"Damian ¿ donde estás ?, no te veo, no veo nada, estoy en una oscuridad que me rodea por todas partes, tengo miedo Damian, por favor, dime donde estás, no me dejes sola ...", gritó Anabel con los ojos abiertos llena de terror trás una gran explosión que dejó medio en ruinas el lugar.
Damian no contestó porque Damian no se encontraba allí en verdad.
Anabel continuó moviéndose por las estancias de la vivienda, un sudor empapaba todo su ser mientras el pánico crecía en su interior tan rápido como el silencio que reinaba por todas partes.
Al llegar a una de esas estancias, vió una pequeña rendija de luz que salía de entre medias de una puerta.
Anabel se aproximó con cierta prudencia.
Empujó con suavidad la hoja de madera y la luz se expandió aún más.
Aquella luz atrajo a Anabel de una forma especial, ya no sentía miedo, sino un cierto comfort, el calor de esa luz era único.
Anabel comenzó a moverse hacia el foco central que generaba aquella increible y maravillosa luz.
Y casi cuando estaba ya justo en ese centro de energía le vió.
La sonreía con una alegría poco común en él.
Anabel preguntó: "Damian, ¿ que es esa luz, que haces ahí ?".
Damian la respondió: "Ven conmigo Anabel, es la luz del final, aquella que ilumina a todos los que hemos de irnos para iniciar una nueva vida".
Anabel giró la cabeza después de escuchar aquello y se dió cuenta que trás aquella puerta solo quedaba la nada, la guerra lo había consumido todo, el mundo que recordaba pertenecía al pasado, se miró a sí misma, estaba llena de sangre, la dolía mucho el pecho, estaba muerta desde luego, no podía ser otra cosa, la habían alcanzado aquellos malditos con sus bombas, algún día tenía que ser, mucha suerte tuvo de que no fuera antes, pero tarde ó temprano aquella guerra se los iría llevando a todos.
Anabel cruzó la linea de luz y se reunió con Damian, ese sería el último día que ambos verían el mundo tal cual.
Ese fué solo uno de la muchos apartamentos que tenía aquella ciudad, la luz del final se iba instalando poco a poco en todos ellos, invitando a los que ya no podían seguir participando en aquella guerra a una nueva forma de vida, a un no volver a morir más, a un no sentir dolor porque ya nunca más serían heridos.
El mundo cada vez era menos de los vivos, al menos la luz del final los venía a rescatar, alguien se acordaba de todos ellos entre medias de uno de los mayores bacanales de muerte, sangre y horror que la historia nunca había conocido.
Una historia que muy pocos privilegiados contarían, solo aquellos que milagrosamente se libraran de esa luz que inevitablemente para otros íba marcando como una macabra lista su final.
Escrito por Carlos Them
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