Muchas veces el poder parece ser la utopía de todo ser humano que a lo largo de su existencia ha carecido de felicidad. O lo que mucha gente entiende como felicidad –y en esto no es posible la clasificación en juicios erráticos o acertados, pues la idea de felicidad es personal y única, aunque quizá ahora último comprimida y estandarizada-, que en esta sociedad posmoderna, vendría siendo la posesión de dinero, una omnipotencia en mayor o menor grado y poder ufanarse de todo objeto que se posea. Entonces, aparece como comprensible, que mucha gente se llegue a desvivir por la obtención de poder. Y un poder que en el contexto actual tiene su soporte en el dinero.
Escribía ya en el siglo XVII don Francisco de Quevedo y Villegas, “poderoso caballero es don Dinero”, en lo que es tal vez la más acertada manifestación social de un poeta de aquel entonces. Por algo algunos lo consideran el más grande autor en lengua castellana. El tema, el objetivo de Quevedo, es ilustrar cuán materialista era su sociedad. Y en cierta medida predecir que la enfermedad más grave, y a la vez ridícula del hombre, iría en desenfrenado aumento acorde al paso de los años. Predijo y proclamó que la verdadera razón de ser de las sociedades “avanzadas” no serían el amor, la fe, la solidaridad. No, todo lo existente en el mundo se vería regido por el dinero. Don dinero, como acertadamente lo llamo Quevedo.
Y el poder encuentra también su soporte en eso, “a más dinero, más poder”, parece ser el lema de esta nueva comunidad. ¿Cambios genéticos en la especie, donde los sentimentalismos fueron dejando paso a la codicia, a la avidez? ¿Miedo a la humanidad y búsqueda del dinero como refugio y forma de individualización? ¿O simplemente libertad? Ver esta búsqueda desmesurada de dinero como acto de libertad apunta inevitablemente a todas las sociedades antiguas, incluso llegando a agrupaciones tan pretéritas como la egipcia. Era común en aquellos tiempos, y más que común pues era su forma de vida, ver que millares de hombres entregaban su vida a un ser de su misma condición. El faraón es un ejemplo claro. Que no era más que otro humano como cualquier otro. Y ya en esos años, la sociedad común y silvestre –que vendría siendo para ellos todo hombre no descendiente de ricos- veía renegada su posibilidad de conseguir dinero, de buscar su estabilidad en métodos que fueran más allá de los preceptos ordenados por el faraón. Ni pensarlo, la vida de aquellos hombres tendría que ser siempre devota al mandamás supremo; resignándose a tener una existencia totalmente reprimida, buscando complacer a su objeto de adulación. O quizá, llegando en otros puntos a carecer de existencia. Si bien era un humano tangible, y continuaba con su vida terrenal, perdían toda posibilidad de desarrollarse espiritualmente. Lo que lleva a pensar, hasta cierto punto, que todo ello llega una condición ínfima, no digna de un ser humano.
Siguiendo con esta especia de repaso cronológico, no hace falta escudriñar mucho más como para darse cuenta de la represión que por años se vivió en las diversas sociedades de nuestro mundo. Otro ejemplo claro es la Francia del medievo. Aquella que padeció el reinado de Felipe el hermoso. Cómo no hacer mención a su poder inusitado, ilimitado, incesante, al hombre que por años dominó el porvenir del pueblo europeo. Que tantas manifestaciones prohibió, que impuso sus gustos sobre millones de hombres. Y, obviamente, que tan poco equitativamente repartía los bienes materiales. Riqueza ilimitada para el reino, y al mismo tiempo un pueblo en penurias. Que vio como su rey se mantenía incólume a esta desgracia de proporciones que azotaba a su gente.
Quizá porque aquella injusta forma de vida duró tantos años, hoy todo hombre busca avanzar en las entrañas de nuestra sociedad. Escalar, sin importar qué suceda con los otros, en busca de un privilegiado sitial en la agrupación de gente que está indefectiblemente condenada a regir los vendavales financieros de este mundo. Que es la base de todas las otras ramas del saber moderno. ¿No es, entonces, toda esa gente una especie de pequeños faraones o reyes? ¿No es quizá la omnipotencia nuestra más profunda utopía? He ahí uno de los tantos porqués de la siga incesante del dinero. Un acto de rebelión frente al mundo. De sentirse capaz de poder estar arriba del resto, y sentirse un pequeño dios.
Pero el poder, como todo elemento creado por el hombre, es limitado y “bipolar”. Un arma de doble filo.
¿Hasta qué punto el hombre disfruta del poder sintiéndose superior a los otros? ¿Qué sucede cuando llega el momento en que todo ser pierde los estribos por tanto poder y se hace esclavo de éste mismo? En ese momento todo puede llevar al caos, a la barbarie. Cuando toda la avidez se vuelve obsesión, y no se mide lo peligroso que puede ser todo acto para mantener el poder.
Todo conduce a pensar que esto no tiene salida.
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