Hoy he visto trabajar a La Muerte. Se acercó sigilosamente y sin apenas hacer ruido, ha dejado tras de sí, una consternación y un dolor profundo; primero, para los deudos del hombre que a pesar de querer aferrarse a la vida, finalmente ha perdido una batalla donde ya no había esperanzas de victoria.
Desde hace más de una semana mi padre ocupa una cama en el quinto piso de un hospital, ha sufrido un infarto cerebral y puedo decir que dentro del mal sufrido y lo delicado que se encuentra, pudo haber sido peor. Con lentitud, evoluciona favorablemente y espero que en un lapso breve, Dios le permita reintegrarse de la mejor manera posible a su vida cotidiana. Todos estos días han muy difíciles, duros, agotadores; todo ello, me ha impedido acercarme a ustedes, hasta ahora en que he podido tomarme un breve respiro. Todo el día lo he pasado en el hospital acompañándolo, tratando de que su frágil memoria y miembros atrofiados, regresen hasta nosotros para permitirle recuperarse.
La gravedad de los enfermos que acompañan a mi padre en el quinto piso, es notoria. Son gente mayor que por diversas razones han sufrido males cerebrales, parecidos al que aqueja a mi padre y a los que la edad que tienen, ya no les ayuda mucho, tampoco.
Hoy he visto pasar a La Muerte y trabajar con uno de los vecinos de mi padre en el quinto piso de este hospital. Llegó sin apenas anunciarse y puso en movimiento y febril agitación a todo el personal médico responsable de esta sección. Trabajaron duro y con rapidez, pero la huesuda les ganó la partida. Una mujer desecha en llanto, quizás una hija del hombre muerto, fue la prueba viva, palpable y dolorosa de que una vida acababa de terminar. Y podremos decir que el hombre rondaba los 90 años, que estaba enfermo desde tiempo atrás, que así es la vida y que para allá vamos todos; pero no hay consuelo posible, mirar de muy cerca el llanto desgarrador de aquella mujer, el dolor, la desesperación y la impotencia reflejados en su rostro, son un evento que desarma al más “pintado”. No hay nada que en ese cruel instante, pueda mitigar tanto sufrimiento.
Los mexicanos solemos ser irreverentes con la imagen de La Muerte, José Guadalupe Posadas puede dar fe de ello; pero en el fondo, en lo esencial no hay tal. Como lo dicen las sobadas palabras: “Estamos de paso por aquí”. Aún así, espero que el alma y el espíritu de este hombre dondequiera que se encuentren, descansen en paz.
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