Tijuana BC. Marzo 2012. ¿Ya supiste que…
Las aristas de la piel se evaporan en las venas, como si la aguja penetrara despacio arrebatando el aliento.
Los ojos se llenan de lágrimas y la mente harta de dolores que ya no quitan ni los analgésicos.
Los dedos tientan los trapos viejos que se deslizan sobre los parabrisas, las yemas se lesionan con los limpiadores, manejados por rostros desconocidos al volante.
Se ignora todo.
En especial ese momento en que el juego se transformo en vida, porque la vida nos ofreció un carrujo de hierba, lanzándonos al precipicio.
Nos llenamos de humo.
Miramos de frente y todo lo que encontramos, se parece a una enorme navaja oxidada. Tienen mi corazón entre sus manos, y lo quieren apretar.
Lo veo cuando el acelerador desparrama la sangre en el pavimento, y sueñan con que mis despojos, se confundan con los de un perro arrollado, con el cráneo roto, y con los ojos estallados.
El rincón entre el purgatorio y el mundo esta en la esquina de este boulevard.
Entre las lenguas de lumbre que despiden los traga fuegos, las franelas enceradas, y las miserias de la carne rechazada.
¿Alguien puede recordar cómo llegamos aquí?
¿En qué momento Caronte nos bajo de su barca fúnebre?
Este lugar tiene un hocico muy grande y empezó a tragarnos hasta convertirnos en imágenes demacradas, seres sin nombre, con los ojos perdidos y apodos en cada esquina.
Así nada más.
Ya no somos seres humanos, y por lo mismo, no estrechamos manos cuando estiramos el brazo, solo cae en nuestras palmas la moneda que nos quema.
Ya no somos seres humanos y por lo mismo, los desechos de la calle, nos tatúan la piel con un mugroso color ceniciento.
¿Ya supiste que anoche atropellaron al compa Frijolas?
La pregunta se pierde antes de iniciarla.
Nadie responde.
El Chiricuas, debía estar temblando de frío en esa mañana de invierno, abrió los ojos poco a poco, aunque no logro sorprenderse con el chisme.
Imaginar el cofre abollado y al compa Frijolas convertido en un bulto de cuero viejo, con los huesos rotos, y la cara, una masa de sanguaza mezclada de sangre y grasa.
Ese helado amanecer, los dos se levantaron de sus cuerpos y se fueron: El compa Frijolas, atropellado por un auto desconocido según dijeron, y el Chiricuas, contaminado de frío, marcho con los bronquios reventados.
Miraron sus cadáveres tendidos y en sus rostros, apareció una mueca parecida a una sonrisa.
Carne hundida en la tierra con el dolor pudriéndose.
Por primera vez dieron gracias a Dios: ahora realmente eran invisibles.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde me llegan a la mente, las imaginarias historias de algunos seres que casi nunca vemos: los marginados sociales.
Una clase inmortal, que perdura a través de los siglos y que muchas veces creo que los marginados de otras épocas no se diferencian tanto de los rechazados de nuestra sociedad actual.
Andrea Guadalupe.
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