Fue una semana de velorios. Ni modo, había que cumplir, aunque no hayamos conocido a los difuntos. Pero están los que quedan, los parientes más cercanos. Sí no, para que están los amigos.
Fuimos a lo de la abuelita de Camila y encontramos lo de siempre. El ataúd con luces bajas y fluorescentes que iluminaban tenuemente el ambiente, los aparatos florales y las caras acongojadas de los más allegados. Un adolescente con cara de oveja se comía las uñas nerviosamente. Recién nos enteramos que no era nada del difunto cuando respetuosamente entró la policía y lo sacó del pescuezo. El imberbe, que resultó ser un raterito de poca monta, se equivocó cuando pensó que era el escondite perfecto después de haber realizado una de sus tropelías.
El tiempo nos ganaba, había que asistir al velatorio del abuelo de Puchungo, nuestro amigo y colega. Allí encontramos al Fortu, a Cholo viejo y otros amigos. Salvo el féretro y las flores, todo era distinto. Las mujeres estaban en un ambiente más cercano al difunto y los varones en una habitación contigua. Puchungo, traía una nueva botella de buen pisco. Este es mejor que el otro-nos dijo-es el que le gustaba al viejo. El fortu llenó la copa y apenas terminó la última gota exhaló al borde del delirio el bouquet del fino licor. Las voces se hacían más sonoras a medida que el pisco circulaba.
- Tenemos que ir al velatorio de la abuela de Camila, ¿Qué tal está? me preguntó el Fortu.
- No tan animado como este- le dije en broma.
-Cholo, cholo-casi gritó- el flaco dice que el velorio de la nona de Camila está aburrido y este está más divertido….
El cajón empezó a moverse acompañado de un ruido infernal saliendo la gente despavorida.
-Ya pasó, ya pasó, es sólo un fuerte temblor-dijo alguien tratando de mantener la calma.
Los familiares agobiados se acercaron al ataúd y vieron al abuelo con una sonrisa de oreja a oreja y con el mismo guiño que acostumbraba cuando hacía una travesura…