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Era el ocaso de un bello día, el mar estaba calmo y manso. Las aves lo sobrevolaban vigilantes, a tan baja altura que parecían tocar el agua con la punta de sus alas. El bote se mece con el ir y venir de la marea, en el un viejo, que tocado de un descolorido gorro de lana, manos curtidas por el trabajo y espalda cansada de soles y lluvias, lanza sus redes al mar.
Viejas y largas botas le protegen junto con sus raídos pantalones de la humedad de la noche. Teisa es su nombre y su profesión: pescador.
Como tantos a lo largo de la costa sale cada día en su bote llevando: anzuelos y carnada; un paño de red, una “choca” – donde calentar un poco de té -, un burrito donde freír algún pescado que le servirá de alimento para la larga y fría noche.
Noches de viento y de niebla. Noches que le permiten pensar, recordar, añorar… Cómo han pasado los años y todo tan cambiado. Noches que le enrostran su terrible soledad.
Cuando no más salía orgulloso a la mar, acompañado de su muchacho, a cuatro remos, haciendo volar el bote sobre las olas y, bajo las estrellas surcaban las aguas en busca de un buen lugar donde “calar” las redes; luego de la nocturna tarea con su gran lámpara de carburo destellando a proa y atrayendo los peces, el regreso con el bote cargado de jureles, pescadas, blanquillos, congrios…
En la caleta les veían llegar alegres y los comerciantes se peleaban por comprar su carga ¡qué años aquéllos! Pensaba Teisa, ¡qué años!, se repetía con amargura.
La vieja en la casa, con su comida caliente y sabrosa, les esperaba día a día y su beso brusco, fuerte y cariñoso, era su bendición de despedida en cada atardecer. Y ahora, ni vieja que le espere ni hijo que le acompañe ¿porqué todo cambió?, se interrogaba el viejo Teisa…
- ¿Cómo fue que sucedió?

La culpa la tienen los jóvenes, se dijo, cuando descubrieron que sacando locos – buceándolos – se ganaba más. Y su hijo no fue menos que los otros, botó los remos y se enganchó con los “loqueros” y se hizo a la mar en faluchos que volvían cargados hasta casi la borda con el preciado producto.
Buena plata entonces, pensó Teisa. Buena plata ¿pero, a qué precio?
Pa´la casa llevó desde una radio hasta una tele y, cosas modernas. Cambió su vida de muchacho sencillo a ser un hombrón prepotente.
- Yo me gano las “lucas” viejo, le gritó un día. Y hago lo que quiero.

Y él tuvo que bajar la cabeza y aceptar tantas cosas. Vinieron las “tomas”, las juergas, el vicio y los gritos.
Si, él ganaba plata ¡lucas!, como decía, pero ya no era su hijo. Se metía en su traje de hombre-rana, una máscara en la cara, metros de manguera le permitían respirar bajo el agua y, ayudado por las pesas del cinturón, llegaba a profundidades sacando “chinguillos” llenos, colmados de locos.

Y había días en que no salía al mar… ¡¿para qué querís que salga? No vis que toabía me quedan unas buenas “lucas”?, solía decirle a gritos y ahí se quedaba, tirado en la cama sin afeitarse ni nada, con un botellón cerca…

Luego un día le dijo:
- Sabís que más viejo?, me aburriste, me voy!
- Me largo pal norte, están ganando las lucas en canasta pa´llá, y yo como saco e ‘peras aquí…

Se fue. Agarró sus “pilchas”, su radio, su equipo de buceo y sin decir adiós, partió. Se creía todo un hombre grande, con derecho a todo.
Triste y sola quedó la casa. La madre sufrió en silencio el cambio del hijo y ello, ello la llevó a la tumba.
No supo entender los cambios, no quiso aceptarlos y se dejó morir. Él continuó con su viejo bote a remos, con su vieja lámpara, sus anzuelos y sus redes. Saliendo al mar en busca del sustento, pasó noche tras noche, meditando lo sucedido, rumiando la soledad, llorando su pena, allí donde nadie lo veía, donde por toda compañía encontraba las aves costeras. Aprendió a amarlas, a compartir con ellas la alegría de una buena pesca y ellas, le devolvieron su gentil presencia avisándole dónde “calar” las redes, para obtener una buena noche de trabajo.

Los días, los años pasaron. El viejo Teisa con su rostro curtido por el viento del norte y la espalda azotada de surazos, sin más ayuda que sus remos, seguía saliendo al mar…noche a noche sin descanso ¡¿para qué quería él feriados?, si no tenía con quién disfrutarlos? Prefería mil veces mirar los lobos marinos sobre las rocas, donde tomaban sol tras opíparos almuerzos, que además dejaban marcado su paso en las redes de tantos pescadores.

Ayer, sólo ayer, después de tanto tiempo le vinieron con la “contá”: el Juancho había muerto. Su hijo, su único hijo. Cómo dolía el viejo corazón.
Allá a lo lejos, por quién sabe qué caleta norteña, su hijo se había quedado en el fondo del mar. Le dijeron que había fallado el motor del falucho, que la mar estaba mala, que el loco – casi exterminado – estaba en veda, pero qué diablos!, hay que “parar” la olla sacándolos a la mala. Que los agarró la rompiente, que llevaba los plomos puestos y se había ido derechito al fondo, allí donde los güiros son reyes y la rompiente, reina. Y que, todavía no lo podían sacar, que sus compañeros habían muerto, que….

Motores fuera de borda, ya no más remos…
Buzos, ya no pescadores…

¿Por qué?, se preguntaba el viejo Teisa. Porqué los jóvenes habían dejado de respetar el mar? Porqué han alejado de su costa sus crustáceos, sus peces, en suma: la vida?

El mar, sabio y viejo toma revancha y aleja de la costa la vida que da comida y trabajo. Eso es, y gritó fuerte:
- MAR, cuán dolido tienes que estar pa´quitarme al Juancho. Aun así MAR, yo te perdono.
- Te perdono, respondió el eco del roquerío de la Punta.
-
Y el viejo Teisa recogió sus redes, recolectó su escuálida carga y con lentitud de tantos años, comenzó a remar hacia la costa. Sus movimientos cada vez más lentos, eran remadas de adiós a toda una vida en el mar. Con dificultad levantó un par de jureles y se los dio a un pelicano que feliz se alejó. Otros dos, a unas gaviotas y cerca del roquerío dejó el resto para sus amigos, los lobos marinos.

Agotado por el esfuerzo apoyó la cabeza sobre sus manos aún firmes sobre los remos, dejando que su viejo gorro – hecho por su vieja – se meciera al viento…

Y, al día siguiente, una goleta gigantesca con su ruma de redes a popa y la “panga” al remolque, encontró al garete al viejo bote de Teisa, quién ahora pescaba en barca brillante, en los mares poblados de estrellas de lo alto del cielo.



Texto agregado el 28-02-2012, y leído por 248 visitantes. (0 votos)


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