No sé quién es Matilde. Ordenaba mi biblioteca, un orden caótico, transversal, un orden ácrata, no conozco otra forma y encuentro entre mis manos un libro de poemas editado en el año 74 que al abrirlo descubro que tiene una dedicatoria manuscrita del autor, Miguel Gámez Quintana. El libro, titulado “Vivencias” es un poemario íntimo, doloroso, que bebe del estilo machadiano, la dedicatoria dice: “ A Matilde, con el anhelo que pueda comprenderme”...Lo firma con fecha 27-7-74 y escribe bajo el autógrafo: Matilde, amar es “casi vivir”.
No sé quién es Matilde, tal vez una amiga personal o tal vez una amiga en potencia, el poeta desea que lo comprenda, que entienda su mundo interior, es una dedicatoria urgente, necesitada...
Había editado mil ejemplares, pagados de su propio bolsillo, la poesía es una huérfana intelectual, deseosa de alguien que le de la mano y la lleve al mundo a darse de lleno. Miguel conocía a Matilde del grupo de amigos que se reunían casi clandestinamente en esa gris España tardofranquista que aún perseguía las ideas y los sentimientos para leerse unos a otros la abstracción de lo intangible. Miguel no sentía una atracción física por Matilde, no la podía tener, escondía su homosexualidad, perseguida por la ley de vagos y maleantes que el ministro Fraga había puesto en funcionamiento, en todo caso era una atracción por la belleza sencilla y triste de ella.
Aquella tarde la llamó y quedó con Matilde en una cafetería. Ya llevaba la dedicatoria escrita en el libro, hablaron de todo y de nada, con silencios prolongados que a ella la ponían algo nerviosa, al terminar le dio el libro y le pidió por favor que no lo abriera hasta se hubiese ido – Me voy de Málaga- le dijo. – La ciudad me asfixia igual que me ahogaba mi pueblo, Matilde. -
Tenía el equipaje preparado, poca cosa, sus escritos, algo de ropa y la ilusión de que Madrid lo engullera en la mediocridad de la gente, tal vez buscando ese aire de la gran urbe que lo dejara expresarse.
Él lo vio escondido en la librería, inmiscuido entre enciclopedias jubiladas que se heredan buscando cubrir los huecos de la madera. Leyó la dedicatoria y le hirvieron las entrañas, llevaban apenas año y medio casados, lo guardó en la bolsa de trabajo y aquella misma mañana se lo llevó. Se habían trasladado hacía poco a Sevilla en busca de un futuro mejor, esperaban su primer hijo y la cabeza le daba vueltas ¿ Quién era ese Miguel? No se atrevió a decirle nada, simplemente lo tiró en un contenedor de basura, y con ello arrojó también su rabia.
Mi madre recogía papel, a finales de los setenta se vendía al peso y era una forma de aportar un pequeño sustento al sueldo de mi padre, éramos tantos en casa. Pero entre la pila de periódicos y guías de teléfonos le llamó la atención ese libro de portada azul eléctrico, y el rostro de una persona dibujado a carboncillo...
Cuando me fui de casa me llevé los libros jubilados, tantos como pude, han ido conmigo cada vez que me he mudado...
Ayer ordenaba mi biblioteca, un orden caótico, transversal, un orden ácrata, no conozco otra forma.
|