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EXPERIENCIA DE CIUDAD



Me tocó restricción vehicular ese día miércoles. Ello me hizo salir más temprano para ir a mi oficina como peatón. Caminé las seis cuadras que separan mi departamento en Providencia de la estación del Metro más cercana. La avenida por la que me desplacé, tiene a ambos costados altos y antiguos plátanos orientales dándole una característica especial pues cubren la calle formando un arco con sus ramas y hojas verdes. Los automóviles ocupan las tres pistas de la calzada a esa hora de la mañana. En mi caminar me cruzaba con jóvenes, damas, caballeros que se desplazaban en forma rápida seguramente dirigiéndose a sus trabajos o a estudiar. Sus rostros en general eran serios y sus miradas estaban enfocadas hacia el suelo como pensativas o al frente, como deseando que las distancias se acortaran al máximo. Llegué a la estación del Metro y baje por la escala hasta el sector de las boleterías. Al ir descendiendo las gradas, comenzó a llegar a mis oídos una bella música y una voz interpretando esa conocida aria de la ópera Carmen de George Bizé. Al llegar abajo encontré a dos jóvenes varones tocando uno el violín y el otro un bajo, acompañando a una joven dama que con su linda voz encantaba a los espectadores ocasionales. Algunos como yo le dedican algunos minutos a escucharlos y dejar algunas monedas en un sombrero puesto en el suelo. Me pareció una linda terapia matinal para relajar algo el espíritu de las muchas personas que pasan por allí. Luego continué hasta las boleterías. El lugar estaba saturado de personas y me puse en una fila para comprar el boleto. Las cajeras no se veían ágiles, poniendo más nerviosas a las personas que necesitaban desplazarse rápido en ese momento. Compré mi pasaje, me dirigí a los controles de ingreso, introduje el boleto en la ranura e ingresé al recinto, luego bajé la escala hasta el andén para esperar el tren que me trasladaría hasta la Estación Central donde haría el trasbordo. La plataforma de acceso estaba increíblemente llena de pasajeros esperando. Pasaron pocos minutos y apareció el tren, venía repleto y no veía espacio para subir. Se abrieron las puertas, se bajaron algunas personas y logré subir, quedando atrapado entre la puerta y varios pasajeros que estaban muy apretados. Me coloqué mirando hacia fuera. Alcé la mirada y observé sobre la puerta el plano de la red del Metro para ver cuantas estaciones pasaría hasta llegar a mi destino. Eran doce estaciones y fueron pasando una a una. A medida que fueron bajando los pasajeros me pude acomodar mejor y logré ubicarme al lado de un asiento colocando mi mano derecha en la manilla que colgaba para afirmarme. Continué mirando a las distintas personas subiendo y bajando del carro, y era característico ver a casi todas con una mirada seria que en lugar de mirar parecían estar pensando en sus preocupaciones. Yo me imaginaba que era mirar sin ver. Algunos, los más jóvenes llevaban puestos fonos indicando ir escuchando música o alguna radio. Otros hablaban por celular y lo hacen tan fuerte obligándonos a escuchar sus conversaciones. Eran pocos los que charlaban. Observando esa realidad, pensé lo difícil que era la vida diaria y rutinaria de tantas personas en esta ciudad. Yo me sentía muy privilegiado al movilizarme siempre en mi vehículo, excepto en esta oportunidad, que me traslada cómodamente, escuchando una radio o un CD de música. El tren llegó a la estación doce donde descendí, caminé por el andén hasta la escala mecánica, llegando al lugar de boleterías, para salir al exterior y dirigirme al terminal de buses que me llevaría hasta la comuna de la empresa donde trabajo en Maipú. Ingresé a un centro comercial con muchos pasillos y locales, aún estaban cerrados, por donde caminé hasta el final donde se encontraba una larga escala mecánica que llevaba hasta el terminal de buses, equivalente a un cuarto piso, desde donde salen hacia el poniente de la Región Metropolitana de Santiago. Encontré de inmediato un bus que estaba saliendo. Subí, pagué mi pasaje y al ir a sentarme me percaté ser el pasajero número cinco. La máquina salió de inmediato bajando por el fondo del edificio hasta una calle lateral por donde inició su recorrido. El viaje fue bastante rápido y esos buses siempre se desplazan aceleradamente. Llegué al paradero frente a la empresa de mi trabajo, le avisé al conductor y este se detuvo para que descendiera. Bajé y me dirigí a la esquina donde crucé la avenida, ingresando a la empresa y dirigiéndome de inmediato a mi oficina. Llegué diez minutos tarde por la emergencia, y luego el día comenzó normalmente con toda su rutina administrativa. Trabajo en finanzas, por lo que debo preocuparme de los ingresos de dineros a la caja y de las cobranzas a los distintos clientes. Atiendo a muchos clientes internos y externos con lo cual el día se pasa volando. Sin embargo, al mediodía comenzó a circular un rumor acerca de la partida del gerente general y la llegada de otro que venía con instrucciones precisas del Directorio de abaratar costos y ello siempre es motivo de preocupación, pues el área más sensible es recursos humanos, es decir, venía una reducción de personal. En la hora de almuerzo en el casino de la empresa, comentamos el tema y me di cuenta que comenzó una alta preocupación. También comenté mi experiencia de peatón con un colega y le decía no saber cuanto me demoraría al regresar a casa, pues seguramente será otro horario pick de vehículos y personas. El me deseó la mejor de las suertes y dijo en tono de broma que ojala “llegara hoy a mi casa”. Allí le mencioné no imaginarme como lo hacían las personas obligadas a tomar los buses de la locomoción colectiva tan mala en la actualidad. Al volver del casino, se recibió una citación a reunión de la gerencia general con todo el personal a las dieciséis horas, y que se realizaría en el casino general, lo que aumentó el nerviosismo de todos. Asistimos a esa reunión y el gerente general confirmó su retiro del cargo, agradeció el gran apoyo que se le había brindado en su gestión y comunicó la llegada de otra persona nombrada por el Directorio con mucha experiencia en lograr la famosa excelencia operacional. Se le hicieron preguntas sobre si habría recorte de personal a lo que contestó no saber, pues sería labor del nuevo gerente. Luego de la reunión volvimos a nuestras oficinas y siguieron los comentarios, hasta que alguien informó saber del nuevo nombramiento y que de donde venía había reducido increíblemente el personal, logrando efectivamente la excelencia en la operación de la empresa. En la tarde alrededor de las cinco y treinta me serví un té y me preparé para iniciar el regreso. Guardé mis carpetas, el computador mi equipo de música y me despedí del personal. Afortunadamente a mi no me afecta el tema pues estoy en fecha para retirarme y posiblemente seguir trabajando en forma externa. Me dirigí a la portería y al ir saliendo un guardia me llamó por mi nombre, me saludó e indicó hacia el estacionamiento. Le di las gracias y fui hasta el estacionamiento y grande fue mi sorpresa al ver mi vehículo y en él a mi señora esperando. Me sorprendí mucho, fui hasta ella y le pregunté como había circulado si estaba con restricción. Ella me dijo que habían levantado la restricción temprano y decidió darme una sorpresa viniéndome a buscar.

Guillermo Gaete C. – Alfildama ©
06.08.2011

Texto agregado el 08-03-2012, y leído por 121 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-03-2012 Una rutina que paso en un dia como cualquier otro. Parece parte de un diario. Entretenido. inkaswork
08-03-2012 Un día para muchos común y corriente, contado con destreza Lo que hace del relato algo fuera de lo común y corriente. simasima
 
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