En cierta ocasión escuché a mi amigo Leo elogiar la armonía que se vivía en su edificio y mentalmente lo cuestioné, precisamente por tratarse de la ciudad de New York. Posiblemente él advirtió mis dudas en mi mirada, ya que en otro no lejano tramo de la conversación, me cursó una invitación para disfrutar del sabor original de las pastas, que aprendió a preparar con unos maestros italianos. Por supuesto que asentí a su petición y lo menor fue el atracón que me dí con spaghettis al vodka.
Porque, lo verdaderamente sobresaliente fue lo inimaginable, sutil y contundente del experimento de quitar lo que sale sobrando en las relaciones humanas. Y me explico: Todo comenzó con el saludo de sus vecinos, quienes al vernos, primero se dirigían a mí, bajo el sobre entendido de que el que anduviera con Leo tenía su automática aprobación. Con la contra partida de que en cada piso él tocó cada puerta para presentarme. Incluso, ya que su apartamento estaba en el 5to., omitió una, para hacerme pasar al 6to. y más aún, me hizo subir a la azotea por si acaso había alguien allá, poder anunciarle el acontecimiento de nuestra amistad.
Tras el uso de la llave le ví reducir el ímpetu de su satisfacción al introducirme con su señora, lo que me permitió pensar que ese camino previamente había sido pavimentado. Y lo fue, porque Alba me mostró con incremento lo que mi amigo pudo haberle hablado de mí. Luego un par de niños al unísono pronunciaron, o más bien paladearon la palabra con la que, en su oficio de madrina, un día una señora designó a éste compuesto de materia y espíritu. Seguido todo por un accionar, que tratándose de un ser inconsciente, de seguro estuvo
fundado en el haber capturado del amable entorno, la gracia con que dotó un movimiento de cola, que superó cualquier expresión verbal.
Aclaro que la expresión mencionada no fue de retirada, sino un pacto de permanencia y bienvenida y que ningún proyecto particular que involucrara a un miembro de aquella familia y que pudiera haber afectado el momento, tuvo cabida. Sí, hubo paréntesis que fueron aportes al menú y al coloquio, pero a fin de cuentas, fueron parte genuinamente integral de un todo. Confieso que nunca antes ví el tiempo discurrir sin temer al desgaste. Y que entendí que Leo generalizó con inocente derecho lo que, en verdad, era su práctica privada. Imposible desear más.
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