(El Cura de Los Brujos cuenta pequeños sucesos que llama “Minucias". Episodio completo)
Mis hermanos sacerdotes ya se han acostumbrado y cariñosamente me dicen “el hermano brujo”. Varios recurren a mí para que les envíe energía, o simplemente yo les transmito esa ayuda aunque no me la pidan.
Soy muy reacio a etiquetar de buenas a primeras cualquier cosa extraordinaria que sucede, especialmente lo que llaman satanismo y la posesión diabólica. No puede haber un ente del mal, porque el mal es ausencia de bien y no un ser vivo. Tampoco en la Iglesia aceptamos el dualismo, es decir, dos fuerzas vivas: La del bien, que sería Dios y la del mal, que sería satán, el príncipe de las tinieblas. Nada está a la altura de Dios; o manifestación de fuerzas negativas suyas, como sería Siva en el budismo, o Anra Manius, (Auriman), en el Mazdeísmo propiciado por Zoroastro en Persia. El mal tiene otras fuentes diversas, como lo he comprobado reiteradamente.
Por eso, cuando el párrocos de Pueblo Nuevo nos contó en una reunión decanal un caso de posesión diabólica, para lo cual pidió permiso para hacer un exorcismo, no estuve muy de acuerdo, lo que les extrañó muchísimo. Es que algunos creían que yo comulgaba con ruedas de carretas. Mucha gente tiene un revoltijo entre satanismo, posesión diabólica, almas errantes, energía y otros fenómenos paranormales. No soy experto, pero a veces tengo “buen ojo”.
Se trataba de María del Carmen, una joven catequista de Pueblo Nuevo, piadosa y entusiasta. Hasta que se enamoró y, tirando todo por la ventana de su vida hacia afuera, dejó la catequesis y la comunidad y se juntó a vivir con su amor, un hombre que llegó del sur en busca de trabajo.
Le empezaron a suceder cosas inexplicables: Pedradas sobre el tejado, ruidos raros, objetos que volaban, puertas que se abrían y cerraban solas, luces que sin causas racionales se encendían y apagaban. Con el correr de los días y semanas se dieron cuenta de que esto sucedía solamente cuando María estaba en casa. Posteriormente la situación se complicó cuando una fuerza desconocida la lanzaba con violencia escaleras abajo o sobre objetos quebradizos, causando continuos destrozos de platos, vidrios y objetos varios y, lo más importante, con grave deterioro de la pobre humanidad de María, lagunas mentales que la hacían desconocer hasta a su propia madre, alucinaciones apocalípticas, etc...
Los exámenes médicos no arrojaban resultados que ayudaran a dilucidar el origen de tales anomalías.
Lo que colmó la angustia y la situación problemática fue un grave suceso en la ciudad, cuando la ambulancia de Pueblo Nuevo la transportaba a uno de los tantos exámenes médicos. En un cruce de calle María fue poseída de la fuerza que la lanzaba a cualquier parte. Esta vez la tiró contra el chofer. Este perdió la dirección, atropellando a un carabinero que dirigía el tránsito. La ambulancia loca se incrustó en un quiosco. Hubo otros heridos y magullados arriba y abajo del vehículo, felizmente de poca consideración, salvo el carabinero.
Entonces se acordaron de Dios y decidieron pedir ayuda espiritual al párroco. Este fue el que los escuchó y concluyó que María estaba poseída por el demonio. Pidió permiso al obispo y lo hizo, como nos anunció a nosotros. Sin resultados, según supimos después.
Un día llegó de paseo una pareja, justo cuando yo estaba sentado en una banca de la plaza, atendiendo gente. Lo hago cuando el tiempo lo permite. Es mi “oficina de verano”.
Era la mujer de nuestra historia, pero yo no lo advertí en ese momento. Conversamos un buen rato, hasta que me dijo que en su casa se perdían cosas misteriosamente. ¿Cómo qué? Pregunté. Zapatos, zapatillas. Pero siempre los perdidos eran del pie izquierdo. ¿Será el diablo, padre? Bueno, en ese caso sería un diablo cojo, dije. Ella, entre sobresaltada e interesada me dijo: ¿Es cierto, padre? Le aclaré que era una broma, pero viéndola asustada, indagué algo más y llegamos a la conclusión de que no había causas naturales para ese fenómeno, hasta que tuve una intuición.
Averigüé algo más personal y supe que no estaba casada por la iglesia, pero que deseaba hacerlo, y cuanto antes. Escribimos a la parroquia del sur de donde era el hombre, para pedir su partida de bautismo. A los quince días regresó ella para ver la respuesta. La fe de bautismo venía con una nota: El hombre era casado. Ella me aclaró que su pareja tenía un hermano mellizo que sí era casado y de allí talvez la confusión en la partida recibida. Tuve otra intuición, le hice algunas preguntas, hasta que “soltó la pepa” como se dice. Ella era la mujer del exorcismo de Pueblo Nuevo, y sabía que su hombre era casado.
Abreviando, conversamos seriamente. No doy detalles. La relación de pareja estaba muy deteriorada, con características de ruptura, lo que facilitó una solución a la luz de la fe. Porque a la semana siguiente regresó, me contó que se había acabado su convivencia con el hombre, que estaba sola y quería reconciliarse.
Regresó a su comunidad cristiana y después de un tiempo de prueba, fue aceptada nuevamente como catequista. Los problemas paranormales relatados anteriormente desaparecieron por comple-to.
No había posesión demoníaca concluí, sino que ella, por la gran formación cristiana que tenía y por su vida muy piadosa anterior, producía inconscientemente los fenómenos descritos.
Ahora, qué relación hay entre la tremenda carga de conciencia que tenía por vivir con quien no le correspondía y los fenómenos producidos, les respondo sencillamente: No sé.
¡Alegre minucia!
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