¡HAMBRE!
Fea y de edad madura, pero era la única mujer que estaba conmigo en el bote salvavidas. Solos los dos en medio del inmenso océano.
Pasaban los días y los víveres escaseaban. El agua terminó un par de días atrás, pero a mí, aunque tenía hambre, las jodidas hormonas no me dejaban en paz. Mi cuerpo se debatía en una continua lucha entre mi cerebro raciocinio y el animal, que cada vez crecía con más fuerza en mi interior.
No pude más y me abalancé sobre la fémina, le arranqué la poca ropa que llevaba y la penetré salvajemente, aullando de placer.
Los días fueron pasando, cayendo en una profunda monotonía, la mujer engordaba dando muestras de un estado de buena esperanza. Cuando llovía, procurábamos recoger toda el agua que podíamos, los peces voladores caían de vez en cuando al bote. Como animales salvajes nos tirábamos en su captura gruñendo de placer ante la comida tan esperada.
Una noche oí un grito desgarrador que me despertó de un sobresalto. Al mirar al otro lado del bote, la mujer estaba de cuclillas pidiendo ayuda. Me acerqué e hice lo que pude. Con mis manos saqué aquel niño que en un primer momento parecía muerto. Como la madre estaba medio aturdida, me fui a mi lado con el niño entre los brazos. Le empecé a lamer. La sangre fresca me aliviaba la sed y el hambre, pero no me saciaban del todo. Una idea macabra me pasó por la cabeza, miré de nuevo a la madre, seguía inconsciente. Cuando estaba a punto de dar el primer bocado, el bebé empezó a llorar como nunca he oído a un niño bramar. La madre salió del estupor y, rauda, me quitó al infante de los brazos.
Pasaron días, meses, años. El niño fue creciendo como un animal salvaje. No recibía ni atención por parte de su madre, y menos por la mía que estaba más pendiente de sobrevivir. No hablaba, tan solo emitía sonidos guturales. Aprendió solo a nadar, a cazar los peces que saltaban al bote. Cuando conseguía comer, siempre gruñía con la comida en la boca mirándonos con furia animal.
Seguíamos a la deriva, el calor se hacía insoportable. La lluvia fue escaseando, ya casi no caían peces. El hambre cada vez apretaba más. El niño nos miraba con esa sonrisa lúgubre que me helaba la sangre, y hacía que retrocediera a mi rincón con mucho cuidado de no darle la espalda. Por las noches, siempre alerta, mal nutrido y sin agua creía volverme loco, tenía pesadillas con el crío. No tenía más de 5 años, pero era un pequeño animal.
Cierta noche, unos gritos que desgarraron el silencio de la noche me despertaron, me fijé en la dirección de los mismos. Una escena espantosa se descubrió ante mis ojos. El pequeño animal tenía a su madre presa por la garganta, la pobre desgraciada se movía en inútiles movimientos que no hacían más que aumentar la presión de los dientes del salvaje. Acudí en ayuda de la mujer, pero al acercarme tuve que retroceder ante la mirada asesina del mismo que llevaba su presa atrapada con los dientes y ambas manos. Preso de terror, acudí a mi rincón tapándome los oídos para no oír los estertores de la mujer.
Durante un tiempo, tuve que soportar el hedor que despedía el cadáver y la visión de ver cómo el niño saciaba su hambre con el mismo. “No le durará para siempre”, me decía a todas horas. Débil y medio loco de miedo, sólo me quedaba esperar el final.
El muy hijo puta jugaba conmigo al gato y al ratón. Tan pronto lo tenía delante o detrás, como salía de no sé dónde.
“¿Cómo se las apañaba el muy cabrón para no estar en un sitio quieto?” No lo sabía, pero si sé que él comía y yo no.
El cadáver se acababa, y con él mis esperanzas de vida. Se acercaba... ya estaba aquí... sentía su aliento en mi cara. Su baba me caía encima de la cara...
De repente, un sonido resonó en la inmensidad del océano. Los dos miramos al horizonte.
—¡¡Un barco!! —grité con todas mis fuerzas. El niño me miró con curiosidad, no entendió mi alegría. Me armé de valor y agarrándole la cabeza con ambas manos le dije.
—¡¡Lo que ves allá a lo lejos es un bote como este, pero más grande, hay mucha comida como yo!!
El niño pareció entender y consiguió balbucir las siguientes palabras.
— ¡¡Co...mida, co...mida!!
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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