El anestesiólogo busca un lugar idoneo entre dos vértebras para introducir el líquido maravilloso del olvido, cubren con paños verdes, como enmarcando un cuadro: Dos en paralelo y dos en vertical sobre la zona que con buena praxis el traumatólogo abre por planos los músculos, salvando con precisión los nervios, pinzando vasos sanguíneos, empapando compresas blancas que dibujarán rosas rojas...Sigue abriendo otros planos, hasta llegar al meollo de lo que le incumbe y que no es otro que la maltratada cadera.
Sobre la mesa de instrumental pinzas de disección con y sin garfios, pinzas de Pean, de anillas, bisturíes, separadores, sierras, cizallas, taladradoras... Como si de un artesano se tratara, el cirujano usa cada pieza en el momento oportuno, tal como se hace con la madera, con el lienzo, con el mármol...
Corta lo viejo y coloca una esplendida pieza de tantalio en su lugar. Limpia la zona y cierra por planos hasta llegar al final de la obra.
El cuadro, en tres dimensiones y con profundidad está terminado.
Dan unos golpecitos en la cara de ese cuerpo que abre los ojos con pesadez. Por fin escuchará las ansiadas palabras: Hemos terminado, todo ha ido bien.
Al lado de la cama una "muleta de color violeta" llora desconsalada porque su dueña la jubila. |