EN LA ESTANCIA DE MI AMADA 277 palabras
La brisa silva al filtrase
Por las fendas
De los nítidos cristales de
Colores que ostentan las ventanas
De los cuartos.
Una serie de ellos, se avecina
En mi lento caminar sobre la
Alfombra.
Llego al primero, está
Abierto y solitario.
Un soplo de alas,
Atraviesa el yermo salón.
Era un ave vampira en sus andanzas.
Perdiéndose en la oscuridad
Inmarcesible.
De pronto; Allá en el firmamento;
Brota una estrella,
Con su real melancolía,
Quebró sus rayos en la puerta
Donde el céfiro, con suavidad, llamaba.
Afuera; el perro a la luna aullaba.
Abrí la puerta que ante mí estaba,
Lo mismo que el otro,
La soledad y el silencio,
Sólo esto reinaba.
Fui al tercero, el cuarto, el quinto,
Por último al octavo;
Era el cuarto de sus padres.
Mas, todo solitario.
Las luces apagadas.
¡Llamé, llamé!
¡¡Grité desesperado!!
El perro, aún ladraba
Allá en el empedrado.
Me acerqué hasta su cuarto.
Tampoco allí estaba.
La tristeza, era el escudo de la belleza.
Los narcisos del florero,
Palidecieron,
Ante esta soledad desconsolada.
¡Tomé su almohada!
Aspiré su perfume
Aún vivo de sus sienes.
Lloré… lloré con lágrimas
De angustia.
Lloré asomado a la ventana.
Lloré por todos los rincones
De su cuarto.
Mi llanto, con sus sábanas
Enjugaba.
El perro, ladraba, aullaba.
Tal vez con su ladrar, quería decirme:
Que ella, en la estancia ya no estaba.
¡Ho Señor! ¡La vida es triste!
¡Inclemente!
La esperanza, de mis temblorosas
Manos, escapaba.
Está rota...
Me tiendo en el solado,
Divagando con la noche.
Sumido en el paisaje,
Cierro los ojos
Y Morfeo me acaricia
Sollozando.
Reinaldo Barrientos G.
Rebaguz
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