Tijuana BC Febrero. 2012. ¿A qué lugar me iré cuando me vaya...?
El amanecer es un momento glorioso me digo al percibir el aroma del café... Es como una resurrección.
Es la resurrección de las pequeñas muertes de cada día, de mis pequeñas muertes.
De ese no estar de la noche; ese desaparecer y transformarme, sumergirme en los espejos desde adentro, de tejer y destejer las telas del olvido y resucitar de una helada noche, o un sueño reparador, con el sol o con la lluvia, no importa.
Lo importante es resucitar cuando todos los hilos están guardados en su estuche.
Ese resucitar de sumergirme en mi propia existencia, donde no hay espectáculos, ahí donde el circo se muestra sin pistas y la profana persecución es la vida.
En mis ensayos de muerte, converso de mis sueños frágiles y aletargados, del reloj robándole vueltas a la vida y la ironía de pretensiones aplazadas.
Y en ellos, siento el disgusto de la agonía de mi quimera y reconocer que nadie sabrá de mi suerte de ojos apagados sin expresión, de preguntas acumuladas, de respuestas reprimidas, de monólogos turbios, revueltos, y de diálogos que parecían reales.
En esas horas, busqué… En figuras de nubes, en espejos, sombras y días, sólo que entonces, con la derrota de buscar y no encontrar retorne a estos monólogos y diálogos de rutina, aunque entonces ahí, abandonada y crepuscular, halle en esta soledad, la felicidad de escribir.
Esa es la pequeña muerte trascendente, las otras no interesan demasiado, o no permito que me interesen.
¡Escapar! Escapar a desprenderme... y en el desprenderme perderme, indagarme y en la curiosidad reír.
Encontrarme en contradicción o accidentalmente, polvorienta a la vista... y en lo incomprensible hallarme.
Por eso, en esa hora de la resurrección de la mañana, pensé en esta historia.
A esta hora en que la neblina todavía puede derrotar la claridad.
Caminaba un rato, buscando el lugar que en definitiva siempre era el mismo, el mar me esperaba siempre, parecía que también él resucitaba al verme llegar.
El ritual era idéntico en cada amanecer, pues los mundos en los que habito se mezclan, se sobreponen, disputan entre sí, aunque siempre hay un espacio en donde las palabras sólo reflejan lunas, gotas, silencios, desvaríos.
He desdoblado mi alma en los personajes que viven en mis relatos, así, cada uno, muy probablemente, tenga un rasgo que me pertenece.
Y la escritura es el lugar y el espacio para guardar, para dar a conocer, para compartir todas las palabras que se agolpan en mi garganta.
¿A qué lugar me iré cuando me vaya...?
¿Cuando no esté del todo en este lugar de tiempo que me ha sido dado?
Lo único que sé, es que llevaré mis alas desplegadas, y mi alma envuelta en gris, en hojas secas, perfumada y serena como una sombra.
Y una gota de agua salada encerrará toda la soledad...Sólo que estaré en paz, nada perturbará mi alma.
Apenas un rincón recordará mi nombre nada más.
Eso tienen las muertes pequeñas, cotidianas, me hacen dudar de todo, hasta de la utilidad de escribir, aunque en el fondo son esas dudas que me despiertan, las que me empujan a enfrentarlas cotidianamente.
Y descubro que a lo largo de la vida voy obteniendo pequeñas muertes por el solo hecho de vivir.
Estos decesos, son los que me alejan del ser humano que fui para presentarme con el que seré.
Hoy, al amanecer, en el momento glorioso que me ata a la vida el aroma del café...me comprometo a hacer todo lo que pueda, antes de que muera el día, para darle paso al de mañana.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde salgo a vivir como quiero, y dejo de vivir como puedo.
Andrea Guadalupe.
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