelto a casa.

Texto agregado el 10-03-2012, y leído por 368 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-06-2012 Que bellisimo cuento amigo. Sobre todo el final. No siempre tienen que ser estilo Holliwood, pero me gusto que este si lo fuera. Un abrazo hermanito !!!! yar
22-05-2012 Una sencilla historia de campo, de silencios, emociones y huertas. Una agradable lectura, aunque confieso no entender bien las lágrimas de la madre. Quizás eran de felicidad, o de frustración? qoele
13-03-2012 Un cuento bien narrado, de tipo costumbrista. con desiluciones, , con fracasos. Me gustó****** pithusa
11-03-2012 Parece que los varones sufren mas el desarraigo.En los grupos que frecuento hay mas provincianas, me cuento entre ellas.Y se sufre,claro que se sufre,pero el orgullo no permite volver derrotada. pantera1
10-03-2012 Muy de tierra adentro y corazón noble , no es fácil adaptarse a lo superficial , muy emotivo =D mis cariños dulce-quimera
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