EL ROSAL BLANCO
En las tardes de invierno, en las cuales no podíamos salir a jugar por el frío o la lluvia, mamá nos retenía dentro del departamentito haciendo memoria de su vida junto a sus hermanos que partieron; así pude saber los nombres y características de tíos y tías que no alcancé a conocer:
Benjamín el mayor de todos; regalón de la abuela; muy ocurrente y divertido.
Zoila muy hacendosa y una maga tejiendo y bordando los manteles de la iglesia.
Leonor, la artista de la familia, que cantaba como un ruiseñor y hacía hablar la guitarra.
También nos contaba como acostumbraban a celebrar los onomásticos de todos.
Los abuelos lo celebraban uno detrás del otro:
san Juan 24, san Guillermo/Guillermina 25 de junio.
El tío Benjamín, solía entretenerse con los amigos, o pasarse al biógrafo (actual cine) sin avisar, mientras su madre, ponía a todos los santos de cabeza suplicándoles intercedieran ante el Supremo Hacedor, no le pasara nada a su primogénito.
Una vez llegó pasada las once de la noche, apenas entró, su madre le dio un par de escobazos... con las ramas, él se lavó las manos en el lavatorio de loza-porcelana del dormitorio, después volvió al comedor, a servirse las pantrucas que le había guardado.
Sentada frente a él como cancerbero, lo que probó la ultima cucharada comenzó la amonestación, el muchacho permaneció impertérrito, ella se acercó, cogiéndole el mechón de cabellos crespos, lo zamarreó diciéndole:
-¡Grábatelo bien hijo, no acepto una próxima vez!
Pero a los quince días el tío volvió a llegar tarde, cuando quiso entrar al comedor la puerta estaba atrancada.
-¡Mamita soy yo, su Benjamín, tengo hambre...
-¡Está cerrada la pensión!- le habría contestado mi abuelita, improvisando una voz metalizada.
Pero no escuchó los esperados pasos del hijo devolviéndose a su pieza… ¡No!... Comenzó a sentir unos rasguños en la puerta y unos gruñiditos de perro nuevo, ella vaciló unos instantes; pudo mas el instinto maternal que su enojo y le abrió la puerta.
Mientras el muchacho se aseaba le recalentó la comida. Al sentarse recibió un suave cucharonazo en la cabeza y el consabido tirón de pelo.
A mitad de semana fue san Juan, mientras las hermanas comentaban el resultado de las pruebas de la noche anterior, Benjamín entró a la galería a buscar a sus padres.
En el patio les hizo entrega de sus respectivos regalos; al padre estacas de la uva rosada/frutilla que tanto deseaba, a la madre un rosal blanco.
Después de efectuada la replantación entraron al comedor, los padres tenían juntos los sitios de honor.
Benjamín como hijo mayor comenzó a dar las gracias por los alimentos, mas la festejada lo detuvo con un gesto.
-¿Dónde se ha visto que no se quite la boina para pedir la bendición, se le olvida que estamos a la mesa?
El muchacho, hundió la cabeza entre los hombros en el típico gesto de olvido, luego retirándose el adminículo, dejó al descubierto su cabeza rapada “al cero”.
Se produjo un silencio sepulcral. De pronto mi abuelito le pasó la mano por la calva, prorrumpiendo en risas; relajados todos le imitaron.
-Tíreme el pelo, ahora pues “Nora” (apocope de señora inventado por él )- dijo el nóvel pelón. La madre movió la cabeza. Sonriendo inicio la oración antes que la merienda terminara por enfriárseles.
Después de algunos meses, Benjamín comenzó a sentirse mal, le costaba caminar, arrastraba su pierna derecha, dolencia que ocultaba llegando al hogar.
Un día cayó inconciente a los pies de su madre. Trasladado al hospital, lo operaron de urgencia de apendicitis.
-Cuando despiertes, no puedes tomar agua por ningún motivo- le recomendó la asistente, antes de colocarle el cloroformo.
Cuando volvió en sí, lo primero que pidió fue agua, trató de tomar la botella del velador; un compañero de pieza la retiró a tiempo.
-Tomar agua, volviendo del cloroformo es mortal amigo-le dijo.
El convaleciente seguía clamando por el líquido, vino la enfermera a pasarle un algodón apenas húmedo por los labios.
Llegada la noche al amparo de las sombras atrajo hacia sí el guatero olvidado entre las sábanas, con esa agua saciaría su sed, su compañero inició una encarnizada lucha para quitárselo, a los gritos apareció el personal.
-Tan re-joven el cabro... ya no hay vuelta que darle...¡ déjenlo!- dijo el médico de turno.
Benjamín murió esa misma noche presa de horrible tortura.
Todos fueron testigos del martirio que significa para una madre perder un hijo.
A los tres días del funeral Guillermina, recomendó a su marido:
- “Juan , vaya a plantar el rosal blanco a los pies de la tumba del finado Benjamín…ahí es donde debe estar”
Los años transcurrieron, el rosal blanco pasó a ser el vigía de la tumba, floreciendo o desnudándose de todo follaje según fuera la temporada. Cuando falleció el abuelo, me quedé acompañando a mi abuelita, mamá me contó que habían removido y vuelto plantar el rosal blanco y que toda la ciudad se vació para acompañar al patriarca en susepelio.
Me conmueve recordar lo que pasó después de su entierro con el perro salvado del río por él.
(Lo explico en el siguiente poema que también está en algún lugar de esta página:
BAJO EL ROSAL.
Para que sea tranquila
la siesta del abuelo
debajo de la silla,
el Rhin, vigila.
Al lado de La Propina
los tres juntos
en eterno cabalgar
hacia los fundos.
El baqueano con su lazo
va ordenando el ganado.
Su perro indescifrable
no se aparta de su lado,
Al Rhin, de raza desconocida
el abuelo, le salvo la vida.
Su dueño junto a la camada,
lo lanzo por la riada.
No se, si es perro, o es hiena
negro con manchas verdes.
Me da urticaria mirarlo
a lo mejor hasta peste tiene.
La peste le dio al abuelo?
De repente se murió.
El perro más triste que nunca
en su tumba se tumbo.
El sabe que no volverá
aunque se ponga a llorar.
El que ayer fuera su dueño
hoy duerme bajo el rosal.
Se turnan para cuidarlo
mas él, no quiere comer.
Solo levanta la cabeza
para las rosas oler.
El panteonero lo escucha
con menos fuerza llorar…
Llegada la mañana
lo enterró … bajo el rosal.)
El singular arbusto, seguía firme
Un par de años más tarde mientras permanecía en la capital por mis estudios para Educadora de Párvulos, recibí la noticia:
Juanito mi primo/hermano, había fallecido en un accidente en moto. Viajé de inmediato a la vecina ciudad; en su funeral fue la última vez que lo vi. Tuvieron que arrancarlo de la sepultura familiar para colocar su féretro.
En esa ocasión el tío Miguel prefirió transplantarlo a la vera del camino para no maltratarlo más, y tener la oportunidad de por fin colocar lápida y cruz por nuestros antepasados, que por respeto a remover el recuerdo de un hermano, se había ido postergando.
El tiempo inexorable se lleva a nuestros seres queridos, mismos que cuando una es niña cree inmortales porque los ama.
En mi viaje al funeral de mi abuelita, el querido rosal blanco, ya no estaba…
No fue necesario preguntar, el progreso había cubierto su espacio con una carpeta de asfalto.
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