Su cabello era blanco, muy liso y le llegaba hasta los hombros. Una barba blanca y abultada, al estilo del líder cubano y unos ojos pequeños remataban la figura huidiza y ermitaña de aquel personaje.

Mi trabajo diario hace que en muchas ocasiones deba tratar con personas de todas las cualidades que uno jamás se pueda imaginar. Las hay escurridizas, que se limitan a darte los buenos días e informarte del problema acaecido...de aquellas que creen saber más que tú y no se despegan en ningún momento del lugar y te explican como debes hacer el trabajo...otras se molestan porque deben acompañarte al sitio y abrirte la puerta del departamento donde vas a trabajar. Pues este último caso es el que me pasó en el día de ayer. Aquella persona, de cabellos y barba blanca, estaba molesta por abandonar su lugar de vigilancia y atención para llevarme al sitio de trabajo.

Mientras esperaba que avisara al superior de mi presencia y de que tenía que ausentarse unos minutos, me senté en un banco ojeando un periódico que alcancé desde un pequeño mostrador lindante.
Estaba en la Universidad Autónoma de mi ciudad y aquel personaje era un conserje que, detrás de un mostrador y encerrado entre unos cristales, atendía a las personas que acudían aquella mañana a dicha Universidad, concretamente a la Facultad de Letras.

Yo, levantaba de vez en cuando mi vista del periódico y miraba a aquella persona. Sí, la miraba porque vi que mantenía una conversación con alguien a quien no había visto entrar. Yo creía que estaba él solo, que allí no había nadie más, y estaba en lo cierto. Hubo, mientras esperaba, ratos que me hicieron reir. Ese personaje hablaba solo, la conversación era entretenida por lo visto, nada más la interrumpía para comunicarse por teléfono con su superior, después, seguía conversando con nadie más.
Por fin le dieron la orden de que podía pasar. A regañadientes me acompañó al lugar solicitado por mí. Durante el trayecto, unos tres minutos, por pasillos y escaleras volvió a su conversación y detrás iba yo medio riéndome y medio extrañado, pero en ningún momento quise meterme en su vida y en su mundo.

No tendría más de sesenta años. Sus manos eran finas y sus uñas limpias y afiladamente largas. Vestía un uniforme de color azul oscuro. La impresión que tuve de él era la de ser una persona culta, educada y sensible. El porqué hablaba solo, sin importarle quien estuviera delante, no lo llegué a saber. Te pasan tantas cosas por la cabeza...

Le di a firmar el parte de justificación y terminación del trabajo unas horas después. Sin ningún problema accedió a estampar su firma en él, pero antes de marcharme mantuve una pequeña conversación, esta vez si habían dos personas hablando. Entre él y yo nos distanciaba un metro más o menos y observé, mientras se dirigía a mí, una postura más que sospechosa, por aquello de que podría haber salido del armario hacía mucho tiempo.
Me da igual, ya dije que hay personalidades de todo tipo en mi vida laboral. Hay personajes también.

Manuel Muñoz García-2003