AMOR DE MADRE

Un barrio obrero, 12 de la mañana, agosto y un olor a comida que inundaba todo el humilde edificio de cuatro plantas.
María atareada con la vajilla acumulada en los senos del fregadero canturreaba una canción que tan bien sabia, la dulce melodía se propagaba por el patio interior.

A mi amigo Blanco Herrera le pagaron su salario
y sin pensarlo dos veces salió para malgastarlo,
una semana de juerga y perdió el conocimiento
como no volvía a su casa todos le daban por muerto,
y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas,
lerelele
y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no,
chevere, chevere, chévere.

Qué bonita, que alegre melodía y tan bien cantada por esa matrona de anchas carnes y resuelta mirada.
Encarna, un piso más abajo el dijo.
-María qué bien se te oye.
-Gracias le contestó ella con mucho cariño.
-Oye ahora que te veo, ¿tú me harías el favor de cuidarme a la pequeña?
-Desde luego Encarna, así me hará compañía hasta que vengan mis chicos.
-Pues entonces te la mando ya, no sabes el gran favor que me haces, contestó con gran elocuencia.
María siguió con su rítmica canción.

Pero al cabo de unos días de haber desaparecido
encontraron uno muerto, un muerto muy parecido,
le montaron un velorio y le rezaron la novena,
le perdonaron sus deudas y lo enterraron con pena,
y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas, lerelele
y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no, chevere, chevere, chévere.

Encarnita, niña resulta, alegre y muy risueña exclamó.
-Hola María.
María tenía una honda predilección por esta niña, ya que con tantos varones en casa siempre anheló una hembra, tan necesitada de ayuda en el hogar, qué mejor que una niña.
-Ven pequeña me ayudarás con la colada.
Las dos salieron a la terraza, María se dispuso a tender las sabanas y cuando se giró para pedirle a la niña las pinzas, esta ya no estaba.
Extrañada, empezó a llamar a la pequeña.
Al no obtener respuesta emprendió la búsqueda dentro del piso.
Cuando entró en la cocina, un olor nauseabundo le golpeó las fosas nasales obligándola a taparse las mismas con un rictus de asco, pero debajo, en el hueco del fregadero un gruñido le llamó la atención, con mucho miedo, pero la curiosidad pudo más, se acercó. Unos ojos rojos llameantes de ira la miraban fijamente desde la oscuridad del hueco.
De un salto la bestia que apenas medía un metro de altura y recubierta de pelo marrón, se abalanzó sobre la desdichada María, en un acto reflejo de protegerse puso sus manos a modo de defensa, pero nada ni nadie sería capaz de protegerse de tal ataque. Con gruñidos de satisfacción y avidez de apatito el engendro tenía a la desgraciada presa por la garganta, entre estertores María se debatía por zafarse, pero nada podía hacer, en uno pocos segundos sus fijos ojos vidriosos anunciaban su último suspiro de vida.
Al oír todo el jaleo, Encarna puso cara de satisfacción, seguidamente tomó sus artículos de limpieza, bolsas de plástico y una fuerte correa de cuero con su cadena de metal.
Al entrar en el piso de María encontró al bicho apurando el cadáver de la desdichada, él mismo al advertir la presencia de la mujer, raudo y sumiso acudió a su regazo emitiendo ronroneos como un dócil gatito,
Mientras le ajustaba la correa le habló con mucho cariño y amor.-Ya as comido mi vida, te gustó, espero que te aguante más que los demás, dijo con ese tono que solamente una madre solicita sabe expresar.
La canción de María le vino a la mente, un impulso inexplicable le izo tararear el estribillo.

Y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no, estaba tomando cañas, lerelele
y no estaba muerto no, no y no estaba muerto no, no,
y no estaba muerto no, no, chevere, chevere, chévere.


José María Martínez Pedrós.

Todas las obras están registradas.

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